miércoles, 26 de mayo de 2010

50 Metros más adelante


La canción que sonó en la radio le transportó a la vieja casa del puerto. Paula recordaba vagamente la distribución de las habitaciones, pero podía describir cada rincón del salón donde en muchas ocasiones se reunió con la Señora Bombón. Podía incluso escucharla reír, verla caminar dando saltitos mientras cantaba las canciones que sonaban en la desvencijada radio portátil que llevaba colgando de su cinturón.

“…Dale a tu cuerpo alegría macarena…”

Paula sonreía recordando a su abuela. Había sido una mujer que desde la tranquilidad, inteligencia y humildad había dejado huella en todo aquel que se le había acercado. Y a la Señora Bombón se le acercaban muchas personas. Por eso le apodaron de esa manera. Solo los familiares cercanos sabían su verdadero nombre: Agripina –de allí que la Señora Bombón haya recibido con bombos y platillos su pseudónimo-. Le agradaba tanto, que se presentaba haciendo uso de éste: “Hola, soy la Señora Bombón” decía.

“…que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas…”

Mientras Paula continuaba atascada en el tráfico de la ciudad rumbo a su trabajo, se perdió en los recuerdos y en las innumerables enseñanzas que la Señora Bombón le había legado a ella y a todos los que tuvieron el placer de mirarla, de escucharla, de tocar sus tibias manos. Era dulce, pero también tenía esa capacidad sobrenatural de cambiar el rumbo de cualquier idea que ocupara la mente de la persona para transformarla en algo nuevo y mas apropiado con las palabras precisas; palabras tan bien pronunciadas, que el oyente sentía que había sido él mismo quien había tomado una nueva decisión -o que había sido hipnotizado-. “¿Sería el Espíritu Santo que descendió sobre mí en forma de lenguas de fuego?” solían pensar. La Señora Bombón tenía ese efecto en todos, y Paula no había sido la excepción.

“Te extraño tanto Señora Bombón” pensó Paula mientras miraba el reloj del coche. “8:20 horas. Llegaré tarde al trabajo. ¡Tengo que mudarme a una aldea muy pronto!”.

“eeeeeeeeeeehhh macarena…”

Había algo de lo que Paula estaba segura, y era que, existen personas inoportunas. No podía explicar el porqué de este razonamiento. Pero ya había conocido a un par de ellas. Aparecían en los momentos menos indicados o decían las palabras menos necesarias, se tropezaban y caían sobre un castillo de arena recién terminado por un niño en la playa, o derramaban su café sobre la camisa perfectamente blanca de un chico rumbo a una entrevista de trabajo. Y, la Señora Bombón era todo lo contrario. Así como existían las personas inoportunas, Paula podía asegurar que también las había oportunas. También había deducido, con conocimiento de causa, que ambos comportamientos eran totalmente inconscientes. Un señor no planificaría minuciosamente su caída violenta sobre un castillo de arena a orillas de la playa mientras disfruta la mirada de horror de un niño, pensaba Paula. La Señora Bombón no premeditaba sus actos. Eran totalmente naturales, como el crecimiento de una flor en plena primavera.

“…Macarena tiene un novio que se llama, que se llama de apellido Vitorino…”

La ciudad donde creció Paula no escapó del furor de La Macarena. Se bailaba en los colegios, en las fiestas de cumpleaños, en los matrimonios, en los aniversarios o en cualquier lugar donde concurriere más de una persona. Para aquél entonces, la Señora Bombón ya era mayor, y su cuerpo no le permitía moverse con la soltura con la que lo hacían Paula y sus amigas, pero, sin embargo, ella enganchaba la vieja radio en su cinturón y baila tanto como podía. “¡Hay que mover el esqueleto!” decía mientras daba saltitos y alzaba los brazos como Paula le había enseñado.

Para este momento, Paula había soltado el volante del coche y con los ojos cerrados hacía el baile de La Macarena moviendo los brazos extendiéndolos delante de su cuerpo, luego detrás de la nuca, rápidamente a la cintura y finalmente hacía un círculo con sus caderas. Aunque estaba sentada en el asiento de su coche, bailaba como si estuviera en medio de la pista de baile de una discoteca. Y, junto a ella, bailaba la Señora Bombón.

“…Dale a tu cuerpo alegría Macarena…”

Paula pensaba que llegaría tarde a su trabajo, pero eso no le preocupaba en demasía. Ella sabía que tenía que desplegar sus alas y volar a otro lugar, y sobre todo, sentía que había una especie de fuerza sobrenatural que la impulsaba a lograrlo. Pero hasta ahora, no había dado el paso definitivo. “¡Que bien! Una hora menos en la cárcel” pensaba mientras subía el volumen de la radio. –el coche se movía como esos que suelen ir ocupados por parejas apasionadas y paran en sitios deshabitados-. La Señora Bombón siempre decía: “Que la fuerza de Dios te envuelva”. Y era esa la fuerza que finalmente le impulsaría a seguir adelante.

“Tu sabías toda la verdad… tu conocías el futuro…A veces me pregunto si ahora también sabrás que va a suceder…” pensó mientras continuaba bailando enérgicamente y cantando a viva voz.

Un estruendoso sonido la hizo volver a la realidad. “¡Pero que…!”. Inmediatamente se dio cuenta de que estaba sudando dentro del coche y que delante de ella ya no había ningún coche. El golpe que recibió su coche desde la parte posterior la arrastró unos 50 metros. Durante los segundos o quizás minutos que transcurrieron Paula dejó de bailar e instintivamente apretó la mandíbula, cerró los ojos y pensó a modo de oración: “Señora Bombón se que no debí bailar la macarena mientras conducía pero por favor, envíame un angelito que me proteja de tan repentina muerte”. Paula abrió los ojos lentamente. El coche se había detenido finalmente. Con extrema cautela y comprobando que podía mover cada parte de su cuerpo apartó su cara del airbag que la aprisionaba, tomo aire y salió del coche. Un temblor le recorrió todo el cuerpo cuando vio el estado en el que había quedado su coche y para su mayor asombro, se alegró por conocer finalmente a un airbag. Para Paula el airbag era una leyenda. Siempre que leía la palabra airbag en los coches pensaba: “¿Qué habrá allí dentro? ¿Se activará siempre? ¿Y si no hay nada?”

¿Qué es esto? ¿Cuánto ha durado la canción? ¿Dónde están todos los coches? Ya no había ningún coche. En la avenida solo estaba ella y…

-“¡wooowww! ¿Pedazo de golpe te he dado no?” dijo un hombre que se acercaba a ella. El hombre reía a carcajadas y mostraba una desconcertante alegría por el hecho de haberse estampado contra el coche de Paula.

-“¡Ahora si que estás donde tienes que estar!” continuó mientras se reía con tantas fuerzas que por momentos le era difícil mantenerse en pié.
Paula no podía salir del shock. ¿Quién era este hombre? ¿Qué tipo de trastorno mental le afectaba? “¡Loco! ¿Esta Usted consciente del daño que me ha hecho?” gritó Paula con indignación y rabia.

-“¿Daño? ¿A ti? A ti no te he hecho nada; solo ha sido un pequeño daño colateral y el afectado, lamentablemente, ha sido tu coche” respondió el hombre
En la calle solo se encontraban dos personas: Paula y el señor. Uno de ellos se mostraba abiertamente demente y la otra comenzaba a perder el poco de cordura que le quedaba. Sin embargo, todo comenzó a tener sentido cuando el hombre pudo dejar de reír como una hiena. Al ver como el hombre, de pronto, comenzaba a enseriarse, Paula respiró profundo, y se acercó más a este.

-¿Me va a pagar el choque? ¿Verdad?, preguntó Paula.

- ¿Pagarte? Nop… contestó el señor con una leve sonrisa. El “nop” le daba un tono jovial a la conversación que hasta ahora no tenía ningún sentido para Paula.

- ¿Esta usted siendo medicado con algún fármaco que olvidó tomar esta mañana?

- No, estoy más cuerdo que nunca. Además estoy muy orgulloso del golpetazo que te he dado. ¡Nunca había arrastrado a alguien tantos metros! Respondió el señor con una muy notable felicidad.

-¿Qué? ¿Se siente orgulloso? ¿Arrastrarme?

El señor se acercó a Paula y le apuntó con el dedo índice de su mano; le tocó el hombro con el dedo y le dijo: “Te choqué porque me dio la gana” haciendo especial énfasis en “me dio la gana”. Seguidamente comenzaron las risas compulsivas. “Ahora estas donde tienes que estar… A 50 metros de donde estabas”

-¿Qué? ¿50 metros más adelante? Pero… ¿Porqué? Paula no dejaba de observar con tristeza la carrocería de su coche. No entendía porque estaba pasando todo esto. Era una tormenta que llegó sin avisar y que ahora quizás le costaría mucho dinero. En realidad le dolía la pérdida. “Mi pobre corcel” pensó mientras la rabia comenzaba a disiparse con la resignación.

- Tenías que moverte, tenías que salir del atasco, así que aproveche tu baile de la macarena para estampar mi coche contra el tuyo y ¡Funcionó! La carrocería de tu coche ciertamente está destrozada. Pero tenías que avanzar y llevabas mucho tiempo atascada. ¿No te molestan los atascos? Cualquier tipo de atasco es horroroso… ¿No te parece? ¡Piénsalo! La vida está hecha para que fluya, de lo contrario es caótica. ¡Todo nace para que se mantenga en movimiento! Piensa en un atasco de cañerías ¿Costoso y sucio no?, ahora en un atasco en tus intestinos ¿Doloroso e incómodo no?, y ¿que tal un atasco en las aguas de un río? ¿Desbordantemente peligroso no?...

Paula comenzaba a entender el porqué había sido arrastrada 50 metros mas adelante. Sabía que de alguna manera este empujón era el que necesitaba para reaccionar y continuar el flujo natural de su vida y de todos los sueños que construía día a día. Ya no había ira en su corazón. Ahora, reinaba la paz. Sentía esa calma que sigue a las fuertes descargas de adrenalina.

Paula reflexionó sobre las palabras que había pronunciado el Señor. Ella no sabía como este desconocido podía tener conocimiento sobre su vida, pero, ciertamente estaba atascada y acababa de ser “laxada”. Este arrastre y/o empujón le había hecho llorar la pérdida de su coche, pero también le había devuelto al movimiento. Indudablemente los empujones duelen, y los laxantes producen dolores de barriga, pero el efecto más importante de ellos es que te devuelven el flujo de lo que por naturaleza debe mantenerse en movimiento.

Mientras Paula sentía ahora la necesidad de moverse en pro de expandir sus alas a nuevos mundos, a nuevos sueños, el señor caminó rumbo a su camión, y mientras lo hacía dijo: “Que la luz de Dios te envuelva”

El corazón de Paula se llenó de alegría y con una gran sonrisa miró al cielo y agradeció.

jueves, 20 de mayo de 2010

El Dorado


Durante muchos años les supliqué a mis padres que me llevaran a La Gran Sabana (El Parque Nacional más hermoso de Venezuela). Desde muy pequeña soñaba con ir a la selva amazónica y poder ver personalmente algún indígena con guayuco o taparrabo. Nunca dejé de insistir en mi solicitud, y mis padres nunca dejaron de darme la misma contestación: ¡no!

La idea siguió revoloteando incasablemente en mi cabeza y dejé que pasaran los años, hasta que un día, cuando ya era mayor de edad decidí llevarme yo misma a La Gran Sabana.

-¿Qué? Respondió mi padre con ojos de león hambriento
- Que me voy a la Gran Sabana respondí suavemente para no incrementar su furia
-¿Tu crees que eso es Nueva York? ¿Cómo te vas a ir sola? Continuó.
- Papa, tranquilo, voy con un grupo de señoras, y, además, hoy en día la Gran Sabana tiene luz eléctrica y ¡hasta los indígenas llevan teléfonos móviles! Voy a estar bien… serán solo quince días.

Durante las dos semanas que precedieron mi inminente viaje a la Gran Sabana mi padre me explicó diversas técnicas de supervivencia:

-¡Nunca te pongas los zapatos antes de sacudirlos! ¡Los alacranes se meten dentro!; ¡Si duermes en algún campamento debes rodear la tienda de campaña con kerosene, para que las serpientes no entren!; ¡cuidado con las hormigas carnívoras!; ¡no te bañes en ningún río! ¡Hay pirañas!; ¡Cuidado con los cocodrilos!; ¿Llevas suero antiofídico?, ¿Antialérgico? ¿Te vacunaste contra la fiebre amarilla?

Llegado el día, me despedí de mis padres, introduje en mi mochila la cajita de primeros auxilios que me habían preparado, y me enrumbé a lo que sería uno de los mejores viajes de mi vida.

Cada cuatro o cinco horas el chófer del autobús paraba. Fueron más de 20 horas de viaje para llegar al corazón de nuestro País. Habíamos llegado a la Gran Sabana. En ese momento supe porque siempre había querido ir. Era lo más hermoso que había visto. Y, hasta hoy, nada ha superado esa belleza, porque, además de ser inigualable, es mía, es de mi Venezuela querida.

Durante el sexto día de nuestro paseo, el guía turístico que nos acompañó durante toda la travesía nos comenzó a deleitar con la historia que envolvía el paisaje:

-Esta carretera por la que vamos transitando fue construida durante la Dictadura de Pérez Jiménez. A los presos los enviaban aquí para trabajar en la construcción de la carretera, y durante las obras, en la espesa y virginal selva amazónica, muchos hombres murieron. Unos por la fiebre amarilla, y otros miles atacados por animales: monos, serpientes, arañas, alacranes, tigres, osos.

“¡Vaya! Mi padre olvidó decirme como defenderme de un oso?” pensé.

Mientras pensaba en la agonía de los pobres hombres que habían muerto durante la creación de la carretera por la que yo me encontraba paseando tranquilamente, descubrí porque había hecho ese viaje.

Todos, en algún momento de nuestras vidas hemos ido a la selva sin querer. En búsqueda del Dorado –de nuestro dorado- hemos emprendido algún viaje, alguna expedición que, por casualidad, o causalidad, nos ha llevado a lo más profundo de la selva. Pero, el hecho de llegar inesperadamente a la selva solo significa que debemos usar la cajita de primeros auxilios para curar las heridas producidas por los animales y bichos de la zona y, una vez recuperados, seguir en búsqueda de Nuestro Dorado. Esa parada en la selva, las mordeduras de alacranes en los pies, el ataque de un oso hambriento, nos han preparado para encontrar Nuestro Dorado.

Y es que, en la vida, somos como un trozo de pescado.

Cuando Dios creó el mundo dijo: “Hágase la luz…”, posteriormente hizo a las flores, a los animales –incluyendo, lamentablemente, a las cucarachas- y finalmente hizo al hombre y a la mujer. Sin embargo, los evangelios no cuentan toda la verdad, y es que, luego de haber creado al hombre, Dios dijo: “y metedlo en un sartén”.

El contenido del antiguo testamento no podía incluir la frase que Dios le había revelado al profeta, pues, en aquél entonces, no existían los sartenes. Es por ello, que los editores, al no entender el significado de la revelación, decidieron no incluirlo en el Génesis. Pero el hombre creó el sartén, y es ahora, cuando debemos conocer la verdad: En la vida, somos un fresco trozo de pescado que se va cocinando lentamente, y minuto a minuto, día a día se va terminando de hacer. Si nos salimos del sartén antes de tiempo nos quedamos crudos, y si nos quedamos más tiempo nos quemamos… Un tiempo en la selva profunda nos cocina un poco mas… nos prepara para que encontremos Nuestro Dorado ¡A punto!

Mientras iba de regreso a mi ciudad, añadí un mandamiento más a la lista de 10 que me habían enseñado: “Amarás a Dios sobre todas las cosas…Honrarás a tu padre y a tu madre… No dirás falsos testimonios… y ONCE: RESPETARÁS TU TIEMPO DE COCCIÓN.

domingo, 16 de mayo de 2010

PLANETA FRT67


¿Qué? ¿Dónde Estoy? ¿Qué ha pasado? Al abrir los ojos no vi más que lo negro de la oscuridad, pero pasados unos segundos mis pupilas se ajustaron y pude definir la figura de lo que se encontraba delante de mí. Mi corazón latía a una velocidad inhumana, y lamentablemente, lo que tenía frente a mis ojos era mucho más inhumano que mi ritmo cardíaco.

¡Dios, Dios, Dios! ¿Por qué? ¡Siempre te he dicho que no necesito ver para creer!, pensé mientras trataba de respirar. El miedo me había paralizado todos los sentidos excepto el de la vista, pero lentamente logré recuperarlos “¡Vamos! ¡Tú puedes! No te va a hacer daño… el... o ella... o lo que sea... es solo un… ¡Dios! ¡Dios!”.

Intenté incorporarme, pero mi cuerpo no respondía. No pude mover ni un dedo. “¡muévete! ¡Corre!” me dije, como intentando dar las órdenes que mi cerebro no estaba enviando a mi cuerpo.

-“Tranquila”. Dijo la cosa. “No voy a hacerte daño; Mi nombre es Kruf. Vengo del planeta FRT67”.

¿Planeta FRT67? En ese momento no podía recordar ni mi propio nombre, pero, si de algo estaba segura, era de que en el colegio nunca había escuchado la existencia de ese planeta. “Quizás falté ese día a clases” pensé.

Mientras comenzaba a recuperar lentamente el dominio de mi cuerpo, pude confirmar algunas de mis dudas. Lamentablemente, la cosa que tenía frente a mí, en mi habitación, era un extraterrestre. Además, este venía de un planeta cuya existencia yo desconocía y, finalmente, parecía ser inofensivo.

Kruf, era, realmente diferente a la imagen que me había creado de los alienígenas. Quizás en cuanto al color de su piel –si se puede llamar piel-, no estaba tan equivocada. Era blanca, más bien fluorescente. Era un cuerpo alto y delgado, con dos brazos y dos piernas. No era tan distinto a nosotros. Incluso pude constatar que tenía 5 dedos en cada mano. Sus ojos de un color azul, como el mar profundo.

-“Señorita, necesito que me acompañe” Dijo kruf.

Dejé de respirar.

-“Siento mucho haberla asustado. Créame que mi intención no era esa. Por favor, acompáñeme” dijo, extendiendo su delgado brazo hacia la puerta.

Tomé aire y cerré los ojos. “No te puedes negar… seguramente te anestesiarían con algún gas y lograrían su cometido” pensé. Kruf había venido por algo, y lo haría con o sin mí, y entre las dos opciones preferí mantenerme consciente.

Me incorporé de la cama y caminé hacia la puerta. Kruf caminó a mi lado en todo momento.

Salimos hacia jardín trasero de mi casa, y ahí nos detuvimos. En medio del jardín se encontraba un aparato ovalado y metalizado de unos 5 metros de altura. “¡Oh Dios, Dios, Dios! ¡Abducción!”Ahogué mis gritos y miré en todas las direcciones. Nadie se encontraba en los alrededores. Parecía que hubieran desaparecido. Mientras observaba la nave supe que pasaría, y con la resignación de un simple humano, débil y aterrorizado me entregué al destino.

Al frente de la nave se encontraban dos seres muy parecidos a Kruf. Se acercaron a nosotros, y con un leve movimiento de cabeza dijeron sus nombres.

-“Mi nombre es Atom”. Dijo el de la derecha
-“Y el mío Pam”. Dijo el de la izquierda

¡Vaya! ¡Pero que alegría!... ¡La familia de E.T!, pensé irónicamente.

En mi interior se dibujaba un ligero cambio de sentido. Por algún extraño motivo, este trío alienígena comenzaba a ganarse mi confianza. Eran amables y, -aunque suene extraño- verdaderamente hermosos.

Kruf tomó la palabra mientras sus dos compañeros me miraban con una curiosidad un tanto perversa:

-“Verá, hemos tenido que aterrizar de emergencia en su jardín. Esta parada no estaba planificada, pero no hemos podido hacer nada al respecto”

- “Ah, ¿Si?, y, podrían decirme ¿porque han elegido mi jardín para su parada estratégica?

- “Quisimos aterrizar en una zona despoblada, pero la nave no respondió” continuó Kruf.

- “Osea, que ¿Se les averió su… nave?”, pregunté.

-“No, no está averiada, solo que se le ha agotado su carga eléctrica”

-“Vaya, cuanto lo siento, y… ¿han parado aquí para que yo les preste unas pilas?”. Ellos parecían no entender el concepto de ironía en mis palabras.

-“¿Pilas? Desconocemos ese producto. En todo caso, hemos aterrizado aquí para que nuestra nave se cargue; Funciona con energía solar, así que solo necesitará unas 20 horas de sol para que vuelva a arrancar. Nos iremos en cuanto el generador de la nave cargue por completo”

Nunca había deseado con tanto fervor 20 horas continuas de sol. Pero esa noche había visto las previsiones meteorológicas. “Las lluvias azotan la región” había dicho el chico del tiempo. “…Maravilloso, la familia de ET necesitará de, al menos, una semana para recargar su avioncito” pensé.

Los tres seres permanecían inmóviles frente a mí. Observaban con una extraña curiosidad cada palabra que yo pronunciaba, cada movimiento de mi cuerpo y yo, por mi parte, respondía igual que ellos. Esto iba a ser, sin lugar a dudas, una abducción cruzada.

Las buenas costumbres –y cito a mi madre- no se abandonan ni en las peores situaciones, así que, haciendo uso de la poca cordura que me quedaba les invité a entrar a mi casa –teniendo en cuenta que la entrada anterior no había sido formalmente permitida por mi-.

Kruf, Atom y Pam me siguieron hasta la cocina, y una vez que tomaron asiento les pregunté: “¿Les apetece algo de beber? ¿Tienen hambre?”

Mi corazón se detuvo. Me arrepentí inmediatamente ¡Dios! ¿Por qué he preguntado esto? ¿Qué comen? ¿Cerebros? ¿Vísceras?

Se miraron entre ellos y respondieron: “¡Si!, ¡tenemos hambre!”. Luego comenzaron a hablar rápidamente entre ellos. Era un tipo de comunicación formada por sonidos muy parecido a los que usan los delfines: silbidos, tintineos, tamborileos.

-“Sabemos que estas asustada, por eso queremos que nos veas comer. Tenemos una dieta especial, y es muy diferente a la tuya. Acompáñanos por favor… y observa” dijo Kruf.

“Observa… tercera persona… no soy la comida” pensé mientras mi corazón latía nuevamente.

Había algo en estos seres que me encantaba. Aún no sabía que, pero lo cierto es que hasta ese momento tuve miedo. Mientras caminábamos hasta el jardín –lugar que eligieron para comer- Kruf me explicó que Pam era su esposa y que Atom era su hijo. “Son una familia… tienen sexo femenino y masculino… no, no preguntes como se aparean” pensé.

Al llegar al jardín, Kruf, Pam y Atom se quedaron de pié y se acercaron entre sí formando un triángulo, cada uno de ellos en un ángulo. Yo tomé asiento en una silla oxidada que había en el jardín y observé. En ese momento desconocía que la alimentación de esta familia cambiaría mi vida para siempre.

Kruf cerró los ojos y llevó sus manos lentamente hasta ambos lados de la cabeza de Pam, su esposa. Le dijo en voz baja que hablara en castellano para que la humana pudiera entenderle. Kruf dejó sus manos en Pam y se dibujó una sonrisa en el rostro de ambos.

Pam comunicó a Kruf en perfecto castellano cuales habían sido sus preocupaciones y sentimientos negativos de todo el día. Una de las cosas que más le había preocupado ese día radicaba en el hecho de haber podido matar de un infarto a una humana. Pam cerró sus ojos. Su esposo mantuvo sus manos en las sienes de Pam y su sonrisa se hizo cada vez más y más grande. Kruf saciaba su apetito lentamente mientras liberaba a pam de sus pesares.

Posteriormente llegó el turno de Pam. Ella tomó sutilmente la cabeza de su hijo y todo transcurrió de la misma manera. Luego lo hizo Atom con su padre Kruf. Durante una semana exactamente, fui testigo de esta alimentación a la hora terrestre de “la cena”. Todas las noches al acostarme, incluía en mis oraciones: “Y, que mañana no salga el sol… para que ellos no se vayan… Amén”

La Familia del planeta FRT67 se retroalimentaba diariamente con sus propias preocupaciones. Y eso, eso era lo mas maravilloso que había visto en toda mi vida. La preocupación de un miembro de la familia era el alimento para el otro, quien lo absorbía y se saciaba de felicidad. Nada llena más que ver a un miembro de tu familia feliz.

“¡Ahora entiendo porque algunas veces comemos 10 veces al día! ¡Ingerimos la comida equivocada!” pensaba. Lo que realmente nos llena no es la comida, sino la satisfacción de aligerar la vida de alguien a quien amamos profundamente.

Abrí los ojos ese domingo y bajé a la cocina. Allí me esperaba la Familia del planeta FRT67 para despedirse. Su nave estaba totalmente cargada y lista para el despegue. Les acompañé hasta el Jardín. Les abracé a todos y –aunque no estaba incluido en su dieta- les regalé una cajita de las galletas de mantequilla que había horneado la noche anterior.

“Vengan a visitarme pronto” Les dije. Y no pude reprimir más el llanto. Eran mis mejores amigos alienígenos. Durante siete días me habían enseñado la simplicidad de la intercomunicación en la familia. “Vuelvan pronto” les repetí mientras me secaba las lágrimas con la manga de mi camisa.

-“Volveremos… te lo prometo” dijo Kruf y vi como sendas lágrimas resbalaron por su blanca mejilla. Se giró hacia la nave donde le esperaban Pam y Atom.

Para mi mayor tranquilidad -y la de mis vecinos- la nave no hizo ningún tipo de ruido al despegar. Fue silencioso y muy rápido. En 2 segundos mi Jardín volvió a ser un espacio dedicado al ocio de terrícolas.

Entré en mi casa nuevamente y corrí hacia la mesita donde estaba el teléfono. Marqué un número.

-¿Si?
-Hola papá
-¡Hola hija linda! ¿Cómo estas? Tu voz suena rara…
- Bueno… he tenido una semana un tanto paranormal
- ¡Ay hija! ¡Tú y tus inventos! Dijo riéndose a carcajadas. “Que conste en acta… intenté decir la verdad” pensé.
-“¿Estarán en casa hoy?” pregunté.
-“Si hija, aquí estaremos”
-¡Excelente! ¡Voy saliendo para allá!
-¿Haz comido? Preguntó mi padre
- Si… pero tengo hambre

viernes, 14 de mayo de 2010

Hazte AUTÓNOMO




No entendía el porqué de muchas cosas. Yo tenía 7 años y comenzaba a descubrir el funcionamiento del universo. Lulú era mi amiga del colegio; con ella estudiaba, hacía mis deberes y jugaba en el recreo. Ella era mi mejor amiga y la quería muchísimo. Una mañana ella dejó de hablarme, y eso, para mí, fue lo más doloroso de los siete años que llevaba con vida. “¡Pero si yo no le hecho nada! ¿Se habrá molestado porque no la di la mitad de mi sándwich el martes pasado? ¡Es que tenía mucha hambre!” pensaba mientras caminaba hacia el lugar donde ella se encontraba.
Lulú, al ver que yo me acercaba giró su cuerpo entero y me dio la espalda. Yo continué y me detuve detrás de ella: “¿Por qué no me hablas Lulú?” pregunté mientras ahogaba el llanto. Ella se quedó inmóvil. Yo conocía esa práctica criminal. Era la “ley del hielo”. “Lulú, a mi no me puedes hacer esto. Te estoy hablando así que respóndeme” Le exigí. Algo hizo que Lulú dejara de ignorarme con la frialdad del hielo y volteó su cara. Mirándome fijamente me dijo: “Mi mamá me ha dicho que tu no me convienes. Que eres una niña muy rara y que si me ve contigo no me comprará mas helados ¡Así que vete de aquí!”.
Claro que me fui. En cierta forma yo no quería que dejaran a Lulú sin helados para toda su vida. “¿Rara yo?” pensé. Esa tarde mi padre me recogió al colegio como siempre. Al llegar a casa, y sin haber abierto la puerta sentí el olor de mi plato favorito: Maíz –si, solo mazorcas de maíz cocinadas en agua con sal y untadas con mantequilla-.
Mi corta vida comenzaba a ser totalmente normal y ya había curado las heridas de mi primera ruptura amistosa, cuando una mañana de mayo una monja de mi colegio me llamó a su oficina: “¡Usted! ¡A mi oficina Ya!”.
-¿Pero que hecho esta vez? Susurré. Gracias a Dios ella no pudo escuchar.
El temblor de mis piernas era imperceptible pero en realidad no sabia como me podía mantener en pié. Me aterrorizaban las “llamadas” urgentes a las oficinas de Dirección, Subdirección, Coordinador, y demás cubículos habitados por adultos dentro de un colegio.
La Monja cuyo nombre borré de mi mente –por aquello de que los hechos traumáticos se suelen bloquear en la memoria- me invitó a sentarme en la silla de los “castigados”. Ella se sentó frente a mi y me miró con una sonrisa maquiavélica: “Niña, he recibido quejas de varios profesores. Es por ello que te he traído aquí y he citado a tu padre”. “¿Qué? ¿Mi padre? Pe...” pensé. Él entró a la oficina de la monja con una sonrisa muy típica en el, y la mujer no le correspondió en lo mas mínimo. Comenzó su acusación inmediatamente:
“Señor, quiero que Usted esté presente mientras hablo con su hija, porque ha decir verdad, ya estamos cansadas de recibir quejas diariamente por su comportamiento insolente”. Mi padre dejó de sonreír y fijó su mirada en la monja. Ella continuó: “Todos los días –hizo énfasis en TODOS- durante los últimos meses, algún profesor viene a quejarse de su hija, porque ella no sabe comportarse.”
-Perdone Madre, pero, ¿A que se refiere Usted con que eso de que mi hija no sabe comportarse? Dijo mi padre. “¡Gracias Dios!” pensé. Mi padre siempre me defendería. Era mi héroe. Incluso en este momento en el que se me acusaba de algún tipo de mini-herejía. Y allí la monja calificó mis delitos:
-“Esta niña nunca está quieta, se pasa todo el día haciéndole muecas a sus compañeros de clases para que se rían, y claro, esto hace que los otros le sigan el jueguito. Es como una payasa de circo. Además, ya varios profesores me han dicho que se ríe mucho en clases y que lo hace fuerte, a carcajadas, y eso, eso no lo puedo permitir en un colegio como este”.
Ese día decidí hacerme autónoma.
La respuesta de mi padre fue clara. Soltó una carcajada que se pudo escuchar a 100 metros de la oficina. La monja no supo qué hacer. Ella no tenía como fundamentar su acusación, y aunque en aquel entonces yo no lo sabía, toda persona se presumía inocente hasta que se demostrara lo contrario.
La madre de Lulú vivía por cuenta ajena (vivía bajo la dirección de uno o varios empresarios: madre, padre, tío, primas, vecinos, etc.). Esa era el tipo de vida que le habían enseñado y el que le quería mostrar a Lulú –por eso yo era rara… yo era autónoma-.
La monja de mi colegio, también vivía por cuenta ajena y en una relación laboral bastante antigua –miles de años-. Las risas, los cantos, los juegos y la alegría no eran permitidos en su manual de instrucciones. Y fue por eso que me sometió a un juicio sin ningún tipo de garantía procesal donde mi única defensa fue mi padre.
Mi padre salió de la oficina de la monja y me pidió que le acompañara. Yo miré a la monja y ella asintió – “no soy hereje” pensé. Él me besó en la frente y me dijo algo que recordaría toda la vida “¿Ella te paga?” y yo respondí que no. Entonces continuó: “Si no te paga no es tu jefe...así que la puedes mandar al mismísimo….”.
Muchos años han pasado, y cada vez que alguien me sienta en un banquillo de acusada me pregunto “¿El te paga?”

miércoles, 12 de mayo de 2010

Subidón del Ibes 25





“Subidón en la Bolsa de Valores” leí en el periódico matutino mientras iba en el metro rumbo a mi trabajo. “¡Dios mío!” exclamé en voz alta y se me inundaron los ojos de lágrimas “¡Ya pasó todo!; ¡La economía se ha levantado! ¡Ha renacido como el ave fénix!” pensé. Justo en ese momento miré a mi alrededor y me di cuenta que una pareja de viejitos me miraba fijamente con sus cabezas ladeadas. “¿Es que a ellos no les alegra?” Pensé. “¡Ah, quizás no lo sepan! ¡Quizás no han leído el periódico!”

Decidí que debía darle la noticia a los viejitos que me habían estado mirando durante todos los minutos que duró mi orgasmo-emocional-económico.

-“¡Hola!” les saludé con una alegría exagerada –quizás por aquello de que ya la gente no está acostumbrada a que se acerquen extraños- . Inmediatamente la señora de unos 70 años de edad aferró su bolso con más fuerza, y su acompañante instintivamente dio dos pasos hacia delante cubriendo a la mujer. Ignoré el innecesario instinto de supervivencia de los ancianos y proseguí:

-“Hace unos minutos leí una noticia ¡Excelente!, ¿Quieren saber que pasó?”. Esta última frase a manera de pregunta despertó la curiosidad de la pareja. Pude leer en la mirada de estos viejitos varias cosas: “pobre muchacha”, que luego cambió a “¿Que habrá pasado?”, y finalmente a un desesperado “¡necesito saberlo!”

La señora seguía sujetando fuertemente su bolso y luego de mirar interrogante a su acompañante respondió: “¿Qué ha pasado?”. “¡Bingo!”, pensé “La segunda opción”.

-“¡La Bolsa de Valores española subió! ¡El Ibex-35 se disparó en un 14%! ¡Es un record!” Les dije con la respiración entrecortada por la emoción que me producía.

Silencio. Lo que a mí me pareció un minuto para ellos mostraba ser aún mas angustioso. La abuelita rompió mágicamente el silencio “¡eh… ah… la…! ¿La bolsa? ¿El ibes has dicho?” y continuó:

- “Mire señorita, yo no sé lo que es la bolsa de la que habla; tampoco se que es el ibis o ibes o como sea, y además ¿Qué tiene de bueno que suba o que baje esa bolsa?” preguntó. “El Ibes… suena bien” pensé. El señor interrumpió abruptamente mis pensamientos hablando en un tono un poco más alto del necesario en un vagón de metro “¡Ya estamos otra vez con la bolsa! No seas ilusa niña. ¡Esto se lo llevó quien lo trajo! ¡Punto!”.

En este momento tenía la atención de la pareja fijada en mí,-al igual que la del resto de los pasajeros que viajaban en nuestro vagón- y debía cumplir con la obligación de apagar el fuego que había encendido en estos dos seres en mi cabeza aún retumbaba el “punto” que había puesto el señor en nuestra milimétrica conversación.

“¡Ya estamos otra vez digo yo!” pensé. Desde el año 2008 las frases como las del abuelito del vagón, a saber: esto se lo llevó quien lo trajo, habían pasado a la categoría de Omnipresente. En todo lugar, a toda hora, en cualquier edad, incluso en todo estrato social. Y esta situación ya comenzaba a producirme cierto malestar estomacal.

La pareja continuaba mirándome fijamente mientras yo organizaba las ideas que mas adelante les plantearía y que sorpresivamente terminarían involucrando a los 25 pasajeros del vagón. Tomé una bocanada de aire, relajé mis músculos, y les hablé con autoridad de madre superiora –esa voz que asusta cuando has hecho algo malo-: “¿Me podría decir su nombre señor?”. La expresión en el rostro del señor era realmente atemorizante. “¡Como se mueva un milímetro hacia mí corro!” pensé.

-“¡Eso a Usted no le importa! Pero ya que estamos, mi nombre es Jesús” respondió desafiante. Y continuó “y ella es mi mujer, Lola”.

“¿Y si no le importa porque me está dando el nombre de el y el de su mujer?” pensé.

Cuando llamas a las personas por su nombre se sienten en terreno amigo. Y eso era lo que intentaba hacer. Mi plan daría resultado.

“Jesús, Lola, la bolsa de valores es este metro. ¡Todos somos una bolsa! Y este vagón es el ibes, es decir, lo mejor del metro, o podemos llegar a serlo”. Continué empleando el nombre que Lola le había puesto al ibex porque me encantó. Jesús y Lola se mantuvieron en silencio mientras yo continuaba ejecutando mi plan.

“La bolsa esta llena de productos, y el metro está lleno de gente. En este vagón hay…”. Me detuve en seco. “Y si…” pensé. “¡Ayúdenme a contar cuantas personas hay en este vagón!” les dije. Increíblemente Jesús accedió y junto a Lola comenzó a contar a todas las personas del vagón señalándolas con el dedo. Los pasajeros estaban muy cerca o de unirse a nosotros o de bajarse en la siguiente parada. Sin embargo, todos se quedaron.

A los pocos segundos Lola y Jesús venían hacia mí. “Hay 25 personas niña” dijo Jesús.

“¡Muy bien, pues este vagón es el ibes 25!” exclamé. ¡SOMOS EL IBES 25! Que maravillosa coincidencia.

Me acerqué más a ellos, lentamente, y les dije que se acercaran a mí. Ellos dudaron unos segundos pero lo hicieron. Esta cercanía era para evitar que las demás 22 personas escucharan –era parte del plan-. Y continué:

“Verán, somos el ibes 25. Cada una de estas personas tiene indicadores. Cada uno indica estar bien o mal. Fíjense en los rostros de todos. ¿Qué ven?”. Como un par de niños haciendo una travesura comenzaron a observar a las 22 personas. Aunque ellos intentaron ser discretos la acción de reconocimiento de rostros fue bastante descarada. Jesús y Lola asentían con la cabeza, fruncían el seño, sonreían. Inconscientemente ellos iban mimetizando sus propias expresiones con las que veían en cada uno de los pasajeros – tal y como sucede entre las empresas que cotizan en bolsa-. De repente, Lola introdujo la mano en su bolso y sacó una pequeña libreta, sus gafas y un bolígrafo. Yo sonreí. Era la mejor mañana de Lola en mucho tiempo. Se leía en sus ojos. Era totalmente maravilloso. “La felicidad es gratis” pensé.

Con la poca vergüenza –en el buen sentido- que caracteriza a las personas mayores de 50 o 60 años, Lola se dispuso a preguntar a cada uno de los pasajeros como se sentían: “¿Cómo está Usted?” “¿Qué tal se siente hoy?” “Hola” “¿Esta molesto?”. Algunos pasajeros la miraron con ojos de odio, pero, para mi sorpresa, todos fueron respondiendo las preguntas. “¿Sabía Lola que era una líder nata?” pensé.

Lola regresó a mí con su libreta llena de apuntes, y seguidamente dijo: “Jesús, Usted y yo estamos felices, entonces somos tres”. Así, los resultados de la encuesta realizada por Lola, incluyéndonos a nosotros, fue el siguiente:

2 personas = molestas
1 persona= flipada
6 personas = Felices
5 personas = Cansadas
8 personas = Tristes

“¿Es decir que el indicador mas fuerte es el de la tristeza?... ¡Si en un vagón de 25 personas hay solo 6 felices – y quizás podríamos sumar al flipado- es normal que pocos se interesen en nuestros productos!” Pensé.

Era evidente que los indicadores del vagón -ahora conocido como “ibes 25”- podían variar. Cada persona podría transmitir amor, tristeza, rabia, odio dependiendo de los rumores. “¡Es que somos una bolsa! ¡El rumor nos afecta como a la bolsa!” le susurré a Lola. Era increíble como un pequeño titular nos había llevado a todos los miembros del ibes 25 a descubrir que nuestro país, nuestra casa, nuestro trabajo funcionaba y variaba en alzas y bajas de acuerdo a los mismos indicadores (rumores, alegría, tristeza, etc.)

Lola, quien terminó de llevar a cabo un plan divino –porque definitivamente no era el que yo había pensado-, decidió cambiar “los indicadores” de los pasajeros. Caminó hacia el centro del vagón; o más bien debería decir que danzó. Se movía segura de si misma, enérgica, maternal; y Jesús, le miraba con tanto orgullo que no pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. Una vez que estuvo allí, se detuvo y comenzó a cantar.

No puedo explicar con palabras lo que sentí en ese momento. La voz de Lola era dulce y llena de paz. Ella había sido cantante por muchos años. Se le veía como dominaba cada tono, y cada movimiento de su cuerpo. Los 24 pasajeros que escuchamos aquella mañana a Lola, con sus 79 años de edad nunca más pudimos olvidarla.

Cuando me subí al vagón de ese metro, y debido a los indicadores de todos los que formábamos parte de él, el ibis cerraba con una caída del 40%.

-“Próxima estación: Pinar de Chamartin, final de trayecto” se oyó por los parlantes del metro

En esta ocasión, y al unísono, los 25 del vagón dijimos: “¿Final de Trayecto?”

Esa mañana, todos salimos del vagón con el mejor indicador: el de felicidad. “El Ibis 25 cierra con un subidón del 100%” pensé. Esa mañana vendimos millones de acciones del mejor producto. Y esa, es, sin lugar a dudas, la mejor inversión.

martes, 11 de mayo de 2010

Te declaro LA GUERRA monstruito





A la primera persona a quien le detecté la monstritis (v.monstritis.: enfermedad causada por el ataque del monstruo come sueños) fue a una persona que tú también conoces, y luego, lentamente fueron apareciendo más y más casos. Llegué a la conclusión de que esto era serio. Estábamos frente a un ataque masivo del monstruo. Es una epidemia.

Desde ese momento decidí declararle la guerra al monstruo, y para ello, tenía que identificar sus movimientos, conocer sus gustos, infiltrarme en filas enemigas. No sin sorprenderme, descubrí que este monstruo es bastante inteligente, y que habitaba en el lugar más vulnerable de nuestra especie: en nuestro corazón. -“no será fácil”- me dije.

El monstruo había ido evolucionando durante miles y miles de años; había ido creando un ejército colosal para posicionarse finalmente en el lugar desde donde podía recibir toda la información. No había nada que el no pudiera escuchar desde nuestro corazón. Además, descubrí que el enemigo era hiperpolíglota, porque los casos de la enfermedad aparecían en cualquier parte del mundo. “Pero ¿Será posible que este desalmado entienda todos los idiomas del mundo?” pensé.

Nuestro enemigo no seguía ningún patrón; atacaba indistintamente a hombres, mujeres, adolescentes, adultos, solteros, viudos, viejos, políticos, amas de casa, cirujanos, ricos y pobres.

Una vez conocido el lugar desde donde actuaba este deplorable monstruo, me dispuse a investigar sus tácticas de guerra. ¿Cómo atacaba? ¿En que momentos? ¿Cuáles eran sus armas? ¿Actúa solo? O ¿Es una banda?

Como un espectador mas desde las gradas de un coliseo, observé por varios meses. El monstruo atacaba en momentos de vulnerabilidad del ser humano; Se mantenía agazapado a la espera de cualquier descuido, y llegado éste, envestía con todas sus fuerzas contra lo que nos mantiene vivos: nuestros sueños. El monstruo se regocijaba con palabras como: “Y si…”, “Me arrepiento…” “Ojala no…” “¿Porque lo hice?”, “Tengo miedo de…”, “No va a funcionar…”, “No vale la pena”, “mejor no…” “¿Para que arriesgar…?. Al escuchar estas palabras, él se preparaba, pues conocía perfectamente el siguiente paso que daría el humano.

“No lo hagas”, grité desde las gradas. “no bajes tu escudo” “protégete… protégete”, pero ya era tarde. El humano, en este caso, era una mujer, en sus treintas, y no pude reprimir el llanto. Ella era hermosa, joven, y muy especial, y sin embargo, había decidido no seguir con ese sueño. Había decidido no cambiar el rumbo ni tomar una decisión que le significara entrar a un territorio nuevo y desconocido. Prefirió no hacer nada. Apagó de un golpe la luz que iluminaba sus días, la que le daba fuerzas cada mañana. Apagó finalmente aquello en lo que creía.

En la oscuridad, el monstruo atacó a la mujer, pero, esta vez, pude ver las armas que empleaba esta escoria. El monstruo aplicó pequeñas dosis de tristeza y esperó. “¡No! ¡Reacciona!…¡estás a tiempo¡ grité de nuevo. Ya no podía llorar. Ahora sentía que podía acabar con ese monstruo con mis propias manos. Sin pensarlo me abalancé contra el monstruo armada con un bolígrafo –el que estaba usando para hacer las notas de mi investigación- . Sentí como la adrenalina le dio fuerza a mis piernas para que se movieran rápidamente, y para que mis brazos pudieran alcanzar al monstruo; nunca pensé que pudiera moverme tan rápido pero ahí estaba yo, rumbo al monstruo que estaba aniquilando a mi especie. “¿Quieres guerra?”, le grité desafiantemente, “¡Pues la vas a tener sabandija asquerosa!”. Cuando quedaban unos dos metros de distancia entre el monstruo y yo, choqué fuertemente contra una barrera invisible que me separaba de ellos. “Pero… ¿Qué...?” fue mi último pensamiento. Caí al suelo como no lo hacía desde que tenía unos 8 años de edad. Por unos segundos -no sabría decir cuantos- , no supe donde estaba; no entendí que hacía ahí, tendida en el suelo, con un fuerte dolor en la cabeza, y sentí ese hormigueo en el cuerpo que precede al regreso de la conciencia. Y recordé todo. Me puse en pié, y miré hacia donde estaba el monstruo y su víctima. Las dosis de tristeza habían hecho mella en la mujer, y ahora lloraba desconsoladamente. El monstruo sonreía de satisfacción y continuó su ataque suministrando esta vez un poco de amargura. Le hablaba a la mujer y reafirmaba todo pensamiento negativo que cruzaba por la mente de su víctima “Si, no sirve para nada que hagas eso”, “No, no saldrá bien”, “Sería un riesgo innecesario”, “nunca tendrás éxito”, “No eres lo suficientemente buena”… Cada indicio de sueño se esfumaba en milésimas de segundos y se evaporaba con una lágrima derramada por esta mujer.

Las armas que empleaba el monstruo eran más que biológicas. “Esto no es bioterrorismo” pensé con indignación “Esto es algo mucho peor”. Y su abanico de armas se terminaba de completar con el reciente escudo invisible que yo acababa de descubrir al estamparme contra el a una velocidad bastante respetable. Me acerqué al lugar donde se encontraba el monstruo y la mujer –esta vez andando muy lentamente y con el brazo extendido hacia delante de modo que pudiera preveer el lugar desde donde comenzaba el obstáculo invisible-. Con mi mano toqué todo el escudo y delimité su alcance y forma. Era circular y abarcaba tanto al monstruo como a la mujer. “Eres repulsivo e… inteligente” pensé con desdén. Ni yo, ni ninguna persona que se acercara a ellos podrían penetrar el escudo. La única persona que podía acabar con el monstruo estaba ahí dentro con el. Ella era la única que podía defenderse del monstruo. Pero para ese momento, la mujer ya no recordaba cuales habían sido sus sueños; no podía visualizar lo que alguna vez soñó hacer o tener. En su corazón había litros de tristeza y de amargura que no le dejaban sonreír. Además, había algo que me había quedado muy claro, y es que el segundo ataque del monstruo era muy fácil, el tercero aún mas y así sucesivamente. Una vez que los humanos permitían que el monstruo atacase sus fortalezas una primera vez, sus corazones quedaban al descubierto para ser atacados sin resistencia alguna en las siguientes ocasiones.

La experiencia con aquella mujer marcó un antes y un después en la guerra que había declarado contra este monstruo. “¡Esto no se queda así!” grité antes de abandonar el sitio donde se encontraba la mujer y su verdugo. Salí del lugar, con mi cuaderno y mi bolígrafo-arma, y me dispuse a continuar mi investigación.

Estaba claro que nos enfrentábamos al monstruo más deplorable de todos los tiempos. Actuaba desde un lugar donde podía conocer todo lo que pensábamos y sentíamos. Empleaba armas totalmente ilegales, y además, neutralizaba a cualquier defensor de la víctima mediante el escudo protector. Sus armas iban debilitando al humano hasta dejarlo en un estado muy parecido al de un títere. El humano atacado por el monstruo -lleno de tristeza y amargura- salía de casa a trabajar y regresaba cansado de no soñar, y siempre terminaban sus días llorando unos minutos o unas horas, hasta que finalmente se dormían. Otros, definitivamente, no dormían.

Los humanos con monstritis luchaban día a día, pero no lograban recordar nada. Querían volver a sonreír pero no recordaban como se hacía. Querían volver a soñar pero ya se les había olvidado. En medio de la desesperación, los humanos buscaban ayuda y terminaban tomando sustancias que aliviaran su dolor –unas con prescripción médica y otras no reconocidas por la industria farmacéutica-. Nada funcionaba, parecía que los síntomas empeoraban cada vez más.

Tenía que encontrar a algún humano que hubiese podido defenderse. Parecía que nada podía detener al monstruo come sueños y eso comenzaba a irritarme. Los humanos seguían cayendo como moscas ante los ataques de esta escoria y yo seguía sin encontrar su punto débil. “Tiene que haber un antídoto que acabe con este parásito malévolo” pensé.

Un domingo por la tarde -el día preferido del monstruo para atacar- me dí cuenta que había un punto que no había tomado en cuenta en esta investigación. “¿Y si en vez de intentar hablar con las víctimas me concentro en quienes no han sucumbido ante el ataque del monstruo?” Si, pensé, eso haría. Solo alguien que hubiese podido evitar el ataque podría dar las respuestas a mis interrogantes. Recordé que mi madre no había sido atacada, así que sin previo aviso la fui a visitar.

- ¿Por qué crees que a mí no me ha intentado atacar el monstruo hija?, dijo mi madre con una mirada profunda y esa sonrisa estilo “mona lisa” que solo podría significar algo: aquí hay historia y esta conversación será larga.

Durante cinco horas ininterrumpidas, hablamos sobre sus varias experiencias con el monstruo. “Siempre hay momentos en los que estamos vulnerables ante los ataques”, me dijo. Y continuó “la diferencia radica en que llega un momento en el que tu mismo decides no ser atacado. Para ello, necesitas la ayuda de alguien que esté fuera del escudo invisible”. -“¿Decides? ¿Pero como decides si esta escoria te llena el alma de tristeza, miedos y amargura?” le respondí-. Ella me miró, y con una voz llena de tranquilidad y esa mirada que te puede hacer sentir segura hasta en medio de un bombardeo me dijo: “Te haces inmune a sus ataques” y se fue a la cama. Así, sin más explicación. “Si, ¡me quedó totalmente claro mama!” pensé indignada. Fui a su habitación, le dí un beso y me dispuse a salir. Mientras cerraba la puerta escuche que mi madre susurraba –lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara- “Lo descubrirás hija mía”

Esa noche leí un correo electrónico que me había enviado una gran amiga –el humano con monstritis no se comunicaba de otra manera que no fuera por correo electrónico, pues la poca comunicación que mantenían con el mundo exterior era por medio del Internet-. Ana, como otros millones de humanos en el mundo, estaba enferma. Había sido atacada por el monstruo y ya no recordaba quien era. “¡Pero no te cansas bestia del demonio!” grité con todas mis fuerzas. “Esto tiene que acabar de alguna manera…tiene que haber un idioma que este monstruo no entienda” dije con lágrimas en los ojos. Y, justo en ese momento, entendí lo que mi madre me había querido decir. Había un idioma que el monstruo no entendía. Si el monstruo no lograba entender lo que la persona pensaba no podría atacarle, no podría usar sus armas para derribar a nuestra especie. “¡Aja! ¡Ya te tengo pedazo de escoria!” dije en voz alta.

A la mañana siguiente fui en búsqueda de mi amiga.

Al llegar a su casa la encontré sentada en su cama y junto a ella…si, el monstruo. Fue muy difícil contener mis ganas de lanzarme contra el monstruo y clavarle el bolígrafo en el cuello, pero yo ya conocía –de primera mano, o de primera cabeza, según se mire- con lo que me iba a topar.

Ana lloraba como yo nunca la había visto llorar y eso me partía el corazón en mil pedazos. Pero no podía dejar que la tristeza me invadiera estando tan cerca de este monstruo. Yo tenía un plan, y lo iba a ejecutar inmediatamente. “¡Te voy a sacar de ahí Ana!” grité con todas las fuerzas de mi voz. Ana levantó su cabeza lentamente y clavó su mirada en mí. “¿me puedes escuchar?” le pregunté a Ana. “Si” respondió en un susurro. Seguidamente se hundió en una almohada y continuó llorando.

Ahora todo comenzaba a encajar. En las ocasiones anteriores ninguna de las víctimas había sido capaz de escucharme. “Necesitan la ayuda de alguien que esté fuera del escudo invisible del monstruo” me había dicho mi madre. Mi madre se había reservado la parte más importante de esta pista: la ayuda desde fuera del escudo invisible no puede ser dada por cualquier persona; Solo alguien que te ame puede ayudarte. Solo así podrían hablar el idioma del amor. Solo así el monstruo sería derrotado.

Ahora entendía porque en una familia no todos padecían monstritis, o en un grupo de amigos, o de trabajo. Alguien del grupo que fuere, debía estar sano para cumplir su misión: Ayudar desde fuera del escudo invisible del monstruo y salvar a su ser amado de las garras de esta enfermedad.


-“Ana, se que ahora no puedes recordar quien eres, y que quizás ya no sabes lo que querías o lo que quieres ahora. Mas adelante te lo explicaré, lo prometo. Pero ahora, lo mas importante es sacarte de donde estas, y para eso, voy a necesitar tu ayuda ¿lo harás?”
- “Pe...pero”, titubeó entre sollozos. “¿Dónde estoy?”

Dudé por un momento, pero le dije la verdad. “Ana, esto te va a sonar a ciencia ficción, pero estas secuestrada por un monstruo come sueños en una cúpula impenetrable e invisible”

- ¿Estas hablando en serio? Me dijo mientras me miraba atónita. Ya no lloraba. “¡Bien!” pensé.
-Si, es en serio. Yo con estas cosas no juego.
-Ana, te voy a ayudar a recordar un par de puntos que quizás el miedo, la amargura, la tristeza y el silencio han borrado de tu memoria. Le dije lentamente. Ana me miraba fijamente. Ya había captado su atención, ahora solo tenía que ayudarla a recordar.

¿Recuerdas como disfrutábamos cocinando juntas? Ella no respondió
¿Recuerdas que buscábamos recetas con ingredientes rarísimos y preparábamos al menos 4 platos los fines de semana? Me encantaba verte cocinar porque te gustaba tanto como a mí. Lo hacíamos para despejar y para comer, claro, que nos encanta. Le dije. Ella movió lentamente la cabeza ¿Asintió? Pensé ¿Será mi imaginación o si recuerda algo de lo que le estoy diciendo? Me calmé. Tenía que seguir.

-Te encantaba sonreír Ana. Bueno, ¡mas que sonreír te gustaba reírte a carcajadas ruidosas del tipo “camionero”¡. Muchos de los que estábamos contigo –y que queremos seguir estando eternamente- lo hacíamos para escucharte reír. Porque ¿Sabes? No todo el mundo es capaz de reír con la facilidad con la que tú lo hacías. Eso me llenaba de alegría. Amabas la vida como pocas personas he conocido. Disfrutabas los pequeños detalles y no los enseñabas a quienes te amamos. Eras muy observadora y eso nos ayudaba a quienes somos mas, digamos, hiperactivos. Y, ¿recuerdas que veíamos las 30 películas nominadas al Oscar una semana antes de la entrega de los premios? Y que luego mezclábamos el final de una con el principio de otra película… Recordar todo esto me hacía reír a mí también. Ella había estado conmigo en tantos momentos felices. En verdad quería encontrar la manera de demostrarle que es una mujer maravillosa.

“¿Esta sonriendo?” Pensé. Si, Ana estaba tumbada en la cama y mientras miraba el techo sonreía. “La mejor fue cuando nos tomamos 30 cervezas y nos fuimos del bar sin pagar porque, supuestamente, el camarero te había robado el teléfono” me dijo. Y pronto esa sonrisa se convirtió en carcajada. “¿Qué? ¿Supuestamente? ¡Claro que me lo había robado! ¡En mi cara! Por eso nos fuimos sin pagar” Le dije con tono de reproche. Pero el sonido que escuché me hizo volver al ahora. Las carcajadas de Ana eran como antes, como siempre debieron haber sido. Me acerqué lentamente al escudo invisible y estiré mi brazo –no quería mas lesiones físicas-. No lo encontré. La alegría de Ana y el amor que existía entre dos amigas que se reencontraban después de tantos meses de lejanía a causa de la monstritis hizo desaparecer el escudo invisible y, con el, al monstruo come sueños.

Ana se duchó, se vistió rápidamente y con una energía contagiante me dijo “¿Te apetece una cervecita?”

-¡Yeeeiiii! grité de emoción. No podía creer que mi amiga estaba de regreso. “Por supuesto que si…¡A celebrar que has regresado!. ¡Tenemos tanto que contarle a la gente! Tú me ayudarás. Todos deben saber cual es el secreto para aniquilar al monstruito de pacotilla”

Llegamos a un bar donde solíamos ir y ella ordenó: “Dos cervezas por favor”, el camarero asintió y mientras se alejaba Ana dijo: “Aquella noche tomé tu teléfono prestado para hacer una llamada rápida… y… ¡se me cayó a la taza del baño…!”

-¡Pedazo de….

lunes, 10 de mayo de 2010

Bienvenidos a mi blog


¡Bienvenidos a mi blog!

HOMO del latín homo (V. homo: criatura que anda erguida en dos patas; el género incluye al hombre moderno y a sus mas cercanos parientes)

¿Erguido? ¿En dos pies? y peor aún ¡Parientes cercanos!

Es muy fácil jorobarse y dejar de estar erguidos

Es mas fácil aún tropezar y dejar de andar en dos pies

PERO mi misión es y será hasta el día en que muera DEFENDER NUESTRA PROPIA DEFINICIÓN: ¡¡¡ HOMO HAPPINESS ¡¡¡¡¡

¡ha llegado la hora de repartir felicidad!