jueves, 5 de agosto de 2010

La Luciérnaga


I
ATRAPADA



El oxígeno se agotaba. Podía sentirlo. Su respiración se hacía cada vez más forzada. Ella había escuchado en varias ocasiones que la cantidad de oxígeno que podría haber en un lugar cerrado dependía de los metros cúbicos que tuviera el área. Pero en ese momento no podía pensar en medir las paredes que le tenían presa del miedo y la desesperación.

Había transcurrido mucho tiempo. Quizás una hora o quizás fueron solo unos minutos.

“¿Por qué no funciona mi luz? ¡Enciéndete! ¡Enciéndete!... Por…Por favor…” La orden se desvaneció en un lamento. Ella creía conocer todos los detalles de su biología.

“¡Por favor! ¿Dónde estoy? ¿Hola? ¿Alguien puede ayudarme? ¡Auxilio! ¡Auxilio!” gritaba mientras tiritaba de miedo. Nadie respondió. Estaba sola.

“¡Que tonta fui! ¡Tonta! ¡Mil veces Tonta!” La ira empeoró la situación. El oxígeno era cada vez más escaso. Su respiración se aceleró mientras recordaba el trágico suceso que la había llevado a esta cárcel. “¡Idiota!”

“No puedo res…” no pudo terminar de pronunciar la palabra. Sus alas no pudieron moverse. Su diminuto corazón redujo los latidos al mínimo. Su cuerpo se preparaba para sobrevivir y ella cedió ante la naturaleza. Se tumbó en el suelo, cerró los ojos, y entre lágrimas se entregó a la muerte. Su metabolismo comenzó a hacerse cada vez más lento.

El estado de hibernación se vio interrumpido por un fuerte ruido. Parecía que algo muy grande hubiese caído muy cerca de donde ella se encontraba, pues, junto con el estruendoso sonido se generó una especie de terremoto que la hizo rebotar de un lado a otro. De pronto salió despidida a una gran velocidad del lugar donde se encontraba atrapada y todo se iluminó violentamente. Sus pupilas no se habían adaptado a tan brusco cambio pero sabía que era libre. “¡Oh Dios! ¡Gracias por darme una segunda oportunidad! ¡Era muy joven para morir!” pensó.

La luz la cegó durante unos segundos, pero, paulatinamente, sus pupilas se fueron adaptando a la claridad. Pudo ver donde estaba. Junto a ella, se encontraba lo que parecía ser la tapa que cubría una caja –en la que había estado encerrada-. Se acercó y leyó una etiqueta que tenía adherida:

________________________

Pret A Manger SL
Gran Vía nº 210
Madrid, España

Contenido: 20 kg Escargots
__________________



Al leer la etiqueta revivió la decisión que por poco le quita la vida. “¡Tonta!”

II
EL ORÍGEN


Durante las últimas semanas, debido a la sequía, no había podido alimentarse apropiadamente. La Selva Venezolana estaba atravesando por una de las sequías más crueles. Ella, una luciérnaga joven, vivaz y alegre, decidió explorar una casa a la que nunca había entrado. Nunca había entrado a ningún lugar donde habitaran humanos, pues su madre se lo había prohibido: “¡Ni se te ocurra! ¡Los humanos son peligrosos! ¡Te matarían!”.

Esa mañana, su madre, la Sra. Mariluz, había regresado a casa con las manos vacías. Ella, como madre al fin, intentó mostrarse positiva, pero en el fondo estaba aterrada con la idea de que su familia pudiera morir de inanición. La hija pudo notar el miedo en los ojos de su madre.

- ¡Adiós mamá! Regreso en un rato
- ¿A dónde vas?
- A jugar con Átomo. Me está esperando en el río
- Muy bien… ¡Cuídate mucho! ¿Si? ¡Y cuidadito con inventar alguna tontería!
- ¡Tranquila mamá! Adiós.

Átomo le explicó como llegar a la ciudad.

Cuando el sol se hizo más fuerte y comenzaba a deshidratarla llegó a la ciudad. Ella desconocía el método con el cuál los hombres contaban el tiempo. Pero su estómago le indicaba que era hora de hacerse con alimentos ricos en proteínas para ella y su familia. De pronto, y mientras se escabullía por entre algunos árboles de un restaurante sintió el aroma de su comida preferida –y de todas las luciérnagas: caracoles-. Su estómago comenzó a rugir, pero se concentró en estudiar la situación.

“¿Cómo puedo llegar a ellos? ¡Solo me llevaré tres! ¡Uno para cada uno de nosotros! ¡Luego vendré a por mas!” pensaba. La idea de proveer de alimento a los suyos le llenó de tanta alegría que se iluminó una y otra vez.

Ella logró divisar, desde el borde de la ventana, una especie de objeto cuadrado en cuyo interior yacían decenas de caracoles. De pronto sintió una corriente de aire casi imperceptible que provenía de la rendija que separaba las dos hojas de la ventana. “¡esta abierta! ¡Allá voy!” se dijo mientras se introducía suavemente por el espacio de la ventana entreabierta.

- ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! Reía y gritaba de emoción.

Se dejó caer en el contenedor de Caracoles y allí fue la luciérnaga más feliz del mundo. Nadaba en caracoles. Comió uno y jugó con el resto mientras pensaba en como transportar la mayor cantidad posible a su hogar. De pronto vio como algo venía sobre ella, y con ello se quedó en la más completa oscuridad que jamás había visto.

¡Auxilio! ¡Estoy aquí! ¿Por qué está todo tan oscuro? ¿Hola? Comenzó a llorar de miedo.

III
LA PRUEBA


¿Pero…Que son Escargots? ¿Cómo he llegado hasta aquí? Ella pensaba que se había enfrentado al único miedo que tenía pero lo cierto es que la verdadera batalla estaba por comenzar.

La oscuridad le aterraba. Y era lógico en ella pues al ser bioluminiscente podía iluminar todo cuanto quisiera y cuando quisiera. Sin embargo, esta vez, mientras estuvo encerrada en la caja de caracoles su colita no se iluminó.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una voz muy grave que la aterró. Se escondió rápidamente tras unas piedras.

-¡Eh! ¡Tú! ¡Tú, gusanito, sal de ahí! ¡No te voy a hacer daño!

Respiró profundo y salió lentamente de la piedra tras la cual se mantenía escondida. Estaba en un jardín hermoso. ¡Cuantas flores! Dijo mientras por primera vez estudiaba todo lo que le rodeaba en aquel momento.

-¡Eh! ¡Gusanito! ¿Eres sordo?

-¿Dónde estas? Y ¡No soy sorda!, dijo un poco irritada.
- ¡Aquí! ¡Soy el árbol que esta un poco más cerca de las rozas blancas! ¡Mira hacia tu derecha gusanito!

Inmediatamente pudo ver al árbol. Era realmente imponente. Simplemente precioso “Una lástima que sea tan mal educado” pensó mientras se acercaba a él.

-¡Hola! ¿Cómo te llamas gusanito? Preguntó el árbol.
-¡Vale ya! ¡Que no soy un gusano!
-¿No? ¡Pues lo pareces! Respondió mientras sus carcajadas retumbaban en el jardín.
-¡Pues no!
-y ¿Qué eres? ¿Un pato? Se ahogó de risa nuevamente.
- ¡Soy una Luciérnaga! ¿No lo ves? Intentó encender su cola y por segunda vez en el día no funcionó. “¿Qué está pasándome?” pensó aterrada.

-¡Vale! Dijo el árbol. ¿Cómo te llamas?
- Lucy
-¡Que original! La luciérnaga “Luci”… El Árbol “Ar”…
-¿Podrías dejar de hacer chistes y ayudarme? Dijo Lucy mostrando en su totalidad el enfado que la embargaba.
-¡Si! ¡Claro! Por cierto, no me llamo “Ar”, me llamo Cotoperí. Un placer
-El Placer es mío. -¿Lo era?-. Esto… Cotoperí ¿Podrías decirme dónde estoy?
-En el jardín trasero del restaurante La Amazona, calle 23, nº 3, Santa Elena de Uairén, Venezuela.
-Eh…y ¿Por qué la etiqueta de la caja dice Madrid?
-Lucy, ¿Conoces algo que se llama Correo? ¿Te suena…? ¿Cartas…? ¿Postales de feliz cumpleaños…? ¿Quizás?

La ironía de Cotoperí comenzaba a irritar a Lucy, sin embargo, era él quien podía responder muchas de sus preguntas – ¿o quizás todas? -.
Cotoperí llevaba 50 años en ese jardín, y lo sabía todo sobre el restaurante: sus empleados (quienes se refugiaban bajo su sombra para llorar o para despotricar del jefe), su jefe (quien se refugiaba bajo su sombra para llorar o para despotricar de sus empleados), sus clientes (quienes se refugiaban bajo su sombra para llorar o para despotricar de los empleados y el jefe de ese restaurante).
El árbol Cotoperí, le explicó a Lucy, que a ese restaurante llegaban alimentos desde distintos lugares del mundo y que eran enviados por correo. Así pues, se apilaban cajas y embalajes en el jardín para luego ser almacenados y posteriormente cocinados en un plato exquisito.

-Pe… Pero la caja estaba en la cocina… ¿Por qué llegó aquí... al Jardín?
-¡Ah! ¡Un error! ¡Pasa mucho! La caja venía desde Madrid, y al abrirla, se dieron cuenta de que ellos no habían pedido Escargots –que no son mas que simples caracoles a los que llaman así para venderlos 50 veces más caros-. Por eso la cerraron –contigo dentro- y la han puesto aquí. En unas horas la enviarán de regreso a Madrid.

-Madrid… repitió Lucy como haciendo un eco.

Lucy siempre había querido ir a Madrid. Era su sueño. La Selva amazónica era quien la había hecho crecer y rodearse de muchos amigos. Pero Europa era donde soñaba vivir. Su madre, Mariluz, le apoyaba y le decía que muy pronto aparecería esa oportunidad mágica que la llevaría al lugar que ella quisiera.
-Cotoperí, ¿Sentiste el terremoto?
-¿Eh?
-¡Sí! Todo retumbó. Yo estaba dentro de una caja y de pronto salí despedida. ¿Lo sentiste?
-¡Ah! ¡Si! Claro… verás estaba lloviendo muy fuerte y además con descargas eléctricas –muy común en estas zonas-. Un rayo golpeó a mi amigo Siempreverde.

La voz de Cotoperí se entrecortó y se hizo suave. Por primera vez parecía estar hablando en serio.

-Que Dios lo tenga en su gloria. Continuó. ¡Míralo! ¡Era un árbol de su casa! ¡Padre de familia! ¡Deportista! ¡Nunca le hizo daño a nadie!

Lucy miró hacia donde se encontraba Siempreverde. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Temblaba de solo ver el tamaño de ese árbol. Su respiración se aceleró y de pronto sintió la necesidad de salir huyendo. Quería irse de ese lugar. “¡Tengo que salir de aquí! ¡Ese árbol… ¡ No, no puedo…” pensaba. Estaba aterrada.

-¡Eh! Lucy… ¿Estas bien? ¡Pareces que has visto un muerto!...bueno… si… está muerto… pero es un árbol muerto… y esos no dan miedo.. ¿O si? Preguntó Cotoperí.

-No… estoy bien… Lucy intentó controlar su respiración. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala.

La conversación se extendió hasta el anochecer. Cotoperí resultó ser especialista en “Luciérnagas” ya que solían anidar en la corteza de su tronco. Así pues, le explicó a Lucy que cuando se siente amenazada su luz no enciende. Por ello no encendió mientras estuvo encerrada en la caja de escargots. La luz de las luciérnagas es una alabanza a la alegría. Es como para los humanos una sonrisa indeleble. Solo cuando se sienten plenas, felices, y en paz consigo mismas pueden alumbrar. Solo cuando los humanos se sienten plenos, felices, y en paz consigo mismos pueden mostrar una sonrisa indeleble. Son dos formas de alumbrar: una con una lucecita en su cola y el otro con un brillo en los ojos que encandila.

Cotoperí había desarrollado dos virtudes en su larga vida: era paciente como ningún otro ser vivo. Y además, sabía escuchar. Era, a decir verdad, el psicólogo del Reino Vegetal. Al caer la noche Lucy le había confiado toda su vida al árbol.

-Lucy… ¿Te gustaría irte a Madrid? Preguntó el árbol sabiendo de antemano la respuesta que recibiría
-Eh… ¡Sí! ¡Me encantaría!
-¡Pues manos a la obra! ¡Te ayudaré! ¡Tienes que entrar en la caja! ¡En unas horas la cerrarán y la enviarán de regreso a Madrid! Dijo el árbol con entusiasmo.

Lucy pensó en su familia. ¿Cómo podría dejarlos? ¿Quién les llevaría alimento? ¿Podría vivir lejos de ellos? Cotoperí, acostumbrando a estudiar el lenguaje corporal de quienes se refugiaban bajo su sombra, descifró los pensamientos de la luciérnaga.

-Lucy… ¡No te preocupes por tu familia! ¡Ellos estarán bien! ¡La sequía está por terminar! ¡Lo siento en mi cuerpo! Bueno… en mis hojas.

La melancolía embargaba a Lucy, pero decidió que la oportunidad de ir a un nuevo mundo quizás no se repetiría. Era ahora o nunca.

-Lucy debes ir a la caja ahora mismo. Están cerrando el Restaurante. Le inquirió el árbol.
-Si, lo sé.
-¡Anda, ve, la caja esta detrás de Siempreverde! ¡ve y escóndete dentro!

Lucy dejó de respirar.

-¡Lucy! ¡Comienzas a preocuparme! ¿Qué te pasa? ¡A la caja! ¡Ya! Exigió. Pero Lucy estaba catatónica. No podía pensar. Solo podía ver la magnitud del árbol. Tendría que subir por su tronco y escalar hasta el otro lado. ¡No! ¡No podré hacerlo! Pensaba.

-Eh… No, Cotoperí, lo siento, pero no puedo. Me voy a casa.
-¿Qué? ¿Qué no puedes? ¿De que hablas?
-No puedo ir hacia el otro lado. No puedo acercarme a… al árbol muerto… es muy grande… no… y se derrumbó en un mar de lágrimas.
-Lucy, tranquila. ¡Es un árbol! ¡Muerto! ¡Solo tienes que subirte en su tronco y caminar sobre el hacia el otro lado! ¡Detrás está la caja!
-No
-¿Por qué?
-Porque es muy grande
-¿Y?
-¡Y me aterra!
-¿Por qué?
-¡No lo sé! ¡No sé que hay detrás! Respondió.

Cotoperí se quedó en silencio. Nunca había conocido a una luciérnaga que le tuviera miedo a los árboles caídos. ¿Qué puede ser? ¿Qué tipo de…? “Ah… quizás…” pensó el árbol.

-Lucy… Detrás de ese árbol está la caja que te llevará a hacer tu sueño realidad. Esta mañana comenzó como un día cualquiera, y mira hasta donde te ha traído. Estuviste encerrada en una caja durante horas. Luego hubo una tormenta eléctrica que derribó a Siempreverde. El impacto de él sobre el suelo hizo que salieras despedida de la caja. Tú y la tapa quedaron de este lado, y la caja del otro lado. Y te conocí. ¡Durante las últimas 15 horas, han ocurrido milagros en cadena! Y todo para que tu, mi pequeña Lucy, hagas tu sueño realidad…

Lucy yacía en una piedra y escuchaba atentamente a Cotoperí.

-El tronco de ese árbol es muy grande. Lo sé. Y, quizás no sepas que hay tras él. Lo desconocido siempre da un poco de miedo. Pero, imagina que no está el tronco del árbol… ¿Qué ves? Preguntó Cotoperí.

-Eh… supongo que está la caja.
-¡Exacto! Y ¿A dónde te llevará la caja?
-Eh… a ¿Madrid?
-¡Correcto! Lucy, puede que no sepas muchas cosas, pero lo único que realmente importa es que sabes lo que hay detrás de este obstáculo. Detrás de él está tu sueño. Detrás de el esta tu felicidad. La vida es como este jardín: para llegar a donde soñamos llegar hay que enfrentarse a obstáculos enormes y cuya magnitud nos impiden ver más allá, pero lo importante es saber que detrás de él está lo que buscamos.

Lucy no sabía si lloraba de tristeza o de alegría. Ella sintió como un enigma que mantenía guardado en su ser de pronto se había resuelto y le daba fuerzas para seguir adelante –no sin temor-.

-Lucy, tu crees que eres pequeña, diminuta, insignificante ante la grandeza del mundo que te rodea, y quizás por eso temes enfrentarte a este gran árbol caído. Pero quiero que sepas que no eres pequeña. No muchos hubiesen emprendido un viaje a la ciudad en busca de alimento. ¿Cuántos hubieran hecho lo que tú? Muy pocos hubieran tenido tu valentía. ¡Eres grande! ¡La naturaleza te ha dado luz para que ilumines todo cuanto te rodea! ¡Y debes estar feliz para hacerlo! Y, si sabes donde está tu felicidad pues haz lo que tengas que hacer para que alumbres ese lugar.

-Si… es justo lo que voy a hacer. ¡Voy a iluminar todo Madrid! Dijo Lucy mientras el llanto se confundía con carcajadas. Se puso en pié –o en patas-, y se dirigió hacía el tronco del difunto Siempreverde. ¡Gracias Cotoperí! ¡Muchas gracias por todo! ¡Gracias por...! La despedida se vio interrumpida por una voz que llamó a Lucy: ¡Lucy! ¡Lucy!

Lucy giró su cuerpo y a lo lejos pudo divisar a un pequeño cuerpo. Podía reconocerlo a muchos metros de distancia. El cuerpo se fue acercando cada vez más.
-¡Mamá! ¡Que bueno que estás aquí! Gritó Lucy mientras corría hacia ella. Los ojos se le llenaron de lágrimas mientras se aferraba al cuerpo de su madre.

-¡Hija! ¡Lucy! ¿Cómo estás? ¡Estábamos preocupados! ¡Átomo nos dijo que habías venido a la ciudad! Y, supusimos que estarías aquí.

-¡Estoy bien mama! Eh… mamá… del otro lado del árbol caído está una caja que me llevará a Madrid. ¡No quiero dejarte! ¡Ven conmigo!

Mariluz sonrió y abrazó nuevamente a su hija.

-Hija, yo cuando tenía tu edad hice todo lo que pude para ser feliz. Luego naciste tú, y tus hermanos. Desde ese momento mi felicidad radica en que ustedes hagan todo lo que puedan para ser felices. Y si tu felicidad es ir a Madrid, la mía es ver como lo haces. No puedo dejar a tus hermanos hija. Además no me gusta la comida mediterránea. Yo soy más del Caribe. Ve hija. Anda y haz tu sueño realidad.

Lucy abrazó a su madre y así estuvieron hasta que la voz grave de Cotoperí les alertó. “¡Vamos! ¡Es hora! ¡Ya viene el Chef a recoger la caja!”

Lucy se enrumbó hacia el tronco. Su madre la acompañó. En varias ocasiones Lucy sintió que se le nublaba la vista del pánico, pero sujetó la mano de su madre. De pronto todo pasó. Ya estaba del otro lado. ¡Si! ¡Lo logré! ¡No había nada malo tras el tronco! ¡Solo la caja! ¡Solo mi sueño! Gritaba Lucy.

Se abrazaron madre e hija una vez mas y Lucy entró en la caja. Se escondió tras los escargots.

-¡Eh! Sra. Mariluz. ¡Venga! ¡Escale por mi corteza para que pueda ver el despegue de su hija! ¡Por cierto! ¡Un placer conocerla! ¡Tiene ud. una hija maravillosa!
-¡Si! ¡Lo sé!

El chef del Restaurante La Amazona salió por la puerta trasera y se dirigió hasta el lugar donde él recordaba haber dejado la caja de escargots. Se dibujó una mirada de desconcierto en su rostro mientras buscaba. Se horrorisó ante el árbol Siempreverde derrumbado por la tormenta y finalmente encontró la caja. Marilúz y Cotoperí observaban en silencio. El Chef tomó la caja, miró en su interior y luego la cubrió con la tapa.

El chef caminó con la caja en el regazo, y mientras se alejaba, Mariluz y Cotoperí pudieron ver en el interior como una luz se encendía y se hacía cada vez más brillante.