miércoles, 29 de diciembre de 2010

XGames 2010




Un deporte extremo es aquel cuya práctica lleva inmersa una inminente peligrosidad. Es un deporte en el que por algún momento arriesgamos nuestras vidas, y que, durante su práctica genera una cantidad de adrenalina que provoca una especie de éxtasis en el ser humano. Este riesgo que arropa el deporte extremo, puede crear adicción, o, en mi caso, miedo. Mucho miedo. Tanto miedo que tras haber intentado practicar varios deportes de esta categoría, terminé entendiendo que nunca podría disfrutarlos. Claro, los llevaba a cabo, ¿Cómo no hacerlo? Una vez que estas arriba tienes que saltar ¿no?

La decisión de saltar o no desde un avión se toma en tierra, no en el avión. En el avión ya no hay vuelta atrás. Y así sucede en todos los deportes extremos. Una vez que estás arriba, saltas. Porque una característica primordial de estas actividades de riesgo es que siempre vas acompañado de tres, seis o más personas que te animan a seguir adelante, y si no lo haces, eres, en términos coloquiales, una gallina. Por tanto, si subes, saltas.

Después de saltar, zambullirme, hacer triples-mortales (que no llegaban a ser medio mortal), se desencadenaban en mí tres sentimientos: en primer lugar, el dolor de alguna parte del cuerpo que por antonomasia se lesionaba. En segundo lugar, y detonado por el dolor, sentía agradecimiento por no haber sucumbido segundos antes. Y, en tercer, y último lugar, sentía cansancio. Finalmente, mientras todos se decían el uno al otro quien era el más valiente, yo bostezaba y continuaba agradeciendo a Dios.

Eso fue el 2010. Un año de deporte extremo. Un año lleno de saltos al vacío, de caídas libres por varios kilómetros, de piruetas mortales, de andanzas en cuerdas flojas y de paseos sin brújulas.

Hasta aquél que no disfruta, en lo absoluto, de los deportes extremos los tuvo que vivir. Tuvo que experimentar el riesgo de pérdida, el extravío del control, el contacto directo con lo desconocido y la cercanía absoluta a un yo errante. Todos, durante este año extremo, nos vimos en situaciones realmente atemorizantes. Situaciones que nunca imaginamos vivir y que sin embargo las pudimos superar. Sin darnos cuenta, y cuando ya nos encontrábamos en el avión, a muchos pies de altura, dimos muchos saltos al vacío. A veces creímos que sabíamos exactamente el lugar donde íbamos a aterrizar, y sin embargo, no fue así. No tuvimos tiempo de pensar, o de analizar los movimientos. Fuimos destinados a un ejército sin entrenamiento. Estuvimos perdidos, vagando entre la maleza hasta ubicar nuestro norte. Pensamos que nunca divisaríamos el horizonte que buscábamos.

De pronto un horizonte borroso se perfila frente a nosotros, y nos destina ha seguir adelante. Y, aunque el cansancio ya hace mella en nuestros músculos, seguimos adelante. Seguimos, porque ahora, con los pies en la tierra, podemos sentirnos campeones. Campeón por haber saltado del avión cada vez que te viste en uno. Campeón por haber enfrentado a tantos demonios. Campeón por haberte hecho amigo de ti mismo. Campeones por haber superado todas las pruebas de preparación para un futuro maravilloso. Campeones por haber esperado hasta el final. Campeones por no haber desistido en la lucha. Campeones por haber soportado uno, dos y tres golpes. Campeones que, para el próximo año recibirán como recompensa un trofeo mágico.

El 2010 ha terminado. Durante 365 días hemos estado en una gran caída libre, pero ya hemos llegado a tierra. Ahora es momento de respirar normalmente, de regularizar las pulsaciones de nuestro corazón, de decirle a nuestros cuerpos que ya todo ha pasado. Ahora es momento de sentir esa relajación que sigue a la descarga de adrenalina y de agradecer a Dios por habernos mantenido con vida. Ahora es momento de brindar por todos los campeones que habitan el planeta tierra.

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