miércoles, 9 de febrero de 2011

Todo merece TU amor


Nada merece tu estrés.

Nada.

¿Mejorará la situación económica del país por tu estrés?

¿Mejorará tu trabajo?

¿Mejorará el estado anímico de tu jefe?

¿Mejorará tu cuenta bancaria?

¿Mejorará el presidente que gobierna?

¿Mejorará el cambio climático?

¿Mejorará la salud de tus familiares o la tuya propia?

¿Mejorará tu matrimonio?

¿Mejorará a la factura de la luz, la del gas, la del teléfono?

No. Por el contrario, ocasionará que con el poco dinero que ganas, en tu aburrido trabajo, y mientras tú pareja te critica, tengas que ir a pagar la factura del teléfono, con el dolor de cabeza que tenías pero elevado a la enésima potencia. Tendrás el mismo dolor de cabeza, pero enriquecido con insomnio, y por tanto cansancio. Tendrás dolores en la espalda y el cuello, y por tanto más dolor de cabeza. Tendrás miedo de enfermarte y por tanto pensarás las cosas más horribles que alguien se puede imaginar, y por tanto, tendrás más insomnio, y más dolor de cabeza y más tensión muscular. Tus familiares te verán, y se asustarán, y por tanto, a ellos también les dolerá la cabeza y pensarán que tu muerte se acerca. Al ver que tus familiares comienzan a tener dolores, tú empeorarás, y te sabotearás y pensarás cosas más y más descabelladas y tendrás más dolores y más enfermedades. Tu jefe verá que estás muriendo y te despedirá. Tú empeorarás por haber perdido tu trabajo. Tu familia sufrirá y tendrán más dolores y más enfermedades. Al final tu morirás, y ellos al verte morirán. Nadie pagará la factura. Y el presidente, el cambio climático, la cuantía de los servicios, las ofertas de trabajo, la crisis económica y tu cuenta bancaria seguirán siendo los mismos.

Nada merece tu estrés.

Todo merece tu amor. Con tu amor, se duerme, se sueña, se crea, se anima, se llena de paz, se atrae, se acaricia, se cree, se sana, se entiende, se espera, se es feliz.

Afuera puede que todo siga siendo igual, pero si dentro opera el amor, todo lo de fuera irá necesariamente cambiando.

lunes, 7 de febrero de 2011

Happy-Noticias


Si leemos detenidamente el periódico podemos llegar a tomar muchas decisiones erradas: irte del país porque morirás de hambre, dejar de buscar trabajo porque no lo encontrarás, dejar de trabajar con entusiasmo porque al final seguirás ganando lo mismo, dejar de pensar en que todo mejorará porque el Fondo Monetario Internacional amenaza con cerrar el grifo, comenzar a pensar en no tener hijos porque no podrán ir a la universidad, dejar tu carrera porque cuando la termines de estudiar te pagarán una miseria de sueldo, renunciar a tu trabajo e irte a China porque allá sí que pagan bien, llegar a china y darte cuenta de que si no hablas chino no te dan trabajo…

Muchas veces, cuando no reencontramos con alguien a quien tenemos mucho tiempo sin ver, sucede lo siguiente:

-¡Hola! Le saludo con todo el afecto que siempre le he tenido.

-¡Hola Gaby! Me responde ella.

-¡Pero qué bonita estas! ¿Cómo te ha ido? ¿Sigues trabajando en….? Pregunto todo lo que pueda haber cambiado desde la última vez que le haya visto.

-¡Ah! Si yo te contara….

Y, señores, se desencadenan las historias de telenovelas. Pero no cualquier telenovela. Sino esas que hacen ahora entre Miami, México y Venezuela. –Son una fusión mortífera con el perdón de mis amigos productores-. Durante una hora, me cuenta que ha denunciado a su anterior jefe por acoso sexual, que el actual no valora su trabajo, que se ha roto un tobillo y que estuvo 3 meses en cama, que la casa del pueblo donde solía ir a veranear se ha inundado, y pare de contar. Finalmente, cuando nos despedimos dice:

-¡Ah, por cierto! ¿Te dije que estoy embarazada?

- ¿…?

¿Por qué no habló de la buena noticia durante los 60 minutos que estuvimos reunidas? ¿Por qué centró toda su conversación-monólogo en situaciones negativas y oscuras? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Porque nos hemos olvidado de hablar de las cosas buenas, de los que nos gusta, de lo que soñamos…

Pareciera que ya no sucedieran cosas buenas en el mundo, que todo estuviese dominado por el señor oscuro, pero esto no es más que una ilusión. Es una ilusión porque en la realidad suceden muchas cosas buenas. Solo que, por alguna extraña razón, no está de moda hablar de lo bueno, sino de lo malo. Pero esto debe y tiene que cambiar. Mi misión, y tú misión, es imponer la moda.

Nunca pensé que los pantalones pitillo y los blazers con hombreras volverían ha estar de moda. Y ¿Qué ha pasado? Ahí están, expuestos en todas las tiendas.
Entonces, si algo tan escalofriante como los blazers con hombreras han vuelto a las pasarelas y a las calles del mundo ¿Por qué no podría volver el interés y la tertulia por las buenas noticias?

Es una cuestión de naturaleza. Si nos enfocamos en noticias buenas, y hablamos sobre ellas, éstas se multiplicarán. Así funciona nuestro universo.

Es por ello que hoy, me tomo el atrevimiento de contar con cada uno de Ustedes. Cada uno de Ustedes conoce una buena noticia, un milagro, un giro inesperado, una razón para sonreír, una muestra de amor. No tenemos que irnos lejos para buscar una noticia positiva porque los protagonistas somos cada uno de nosotros. Aunque creas que en tu vida no ha ocurrido nada bueno durante este mes, o este año, piénsalo y encontrarás no una, sino miles de buenas noticias que compartir con el mundo. Compártelas. Cuéntalas al universo. Aunque te parezca algo insignificante. Nada es insignificante –hasta el simple aleteo de una mariposa desencadena un efecto en el universo-.

Este blog ya va recibiendo varias decenas de visitas todas las semanas –muchísimas gracias a todos los lectores-, lo que quiere decir que, tras algunas semanas, muchas personas habrán leído y comentado una buena noticia.Lo mas importante: habrán sido conscientes de todo lo bueno que les sucede. Y así comenzará ha operar el cambio. Estas buenas noticias atraerán más y más milagros. Y, cuando menos lo esperemos, la noticia positiva acompañará a los pantalones pitillos, las hombreras y el rojo carmín en los labios.

Muchas gracias por formar parte de esta, ya imparable, cadena de Happy-Noticias

¡Cuéntale al mundo tu Happy-noticia!

domingo, 6 de febrero de 2011

No acepte imitaciones


Todas las tardes jugábamos a las escondidas. Durante esas horas éramos las personas más felices del mundo. No existía el tiempo ni el espacio. Todos nuestros pensamientos se enfocaban en encontrar ese lugar imposible de hallar. Debía ser un lugar en el que pudiéramos introducirnos y mantenernos en silencio para no poder ser capturados. La adrenalina se apoderaba de nosotros. Nuestro corazón latía con más fuerza mientras escuchábamos la voz de nuestro perseguidor llamándonos por nuestro nombre.

Un estornudo, una carcajada inesperada, un ataque de hipo nervioso o un movimiento incontrolado terminaban por dejarnos en evidencia ante nuestro adversario, y tras un último intento de escape éramos atrapados. Y esta secuencia se repetía una y otra vez.

En nuestro grupo, yo era de las más fáciles de hallar. Y, esto por dos razones fundamentales: siempre elegía el mismo lugar para esconderme –tenía un favoritismo inexplicable por los cestos de ropa sucia- y mi risa me delataba una y otra vez. Por tanto mi adversario solo tenía que hacer dos cosas: ir al cesto de la ropa sucia –en todas las casas había uno- y/o escuchar con atención por donde caminaba. Sin embargo, tuve el placer de jugar a las escondidas con artistas natos. Se mimetizaban con la naturaleza que les rodeaba. Recuerdo una tarde en la que nunca encontré a un niño –se llamaba Gaspar-. Grité durante 2 horas que saliera de donde estaba pues el juego había terminado. El nunca me creyó pues ésa era una técnica que solíamos emplear para hacer que la persona saliera de su escondrijo y luego atraparle. Esa tarde me fui a casa y nunca logramos saber donde había estado Gaspar.

A la mañana siguiente, la madre de Gaspar llamó a la mía y le informó que su hijo estaba en el hospital. Según le comentó, le había encontrado dentro de la nevera. No se trató de nada grave. Los médicos le diagnosticaron una hipotermia no muy severa y un catarro bastante respetable. Nada que una sopa de pollo y una buena mantita no pudiera solventar.

Nunca supimos a ciencia cierta cómo Gaspar logro vaciar la nevera para introducirse en ella en tan corto tiempo. ¿Dónde guardó los alimentos que había sacado? ¿Cómo pudo soportar durante tanto tiempo? Gaspar era un artista en este juego. Era de estos niños que no temían a nada. El se escondía dentro de lavadoras, chimeneas, y sobre los tejados. Razón tuvo su madre al prohibirle categóricamente que jugara a las escondidas durante los años que le quedaran de vida.

Me gustaría saber de Gaspar, ¿A que se dedicara? ¿Será policía? ¿Creativo? ¿Diseñador de interiores? ¿Analista financiero? Me gustaría saber si sigue escondiéndose…

A los 6 años, el juego de las escondidas era un reto, una aventura, un momento maravilloso en el que con toda la astucia que pudiésemos albergar en nuestro intelecto –muy poca en mi caso- poníamos a prueba la labor investigadora del adversario. No existía el miedo. No existía el mañana. No existía el hambre. No importaba si ganábamos o perdíamos pues, seguiríamos intentándolo.

Hoy, han pasado muchos años desde aquél momento. Y si pudiera volver a jugar a las escondidas volvería a elegir el cesto de la ropa sucia. Y es que, la mayoría de las decisiones que tomamos a los 6 años, siguen vigentes hasta que mueres. En ese momento ya somos nosotros y por tanto, lo que seremos en el transcurso de nuestras vidas. Somos ésa personita de 6 años con ciertos añadidos que vamos recopilando durante años. En mi caso, ambas situaciones siguen en vigor: el favoritismo por esconderme en cestos de ropa sucia, y la risa nerviosa que continúa delatándome ante cualquier intento de engaño.

Yo quisiera jugar a las escondidas otra vez. Pero a éste juego, el original. No al otro que juegan muchos adultos.

En varias ocasiones, acepté, bajo engaño, jugar a este mal llamado “las escondidas”. La dinámica del juego es bastante parecida, pero, sin embargo, la esencia es totalmente distinta. Es una imitación. Y es muy pero que muy peligroso.

-¡Juguemos a las escondidas! Dijo él.

Habían transcurrido más de 15 años desde la última vez que había jugado. Automáticamente regresé a aquellos momentos. La emoción me embargó casi instantáneamente. De forma inmediata comencé a pensar si habría un cesto de ropa sucia en aquella casa. “Tiene que haberlo” me dije.

-¡Sí! ¡Juguemos! Respondí. Ya mi corazón latía aceleradamente.

-Pero… Yo cuento y tú me buscas ¿Te parece? Dijo él.

-¡De acuerdo! ¡Comienzo a contar! Dije con entusiasmo. Me giré hacia la pared. Me cubrí los ojos con el antebrazo y me apoyé lentamente sobre él. Comencé a contar. Conté hasta 50 tal y como lo habíamos acordado.

- 48…49… y 50. El número cincuenta se gritaba, para que la persona supiera que ya comenzaría la búsqueda.

Se trataba de una vivienda de una sola planta. Dos habitaciones, un baño, el salón y la cocina. Sería fácil. Era un espacio reducido y mis años de práctica en este juego me daban cierta pericia en el arte de buscar. Comencé por el cesto de la ropa sucia. Busqué en armarios, debajo de las camas, dentro de la bañera, dentro de la nevera –en honor a Gaspar-, detrás de muebles, etc. Nada. Transcurrieron poco más de 2 horas. Ya comenzaba a desesperarme. ¡Sal de donde estés! ¡Ya no es divertido! ¡No quiero jugar más! Gritaba mientras deshacía el camino recorrido una y otra vez. Nunca recibí respuesta. Aquella tarde me fui de su casa sin saber donde se había escondido.

Cada tarde, decidí ir a casa de mi amigo. Le llamaba insistentemente. Busqué en los sitios más descabellados. Golpeaba con los nudillos en paredes, armarios y en el suelo en búsqueda de pasadizos secretos. “Si suena un vacío es que hay algo…” pensaba.

Pasaron muchos años. El decidió no salir nunca más de su escondrijo. Quizás, al principio, quiso salir, pero con el tiempo, se acostumbró a quedarse ahí, en ese lugar. ¡Sal de ahí! ¡Por favor! ¡Que ya no hay crisis en España! Nada funcionaba. Y nada funcionó. No volví a verle. El decidió no salir de ese lugar. Decidió apagarse y apartarse de todo lo que a su alrededor sucedía. Decidió abandonarnos y sumirse en el silencio de su propio ego.

Otras dos personas me engañaron de la misma manera. Me invitaron a jugar. Advirtieron que yo tenía que contar y que ellos se esconderían. Y nunca, jamás, pude encontrarles.

Ahora, cada vez que alguien me invita a jugar a las escondidas, solicito el sello de garantía. Pues me niego a aceptar la imitación.

Ese lugar en el que se encuentran acabará cediendo. Ese agujero se iluminará. Esa balda se romperá. Está bien esconderse alguna vez. Por algún tiempo. Probar un poco del lado oscuro para aprender a valorar la grandeza de la luz. Pero no permitas que pase mucho tiempo. Acabarás adaptándote y olvidando que aquí fuera, estamos buscándote.

Sé que a ellos les gusta estar informados. Y que donde están tienen conexión de internet. Y que, con casi total seguridad estarán leyendo esto.

Por una cuestión de protección de datos de carácter personal, no diré tu nombre, ni el tuyo, ni tampoco el tuyo. Solo quiero que sepan que aquí fuera, tenemos a todos los cuerpos de seguridad en alerta. Tus fotos tapizan las calles de la ciudad. Esa felicidad que buscabas está aquí y no ahí donde estas. Ahí no estás viendo todos los milagros que suceden cada día. Solo tienes que tomar la decisión. Hazlo. Estaremos aquí fuera esperándote. Siempre.