domingo, 27 de marzo de 2011

El Gran Mago



Recuerdo que cuando era niña, una de las cosas que más me disgustaba hacer, era buscar el significado de las palabras en el diccionario. Mis compañeras tenían el diccionario del tipo “bolsillo”, por lo que, para ellas, se trataba de una tarea fácil ir al pequeño y compacto libro y buscar la palabra en cuestión. Sin embargo, mi madre, amante de nuestra lengua, solía comprar el diccionario más grande que existiera en el mercado –de esos que llevan incorporados, además de una decena de significados por palabra, el origen etimológico de la palabra y su evolución hasta la actualidad, todos los sinónimos, todos los antónimos, y hasta las pronunciaciones-

-¿Mamá? Preguntaba yo, con ojos de cordero

-¿Si?

-¿Qué significa “planear”? Soltaba la pregunta rápidamente, para que ella, del mismo modo, respondiera sin dilación alguna –que tontos somos los hijos-.

-¿Planear? Repreguntaba. Y hacía esa pausa silenciosa que era realmente torturante. Y seguidamente decía, con una ligera sonrisa: ¿Por qué letra empieza?

Esa era su respuesta.

Seguidamente, yo, con cara de pocos amigos, me dirigía hacia el colosal tomo en búsqueda de la palabra que empezaba por la letra P. Me dirigía yo hacia él porque a mi corta edad no podía cargar con él. Mi madre lo había dispuesto todo. Le había mandado a hacer una mesilla al Diccionario. Así que operaba de esa manera, las niñas iban al salón, se acercaban a la mesilla de madera donde reposaba el cuerpo literario, y allí, de pié, pasábamos unos minutos, o a veces horas, buscando el significado de la palabra. Para una niña con déficit atencional, esto podía suponer toda una tarde, pues, leía el significado de la palabra dos veces, me lo repetía mentalmente, y caminaba rápidamente hacia mi habitación para escribir en mi cuaderno el significado, pero, cuando tomaba el lápiz y el papel, ya no recordaba nada. Unos meses después, mi madre decidió mudar al Diccionario y su respectiva mesa a mi habitación. Cuatro años más tarde, sucedió un milagro: El Internet llegó a mi ciudad. Tras varias sesiones familiares, alrededor de la mesa de la cocina, mis padres decidieron donar el preciado Diccionario a la Biblioteca Pública.

Y ese fue el primer milagro que recuerdo haber vivido en carne propia. La inesperada salida de aquel monstruoso libro lleno de letras negras y la entrada en escena del Internet como herramienta de búsqueda de información. Nunca, Jamás, pude siquiera imaginar que un milagro así sucedería. ¡Ni siquiera lo había pedido! Y sin embargo, sucedió, así, sin más.

Desde aquel momento decidí hacerme una cazadora de milagros. Mi madre, mujer observadora por naturaleza, me inició en el arte de encontrar el hecho milagroso en cualquier situación. Me enseñó a abrir mis sentidos, para vivir, de manera consciente, la constante materialización del amor aquí, entre los mortales. De la misma manera que me indujo a buscar el significado de palabras de más de quince consonantes en aquel horroroso texto, me guió en la tarea de buscar, por mí misma, el significado del poder del amor.

La palabra Milagro, proviene de la voz “miraglo” –si, una evolución en la palabra muy parecida a lo que supongo que sucedió con el cocodrilo español y crocodilo inglés-. Y, que, la Real Academia de la lengua española, define como: 1. m. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. (Definición obtenida tras una búsqueda realizada en tan solo 0,14 segundos haciendo uso de la milagrosa herramienta de búsqueda)

En este juego de la vida, la característica más importante del Milagro es su imprevisibilidad. ¿Qué pasaría si lográramos vaticinar el milagro que está a punto de suceder? La vida sería real y totalmente aburrida.


-Hola, ¿Qué haces?

-Ah, es que dentro de 11 minutos exactamente, conoceré al hombre con quien pasaré el resto de mi vida



-¿Porqué no estás estudiando? ¿No se supone que tienes el examen final de química mañana? Pregunta la madre a su hijo adolescente

-Nop, no estudiaré. Mañana en la mañana el profesor de física no irá al Colegio. Le dará diarrea.


No tendría ningún sentido este juego. El intrincado y a veces agobiante juego de la vida.

Los milagros son como las obligaciones en un contrato: pueden ser de hacer –acción- o de no hacer –omisión-. El milagro puede ser un hecho pero también puede tratarse de que un hecho no se lleve a cabo. El milagro puede ser un pájaro, que en medio del nerviosismo que le ha provocado una señora con un paraguas, se abalanza sobre tu cabeza. En un primer momento piensas que el pájaro tiene la férrea intención de comerte los sesos, pero luego, mientras corres hacia el sentido contrario en el que ibas caminando, gritando “¡Auxilio! ¡Auxilio!” logras ver el número del edificio que llevabas 20 minutos buscando y al que tenías que llegar puntual por tratarse de tu entrevista de trabajo.

El milagro, en muchas ocasiones, es un acto de magia, que logra que enfoques tu atención en un punto distinto a aquel en el que la tenías fijada. Los magos, suelen hacerlo muchas veces en sus presentaciones, en las que mientras hacen el truco del sombrero, estalla un fuego artificial al final del escenario, y, mientras todos miran embelesados la belleza de aquellos colores, el mago busca un conejito peludo y lo introduce en el sombrero. En cuanto desaparecen los coloridos chispazos, la audiencia vuelve a enfocar su mirada en el sombrero del mago, y ¡voila! De su interior aparece el animalito.

La mayoría de los milagros ocurren sin que nosotros seamos realmente conscientes de ellos, pues, no conocemos de qué nos protege o hacia donde nos lleva. Solo, en algunas ocasiones, son tan evidentes que no nos queda ninguna duda. Nos hemos salvado de un accidente de tráfico en cadena en la avenida que solemos tomar, por haberse estropeado la batería de nuestro coche. O quizás, hemos llegado tarde a una entrevista de trabajo en una empresa que unas semanas después se declara en bancarrota.

Esa canción que te atraviesa el alma y te llena de alegría y entusiasmo durante un frío domingo de invierno. Esa conversación inesperada con una vieja amiga sobre trivialidades en la que logras dar respuesta a muchas de tus interrogantes. Esa planta que te regalan y que ahora llena de vida tu habitación. Ese niño que se te acerca a preguntarte algo y te ilumina con su sonrisa y te hace olvidar ese pensamiento maligno que rondaba tu cabeza. Ese chico ciego que conoces en el vagón del metro que te cuenta que es programador y que te empuja irremediablemente a agradecer por tus ojos y a trabajar con más entusiasmo. Todos son milagros. Y debemos ser conscientes de que estan sucediendo. Esa huelga de controladores aéreos que te impide viajar al otro lado del mundo, ese tiempo en solitario contigo mismo, ese despido injustificado, son, aunque nos cueste definirlo como tal en ese preciso momento, milagros. Son actos de magia que te hacer levantar la mirada, y fijar tu atención en dirección contraria. Y mientras tú miras hacia el destello de luz, algo grandioso sucede. Son la materialización del amor del mejor mago. Son la materialización del amor de Dios por nosotros.

De no ser por ese estallido inesperado, orquestado por el Gran Mago, que nos hace desviar la mirada desde el punto A hasta el punto B, no podríamos sentir, en nuestra propia piel, ese nuevo milagro que está a punto de suceder en nuestras vidas.

1 comentario:

Salazar Craft dijo...

Para los días en los que lo inesperado sucede...

http://habemusnahual.blogspot.com/2009/04/las-libelulas-no-hablan.html