domingo, 25 de julio de 2010

La Cámara


Llegué a mi trabajo a las 10 de la mañana. Al entrar en mi oficina pude ver la terrible angustia que se dibujaba en los rostros de mis compañeras de trabajo. Por primera vez no pude oír el latido de nuestra oficina –el sonido producido por los 6 teclados que trabajaban sin cesar-. “¡Oh Dios! ¿Qué ha pasado?” pregunté.

Mis compañeras levantaron sus cabezas lentamente y enfocaron sus miradas hacia la cámara de seguridad que se encontraba en una de las esquinas de nuestra oficina. Una de ellas señaló la cámara y dijo: “Lo siento, pero tengo que hacer la pregunta de rigor. Hasta ahora todos han contestado que no. ¿Has sido tú quien puso eso sobre la cámara?” Todas fijaron los ojos en mí. Por momentos me sentí culpable. Pero no, no había sido yo, y, lamentablemente, en ese momento no sabía contra quién formular cargos.

-“No, no he sido yo” respondí mientras estudiaba la escena.

La cámara de vigilancia -ese aparatito blanco con una luz roja que, en circunstancias normales se iluminaba intermitentemente y que, según nuestros jefes no grababa sino en aquellos momentos en los que la seguridad de nuestro despacho se pudiera ver menoscabada-, se hallaba al ras del techo en una esquina de nuestra oficina. Pero, esta vez no había luz, pues la cubría una toalla amarilla. En el suelo, justo debajo de la cámara, se encontraba dispuesta una silla, y sobre la tapicería azul que cubría el asiento de ésta, había quedado plasmada una huella de zapato. “…que pié tan grande” pensé.


Como era de esperarse, y haciendo uso de toda la pericia que ha absorbido nuestra generación de las series policíacas, entre todas logramos recrear la escena del hecho que hasta ahora no podíamos catalogar como crimen: La última persona salió del despacho a las 3 de la tarde. Nadie volvió al despacho hasta aquella mañana a las 8 cuando encontraron la cámara oculta bajo una toalla. Se trataba de una persona, presuntamente varón y de una edad comprendida entre los 14 y los 70 años –la huella era de un pie de gran tamaño, por tanto debía pertenecer a un hombre; Los hombres pueden alcanzar esa talla de calzado a los 14, pero, pasados los 70 ya no suelen subirse a sillas para cubrir cámaras de vigilancia-. El presunto hombre, tomó la toalla del gimnasio que una compañera había dejado en su mesa, arrastró una silla hasta ubicarse debajo de la cámara y se subió a ella para cubrir la misma.

Mientras hacíamos fotografías de la escena, mi mente se inundó de pensamientos:
“Que extraño… el presunto hombre de pie grande entró y no fue visto por la cámara de seguridad de la entrada, luego entró a nuestra oficina y tampoco fue captado por el aparatito… Se sube a una silla…cubre la cámara con una toalla y ¿Tampoco se activa la alarma de seguridad? ¿Qué tipo de seguridad nos brinda entonces este sistema? ¿Cómo puede haber alguien burlado todas las cámaras sin que se activara la alarma? ¡No puede ser!... a menos que…”

“¡Lo tengo!” Dije en voz alta. No debí. Todas me miraron con curiosidad. “No, no es que ya sepa a ciencia cierta quién ha sido, pero creo saber donde trabaja” respondí con cautela. No quería dar información sin antes comprobar su veracidad. “No se preocupen, averiguaremos quien ha sido el intruso, y sobre el caerá: Todo el peso de la… ¿Ley?” dije antes de irme rápidamente a mi ordenador. Tenía mucho trabajo que hacer –no de aquel por el que me pagaban claro está-.

“El nombre debe estar por aquí… en algún sitio” pensaba mientras buscaba entre las facturas que había recibido el Despacho el último mes. La empresa de seguridad había instalado las cámaras unas tres semanas atrás, así que allí tendrían que estar. Pero, no fue así, no había rastro de factura ni recibo ni orden de entrega. Nada.

-¿Hola? Respondió mi jefe a mi llamada telefónica
-¡Hola! ¡Soy tu esclava! ¿Qué tal la mañana de Juzgados?
-¡Muy bien! ¡Hemos machacado a Hielos Calientes S.A.!
-¡Que bien! ¡Enhorabuena! ¡Eso hay que celebrarlo con un aumento de sueldo!
-¿Qué?
-Eh... nada… Oye, ¿Puedo hacerte una pregunta?
-Sí, dime, rápido que voy entrando en Sala
-¿Cómo se llama la empresa que instaló las cámaras de seguridad?
Silencio.
-¿Hola? ¿Estás ahí? Inquirí.
-Eh, sí, sigo aquí. Estaba intentando recordar. ¿No han emitido factura?
-No
-¡Que extraño! ¡Dame un segundo! Creo que me dieron una tarjeta de presentación. ¡Sí! ¡Aquí la tengo! Se llaman Magic Security 3000 S.L.
-¡Gracias! Le respondí a manera de despedida.
-Pero… ¿Pasó algo? ¿Para qué necesitabas saber el nombre? Preguntó mi jefe.
“No, no puedes decir nada… no hasta que logres desenmascarar al presunto hombre de pies grandes” pensé rápidamente.

-¡No! No ha pasado nada, solo que han entrado a robar en casa de mi tía y quería ponerla en contacto con esta maravillosa empresa de seguridad. La pobre está aterrorizada. Y, ¿Quién mejor que Magic Security? ¿No es así?
-Así es. Buena idea. Es mejor que sea alguien de confianza. Bueno, te dejo que ya entro en Sala. ¡Ah! Y saluda de mi parte a Francisco.
-Sí… lo haré. Adiós.

¿Francisco? Su nombre se quedó grabado en mi memoria mientras me dispuse a buscar en la mejor base de datos de todos los tiempos: Google.

“No puede ser…” pensé. “No…” “¡No existe tal empresa!” Intenté una y otra vez la búsqueda. “Security Magic: resultado de su búsqueda 0” “Magic of Security: resultados de su búsqueda 0” “Security of Magic: resultados de su búsqueda 0”. Nada. No existían. Mi investigación comenzaba a desvanecerse.

Si no existía Magic Security ¿Quiénes habían instalado las cámaras de seguridad? ¿Quién estuvo observándonos durante un mes? ¿Qué quieren de nosotros? ¿Estamos solos? Decidí callar. Si decía la verdad a mis compañeros de trabajo, si declaraba un estado de Alerta Roja reinaría el caos, y eso… sería el final.

Quedaba una única forma de saber la verdad. Una única salida. Y, por riesgosa que ésta pudiera ser había que hacerlo. Nuestras vidas estaban siendo observadas por alguien desconocido. El despacho estaba siendo evaluado por alguna mente… Sentía escalofríos de solo imaginar que algún asesino en serie estuviese planificando nuestras muertes. “¡No!” “¡No lo harás!” pensé con una mezcla de terror y valentía.

Sherlock Holmes, A. Hitchcock, Dexter Morgan, Horatio Caine, la Familia Cullen –si, los Cullen también- han sido reiteradamente defensores de una regla. La regla de oro: El asesino siempre regresa a la escena del crimen. Y, aunque cubrir una cámara de seguridad con una toalla no sea un crimen, ni el autor del hecho un asesino, era totalmente aplicable la regla.

“Nos organizaremos por parejas. Cada pareja se ocultará y vigilará el Despacho durante 2 horas cada una. He instalado una cámara que grabará en todo momento lo que ocurra durante la noche. ¿Alguna pregunta?” Todos me miraban atónitos. Su silencio me sirvió para rezar dos padres nuestros.

“Y… si viene el intruso ¿Cómo le atraparemos?” preguntó Ana.

-Suponemos que el intruso no está armado. Pero si llegaren a verle algún tipo de arma aborten la misión y escóndanse en el archivo hasta que llegue la policía. Esta misión es para salvar al Despacho, no para poner en peligro la vida de quienes lo integramos ¿Queda claro? ¡No quiero héroes! Respondí con expresión de Ministro de Seguridad Nacional.

Los diálogos que decía los había extraído de una página de internet. Tenía que sonar convincente ante mis compañeros.

“Ahora, fórmense en parejas y les adjudicaré un turno a cada una” “Id a vuestras casas a buscar provisiones: galletas, yogures, palomitas de maíz, bocadillos, sudokus, revistas de corazón, pinturas de uñas, café, bebidas energéticas, lo que quieran… esta noche será muy larga…”

Antes de que alguien pudiera pronunciar palabra dije: “¡Tu! ¡Simón! ¡Conmigo!” “¡Tu y yo comenzamos la ronda de vigilancia!”. Esta decisión me hizo sentir un poco mal, pero tenía un presentimiento. Necesitaba estar con alguien capaz de defenderse ante el ataque de un intruso. Simón Harley era, además de compañero de trabajo en el Despacho, profesor de artes marciales, así que, la persona idónea para defender la integridad de nuestro grupo tenía un nombre: Simón. “¡Le machacaremos!” pensé.

Los turnos fueron repartidos. Esa tarde mi jefe se quedó trabajando en su oficina hasta las 20:00 horas.

-¿Qué haces aquí? Preguntó mi jefe al salir de su oficina para abandonar el despacho.
-¡Ah! ¡Sigues aquí! Estoy tan concentrada en esta demanda que no me percaté de tu presencia. Mentí
-¿Ah sí? ¿De qué se trata? Dijo acercándose a mi mesa.

“Oh Dios… Ilumíname con alguna idea” pensé.

-¡Puf! Estafa en una venta de productos financieros… ¡Todo un horror! ¡Está tan enmarañado que creo que dormiré en el sofá de la sala de espera! Dije con cara de cansancio.
-No te preocupes, el sofá es cómodo, yo he dormido ahí muchas veces. Bueno, suerte con el viaje al mundo financiero. ¡Hasta mañana! Dijo mi jefe.

Simón llegó 2 minutos después con un kilo de nueces.

A las 22:00 horas nos situamos en nuestra zona de vigilancia: debajo del mueble de la recepción. Allí teníamos acceso a internet, y podíamos ver las imágenes que captaba la cámara escondida. El tiempo transcurrió lento. Y nuestros alimentos se agotaron antes de lo que habíamos imaginado.

“¿Volverá a la escena? ¿Vendrá a buscar algo que olvidó? O ¿A dejarnos otra señal?” pensaba sin cesar cuando, de repente Simón me miró con ojos de espanto

-¿Has escuchado eso?

Mi corazón dejó de latir. “No” respondí.

-¡Va a entrar! Susurró.

“¡Oh Dios! ¡Protégenos!” Mi visión comenzaba a nublarse. Tan solo podía escuchar el tormentoso latido de mi corazón.

Clic…Clac… se escuchaba a la persona forzando la cerradura. De pronto silencio. El chirrido de la puerta al abrirse hizo eco en el despacho vacío. Las pisadas del hombre, como era de esperarse se oían fuertes y causaban una casi imperceptible vibración en el lugar donde nos encontrábamos. Poco a poco se fue aclarando la imagen que veíamos por la cámara escondida.

“Es…es… enorme” susurré. Lentamente deslicé mi mano sobre el escritorio de la recepción y me hice con una grapadora que solía utilizar para grapar demandas de más de 150 páginas. Esa era mi única arma de defensa.

El hombre medía entre 2 y 2.50 metros. Era alto e iba vestido con un impecable traje oscuro de tres piezas. “Muy buen gusto” susurró Simón. Al parecer, esto le divertía. El intruso miró hacia ambos lados y continuó su camino hasta mi oficina. Fue en ese momento que Simón decidió, unánimemente, detener al malhechor. “¡No!” dije. Pero ya era tarde.

-¡Eh! ¡Tú! ¡Detente! Dijo mientras se ponía en posición de… ¿Kun fu?

El hombre giró lentamente y nos mostró su rostro, que, para sorpresa nuestra resulto ser encantador. Una sonrisa pacífica se dibujaba en sus labios y la mirada era, en cierta forma mágica, como la empresa ficticia. Yo, que ya había encontrado fuerzas suficientes para ponerme de pié, me encontraba junto a Simón, en posición de defensa, y, armada con una grapadora industrial.

-¿Quién eres? Preguntó agresivamente Simón
-¡Hola! ¡Les estaba esperando! He de pedirles, antes que nada, disculpen mi intromisión en este Despacho, pero, solo he hecho mi trabajo. Mi nombre es Francisco, tal y como te lo dijo tu jefe. Dijo mientras me miraba con alegría. Y continuó:

-Sé que querrán hacerme muchas preguntas. Y para eso he venido hasta aquí. Pero, primero le pediré a esta señorita que baje el arma. ¿Podrías dejar la grapadora en el escritorio? Me hace sentir incómodo.

Pensé durante unos segundos. Hasta ahora todo parecía indicar que los hechos no estaban relacionados con un asesino en serie, así que, dejé la grapadora en el escritorio, pero lo suficientemente cerca como para poder cogerla rápidamente en caso de algún ataque.

-Gracias -dijo Francisco con esa sonrisa que parecía hipnotizarme-, ¡Vamos! Acompáñenme al sitio donde comenzó todo.

Simón, aún cargado de adrenalina para responder al ataque del depredador, y yo, pensando que arma podría reemplazar a la grapadora, seguimos a Francisco hasta la oficina donde se habían desarrollado los hechos delictivos.

-Verán, tal y como lo han podido comprobar, Magic Security 3000 S.L. no existe. Como tampoco existe Francisco. Todo lo que hemos hecho aquí, es una investigación en aras de comprobar cierta información que llegó a oídos de mi jefe.

-Y, si tú no eres Francisco ¿Quién eres? Pregunté.
-Soy un ángel. No tengo nombre fijo en la tierra. Suelo adoptar nombres que suenen familiares en cada caso particular. Y, aquí el nombre de Francisco es común ¿no? Comenzó a reír a carcajadas.

“¿Qué? ¿Un ángel?...Si él es un ángel, entonces su jefe es… ¿Dios?” pensé.

-¡Sí! ¡Claro! Y ¿A qué viene todo esto? ¿Vienes a embarazarme? Dijo Simón.

Ignorando el comentario de Simón, el ángel francisco prosiguió con su relato

-Desde hace décadas los sitios de trabajo no son muy… amenos que se diga. Mi jefe ha visto como poco a poco el compañerismo, la lealtad, la fidelidad, el respeto y la confianza ha ido desapareciendo entre quienes comparten horas trabajando en el mismo lugar. Los lugares de trabajo, se han convertido en una especie de jungla: 5 o 10 o 15 animales salvajes se pelean ferozmente por quedarse con el trozo de carne. Se pelean por un puesto, por un elogio del jefe, por un respeto, por el poder.

Mis oídos no daban crédito a lo que escuchaban.

-Hace dos meses, una persona que fue cliente de este despacho murió, y, al llegar al cielo, como es costumbre, nos contó toda su vida. Así fue como supimos de ustedes. En defensa de los sitios de trabajos el nos informó que había conocido un lugar donde todo era distinto. Donde el principio fundamental era el del respeto entre cada uno de ellos. Donde cada uno vigilaba el bienestar del otro. Donde se estaba como en casa. Donde convivían como en una gran familia numerosa.

-¿Quién es ese cliente que murió? Preguntó Simón.

-Lo siento, pero él prefiere mantenerse en el anonimato. En todo caso, la identidad de esta persona no es importante. El está muy bien ahora y se encuentra realizando una misión en Hawái.

“Necesitábamos saber si lo que decía esta persona era cierto. Para ello me hice pasar por gerente de ventas de una Compañía de Seguridad. Fui yo mismo quien instaló las cámaras. Y, las imágenes capturadas durante las 24 horas del día fueron analizadas por mi jefe”

-¿Estábamos siendo observados por… Dios? Pregunté sin poder reprimir las lágrimas. Yo nunca había dudado el hecho de que Dios nos observara, pero que haya puesto cámaras en el Despacho había sido un tratamiento ciertamente halagador.

-Así es señorita, y ha quedado muy satisfecho. Gracias a ustedes Dios sabe que aún quedan lugares de trabajo de los que a Él le gustan.

-Perdone. Interrumpió Simón. “Sigo sin entender por qué cubrieron la cámara y dejaron huellas y nos hicieron desplegar toda esta investigación policíaca…”

-Esa era la última prueba. Al haber descubierto que alguien había burlado la seguridad del Despacho muchos hubieran abandonado el campo de batalla. Sin embargo, y debido al nexo que los une a todos en este lugar el efecto fue el que esperábamos. Se unieron para descubrir que había sucedido aquella noche. Y, aunque no suela pasar muy seguido, me descubrieron a mí.

Francisco se incorporó y se acercó a nosotros. Nos abrazó y se despidió, prometiendo no reincidir en su delito. Simón y yo nos fuimos al sofá de la sala de espera y allí estuvimos un rato, llorando lágrimas de alegría, de emoción, de esperanza. A las 23:00 horas llegaron las dos personas que reemplazarían la vigilancia. Les contamos lo sucedido. Y así continuamos con todas las parejas que fueron llegando al Despacho en el transcurso de aquella madrugada milagrosa. A las 6:00 de la mañana ya habían llegado todos.

A las 8:00 horas decidí bajar al bar a comprar café para todos. Lo necesitaríamos. Cuando me disponía a pagar una mano se posó en mi hombro
-¡Ah! ¡Eres tú! ¡Buenos días! Saludé a mi jefe con naturalidad.
-¡Que cara! ¡Es evidente que dormiste en el sofá! ¿No?
-Eh… sí… los productos financieros son mucho más complicados de lo que pensé…

“Yo pago” Le dijo mi jefe a la señorita que me atendía.

-Y, ¿Para quién es todo este café?
-¡Ah! ¿Estos? Son para todos, para celebrar que he descubierto la magia del mundo financiero.
-Me parece muy bien. ¡Ah! Por cierto, ya me he enterado de que alguien entró en el despacho. ¡Qué porquería de cámaras! ¡Gracias a Dios no se llevaron nada de valor!
-Sí, gracias a Dios… gracias a Dios
-¿Te parece bien que contratemos un nuevo sistema de vigilancia con otra compañía?
-No, no será necesario… El Despacho está muy bien vigilado.

domingo, 11 de julio de 2010

LA MANO QUE MECE TU CUNA


El día tiene 24 horas, de las cuales dormimos 8 horas ó menos, quedando, por tanto, 16 horas que pueden ser empleadas a diestra y siniestra…

-¡No tengo tiempo para nada! Le dije a mi madre en un ataque de desesperación cuando hablaba con ella por teléfono. Ella, como siempre, me escuchaba pacientemente y luego me atacaría con alguna de sus armas detonadoras.

-¿Si? ¿Qué has hecho hoy? Preguntó –con un ligero tono de risilla que solo por los años que me unen a ella pude sentir-.

-eh… Pues, me desperté, me duche, me prepare una taza de café, y me fui al ordenador con mi café y un trocito de biscocho; Leí el periódico, revisé los correos, respondí algunos y luego…bueno, he estado mirando cosas en internet.

-Parece que ahora mismo no estás muy ocupada… ¿O sí?

-Bueno, ahora mismo no… Pero tengo que hacer un montón de cosas… y no me alcanzaran las horas para terminarlas todas

-Pues haz hoy las que puedas, y mañana haces las que queden sin hacer. Preocúpate por las de hoy ¿Si? ¿Me lo prometes?

Una vez más, mi madre había sembrado en mí la semilla de la duda. ¿Por qué no alcanza el tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿En qué gasto mis horas? ¿Qué mano mece mi cuna? Decidí iniciar una nueva investigación que radicaría básicamente en calcular cuantas horas de mi agitada vida eran manejadas por la mano diestra, y cuantas por la mano siniestra, tomando para todo ello, la expresión “diestra” como la positiva y la de “siniestra” como la negativa.

Ese domingo, decidí terminar de hacer algunas cosas que había dejado en la lista: “Para hacer el fin de semana”. Escribí a varias amigas, organicé mi habitación, lave ropa, planche otro tanto, y finalmente me acosté a dormir. De alguna manera el tiempo en mi vida estaba siendo consumido por alguna cosa o ser invisible y durante esa semana lograría descubrir qué o quién era. ¡No permitiré que me arrebates mis momentos diestros! ¿Es que acaso el mundo está lleno de pequeños monstruos? Decía en voz alta mientras terminaba de quitarle una arruga rebelde a la falda de lino.

“Riiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnngggggggggggg” oí a lo lejos, y segundos después entendí que era el despertador que me daba la orden de ponerme en pie y comenzar una semana más de incesante negociaciones con deudores, arbitraje en batallas campales de esposos en vías de divorcio, negociaciones con contrarios, negociaciones con fiscales, negociaciones con el cliente, negociaciones con mi jefe, negociaciones con la vida…

Mientras me cepillaba los dientes, me duchaba, me servía la taza de café y me vestía de “Lunes” mi cerebro se fue llenando de pensamientos. Supongo que todos los días eran así, pero el ser consciente de ello, y analizar el contenido de los mismos resultó ser bastante agotador. Al salir de casa ya estaba un poco cansada. Sin embargo, continué, y me llegué al despacho a buena hora.

Al entrar a la oficina, y divisar en mi mesa al menos 23 expedientes apilados otra ola de pensamientos atacó mi mente: ¡No podré terminar la demanda a tiempo! ¡La de Carpinterías González y González vence mañana! ¡Pero, ¿Cómo es posible que este trabajando en 23 asuntos al mismo tiempo con este sueldo?! ¿Mi jefe lo sabrá? ¿Creerá que no soy productiva? ¿Por qué nunca le digo que no? ¡Si le dijera que no a algún asunto me daría tiempo para terminar los que ya tengo pendientes! ¡No, se molestaría! ¿Por qué todos los divorcios para mí? ¿No es evidente que lo de divorciar gente no me agrada? ¿Qué significa esa inscripción manuscrita de mi jefe “urgente, comentar”? ¿No son todos urgentes?

No podía creer que un cerebro pudiera pensar tantas cosas al mismo tiempo. “Que agotador...” me dije mientras le ordenaba a mi cabeza que por favor dejara de jugar sucio. Me dispuse a limpiar mi mesa, es decir, a cerrar acuerdos, terminar una que otra demanda, enviar escritos a juzgados y al final de la tarde, en mi mesa solo quedaron unos cuatro o cinco expedientes. ¡Buen trabajo! Me dije. Posteriormente tomé la decisión de recompensarme con un helado.

Mientras comía mi helado veía como la gente entraba y salía del lugar sin mirarse entre ellos, sin mirar si quiera su propio helado. Al igual que yo, se encontraban escuchando 3.000 pensamientos por segundo –cifra que puede ser incluso mayor-. Al terminar, me fui a casa con la larga lista que había apuntado ese día.

Durante los siguientes seis días continué apuntando todo lo que hacía, lo que pensaba, lo que no pensaba, lo que decía, y lo que no. Durante seis días fui mi propio detective privado, y, aunque parezca extraño me gustó haberlo hecho. Compré un corcho de 2 X 2 metros y lo fui tapizando con notas, post its, tickets, y demás -como los de las películas-. Tras varios intentos fallidos, deseché la idea de auto-fotografiarme para hacer más hollywoodense el corcho.

Finalizada la recolección de datos, llegó el día hacer números. Para lograr conocer la cifra real, le adjudiqué a cada cosa que había realizado durante el día una puntuación que iba del 1 al 5, en virtud de cuan diestras o siniestras eran, siendo el 1 para las mas diestras y el 5 para las más siniestras.

1. Muy diestra
2. Diestra
3. Poco diestra
4. Siniestra
5. Muy Siniestra

Desde que el despertador sonó aquella mañana del día 1, mi mente se ocupó en pensamientos agotadores, y ocasionó que dejara de ver muchas otras señales positivas. La crisis matutina de pensamientos negativos duró unos 20 minutos y lo clasifiqué como “Muy Siniestro”. ¡La Auto-distracción del ser humano, mediante pensamientos lesivos debería estar contemplada en el código penal!

Entre el día 1 al 6 (ambos inclusive), el camino desde mi casa hasta el trabajo lo realicé, como siempre, en metro; Leí durante todo el trayecto, por lo que, estos 40 minutos fueron “Diestros”. Luego caminaba hasta el Despacho. Las caminatas parecieron más bien carreras de relevo, y, no veía nada. ¿Nada? Me pregunté con curiosidad. Tras buscar en mis recuerdos comprobé que, ciertamente, no había visto absolutamente nada. Aquellas caminatas de 20 minutos fueron totalmente “Siniestras”. Las avalanchas de pensamientos que disparaba mi mesa cubierta de expedientes fue constante durante todos los días, y no ameritó ser examinada: 30 minutos diarios “Muy Siniestros”.

Subsiguientemente, durante aquél día 1, cuando abrí mi monedero para pagar el helado-recompensa a la señorita de la conocida cadena de comida rápida, me atacó otra ola de pensamientos: ¿Me alcanzará para un helado? ¿No estaré malgastando el dinero? ¿Me subirá el sueldo mi jefe? ¿Conseguiré un mejor trabajo? ¿Y si no lo consigo? Transcurrido algún tiempo di la orden de silencio a mi cerebro. El resultado: 45 minutos muy pero “muy siniestros”. El tema “Insuficiencia de sueldo” apareció durante al menos 5 horas de aquellos 6 días (Siniestralidad absoluta)
Luego iba a casa. Durante el camino en el día 5, hubo unos 5 minutos muy siniestros desencadenados por el titular del periódico de un viajero que señalaba, y cito “Durante este verano los españoles no podrán viajar”.

Las horas en casa fueron las que realmente me impresionaron. El resultado fue de casi un 70% de siniestralidad. Los pensamientos se agudizaban, y en su mayoría tenían que ver con el mañana. Mi cerebro planificaba todo y lo que más me molestaba de todo este asunto es que lo hacía a mis espaldas. ¿Quién te crees que eres? ¿Tú crees que te mandas solo? ¿Ah? ¿Sesitos? ¿Me escuchas? –le regañé haciendo uso del manual: Guía para padre-madre de hijos de 6 a 11 años-.

El resultado de mi investigación era evidente, sin embargo, sumé las puntuaciones. ¡Oh Dios… ¡ pensé al leer los números: 30 puntos a los diestros frente a una arrolladora victoria de los siniestros con 70 puntos.

¿Qué había hecho durante todo el día? ¿Qué me había mantenido ocupada? ¿Qué me había interrumpido una conversación con mi amiga? ¿Por qué no llamé a mi madre a preguntarle cómo estaba? ¿Por qué no pude escribir hoy? Todas estas preguntas se respondían con la misma respuesta. La realidad era que el 70% de ese tiempo libre estaba siendo manejado por una mano siniestra. Los momentos diestros eran pocos, y la posibilidad de que se dieran, eran aplacadas por la fuerza de la mano siniestra.

Habiendo analizado las diferencias entre los momentos diestros y los siniestros, tomé la decisión de iniciar la semana con un nuevo lema: POR UN MUNDO DIESTRO –sin ofender a los zurdos-. Esa noche volví a escribir, porque tuve tiempo. Además, hablé con muchas personas, escribí a muchas otras, leí, soñé, reí a solas en mi habitación. Entendí que debía estar alerta porque a cada minuto la mano siniestra intentaría mecer mi cuna.

Aquella noche dormí tranquila porque sabía que a partir de aquél día la mano diestra mecería mi cuna.