viernes, 17 de diciembre de 2010

Así se amaba en 1800 y pico






Tal día como hoy, en el año de 1830, en la quinta “San Pedro Alejandrino”, cerca de Santa Marta (Colombia) murió, luego de haber dado libertad a millones de sudamericanos, Simón Bolívar. Su corazón quedó en Colombia, y sus restos, fueron trasladados a Caracas, donde hasta ahora se conservan. Últimamente, se les ha sacado de su sitio, para buscar no sé que hecho oculto por la historia o quizás solo haya sido para desviar las miradas de los observadores a otro lugar. Como en un show de magia. Si, seguramente se haya tratado de un show.

Pero no nos desviemos.

La vida de Simón Bolívar, cuyo nombre completo, nunca atiné a memorizar (Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios Ponte y Blanco) es, sin lugar a dudas, la vida mas estudiada por cualquier venezolano – y boliviano, colombiano, ecuatoriano, panameño, peruano…-. En el colegio, desde el primer grado hasta el último, la asignatura Historia de Venezuela se divide en dos partes: Todo lo que sucedió durante la vida de Simón Bolívar, y Todo lo que sucedió después de Simón Bolívar. Y cada episodio se vuelve a repasar durante cada año escolar, asegurandose los maestros, de que hayas aprendido todo como debe ser. Aún así, yo, particularmente, nunca aprendí el nombre completo de Simón.

Pero lo que sí recuerdo, y muy bien, es la historia de amor que surgió entre Simón Bolívar y Manuela Sáenz. También aprendí algunos de sus pensamientos. Pero, el romanticismo que todos llevamos dentro, aunado a la cantidad de telenovelas que un venezolano puede llegar a seguir desde que nace hasta que muere, tiene un efecto mágico. Y, si hay una historia de amor de por medio, le inventamos un principio, un desarrollo y, por supuesto un final feliz; acompañado, claro está, de un par de tragedias que separan por algún tiempo a los amantes.

Manuela Sáenz, mujer de temple, nacida en Ecuador, fue dada en matrimonio por sus padres, a un señor inglés, llamado James Thorner. Como era costumbre en aquella época, ambas familias pactaron la boda, y la opinión de Manuela o de James, se la comieron con patatas.

En 1822, Simón Bolívar entra triunfante a Quito –Ecuador-, y en medio de un baile de bienvenida al Libertador, conoce a Manuela. Desde aquél momento, y hasta la muerte de Simón, fueron amantes. Y James, bueno, él no forma parte de esta novela.

Lo mas hermoso de esta historia, son, sin duda alguna, las cartas de amor que estos amantes se intercambiaron durante esos ocho años, mientras Simón viajaba de un lugar a otro librando guerras y batallas.


Ortuzco, Abril de 1824

A la Sra. Manuela Sáenz

Mi amor, estoy muy triste a pesar de hallarme entre lo que mas me agrada, entre los soldados y la guerra, porque sólo tu memoria ocupa mi alma, pues solo tú eres digna de ocupar mi atención particular.
Me dices que no te gustan mis cartas porque escribo con letras grandotas. Ahora verás que chiquitito te escribo para complacerte. No ves cuantas locuras me haces cometer por darte gusto. (…)

Siempre tuyo, Simón




Ica, Abril de 1825
A la Sra. Manuela Sáenz

Mi bella y buena Manuela,
Cada momento estoy pensando en ti y en el destino que te ha tocado. Yo veo que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios de la inocencia y del amor.
Lo veo bien, y gimo de tan horrible situación por ti; porque te debes reconciliar con quien no amabas; y yo porque debo separarme de quien idolatro.
Si, te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo. (…)
En lo futuro tú estarás sola aunque al lado de tu marido (James Thorner)
Yo estaré solo en medio del mundo.
Solo la gloria de habernos vencido será nuestro consuelo
El deber nos dice que ya no somos más culpables. No, no lo seremos más.

Siempre tuyo, Simón


A Simón Bolívar

Estoy muy boba y enferma. Cuan cierto es que las grandes ausencias matan el amor y aumentan las grandes pasiones. Usted me tendría muy poco amor, la gran separación lo acabó; pero yo por Usted tuve pasión, y quiero que sepa que la he conservado para poder conservar mi reposo y mi dicha, ella existe y existirá mientras viva. (…)

Siempre tuya, Manuela


Abril de 1825
Al Señor James Thorner

No, no y no; Por el amor de Dios, ¡basta! ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución? ¡Mil veces no! Señor mío, eres excelente, inimitable. Pero, mi amigo, no es grano de anís que te haya dejado por el General Bolívar; dejar a un marido sin sus méritos no sería nada. ¿Crees por un momento que después de haber sido amada por este hombre durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo, o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? Déjame en paz, mi querido inglés. Amas sin placer, conversas sin gracia, caminas sin prisa, te sientas con cautela y no te ríes ni de tus propias bromas. Son atributos divinos, pero yo, miserable mortal, que puedo reírme de mí misma, me río de ti también, con toda esa seriedad inglesa. ¡Como padeceré en el cielo! Tanto como si me fuera a vivir a Inglaterra o a Constantinopla. Eres más celoso que un portugués. Por eso no te quiero. ¿Tengo mal gusto? Pero, basta de bromas. En serio, sin ligereza, con toda la escrupulosidad, la verdad y la pureza inglesa, nunca más volveré a tu lado…

Siempre tuya, Manuela


Plata, 26 de noviembre de 1825
A Manuela Sáenz

Mi amor,
¿Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta?
El estilo de ella tiene mérito capaz de hacerte adorar por tu espíritu admirable. Lo que me dices de tu marido es doloroso y gracioso a la vez.
Deseo verte libre pero inocente juntamente, porque no puedo soportar la idea de ser el robador de un corazón que fue virtuoso, y no lo es por culpa mía. No sé que hacer para conciliar mi dicha y la tuya, con tu deber y el mío; no sé cortar ese nudo que Alexandro con su espada no haría mas que intrincar más y más; pues no se trata de espada ni de fuerza, sino de amor puro y de amor culpable; de deber y de falta; de mi amor, en fin, con Manuela La Bella. (…)

Siempre tuyo, Simón



En 1828, Manuela Sáenz, se interpone entre unos rebeldes que intentaban asesinar a Simón Bolívar, y le salva. Desde aquél entonces, él mismo le llamó: La libertadora del Libertador.

Dos años mas tarde, ante la muerte de su amado, Manuelita dijo: “Vivo adoré a Bolívar, muerto lo venero”

1 comentario:

Anónimo dijo...

sobresaliente GaBy.. muy bien