domingo, 11 de julio de 2010

LA MANO QUE MECE TU CUNA


El día tiene 24 horas, de las cuales dormimos 8 horas ó menos, quedando, por tanto, 16 horas que pueden ser empleadas a diestra y siniestra…

-¡No tengo tiempo para nada! Le dije a mi madre en un ataque de desesperación cuando hablaba con ella por teléfono. Ella, como siempre, me escuchaba pacientemente y luego me atacaría con alguna de sus armas detonadoras.

-¿Si? ¿Qué has hecho hoy? Preguntó –con un ligero tono de risilla que solo por los años que me unen a ella pude sentir-.

-eh… Pues, me desperté, me duche, me prepare una taza de café, y me fui al ordenador con mi café y un trocito de biscocho; Leí el periódico, revisé los correos, respondí algunos y luego…bueno, he estado mirando cosas en internet.

-Parece que ahora mismo no estás muy ocupada… ¿O sí?

-Bueno, ahora mismo no… Pero tengo que hacer un montón de cosas… y no me alcanzaran las horas para terminarlas todas

-Pues haz hoy las que puedas, y mañana haces las que queden sin hacer. Preocúpate por las de hoy ¿Si? ¿Me lo prometes?

Una vez más, mi madre había sembrado en mí la semilla de la duda. ¿Por qué no alcanza el tiempo? ¿Qué es el tiempo? ¿En qué gasto mis horas? ¿Qué mano mece mi cuna? Decidí iniciar una nueva investigación que radicaría básicamente en calcular cuantas horas de mi agitada vida eran manejadas por la mano diestra, y cuantas por la mano siniestra, tomando para todo ello, la expresión “diestra” como la positiva y la de “siniestra” como la negativa.

Ese domingo, decidí terminar de hacer algunas cosas que había dejado en la lista: “Para hacer el fin de semana”. Escribí a varias amigas, organicé mi habitación, lave ropa, planche otro tanto, y finalmente me acosté a dormir. De alguna manera el tiempo en mi vida estaba siendo consumido por alguna cosa o ser invisible y durante esa semana lograría descubrir qué o quién era. ¡No permitiré que me arrebates mis momentos diestros! ¿Es que acaso el mundo está lleno de pequeños monstruos? Decía en voz alta mientras terminaba de quitarle una arruga rebelde a la falda de lino.

“Riiiiiiiiiiiiiiiiiinnnnnnnnngggggggggggg” oí a lo lejos, y segundos después entendí que era el despertador que me daba la orden de ponerme en pie y comenzar una semana más de incesante negociaciones con deudores, arbitraje en batallas campales de esposos en vías de divorcio, negociaciones con contrarios, negociaciones con fiscales, negociaciones con el cliente, negociaciones con mi jefe, negociaciones con la vida…

Mientras me cepillaba los dientes, me duchaba, me servía la taza de café y me vestía de “Lunes” mi cerebro se fue llenando de pensamientos. Supongo que todos los días eran así, pero el ser consciente de ello, y analizar el contenido de los mismos resultó ser bastante agotador. Al salir de casa ya estaba un poco cansada. Sin embargo, continué, y me llegué al despacho a buena hora.

Al entrar a la oficina, y divisar en mi mesa al menos 23 expedientes apilados otra ola de pensamientos atacó mi mente: ¡No podré terminar la demanda a tiempo! ¡La de Carpinterías González y González vence mañana! ¡Pero, ¿Cómo es posible que este trabajando en 23 asuntos al mismo tiempo con este sueldo?! ¿Mi jefe lo sabrá? ¿Creerá que no soy productiva? ¿Por qué nunca le digo que no? ¡Si le dijera que no a algún asunto me daría tiempo para terminar los que ya tengo pendientes! ¡No, se molestaría! ¿Por qué todos los divorcios para mí? ¿No es evidente que lo de divorciar gente no me agrada? ¿Qué significa esa inscripción manuscrita de mi jefe “urgente, comentar”? ¿No son todos urgentes?

No podía creer que un cerebro pudiera pensar tantas cosas al mismo tiempo. “Que agotador...” me dije mientras le ordenaba a mi cabeza que por favor dejara de jugar sucio. Me dispuse a limpiar mi mesa, es decir, a cerrar acuerdos, terminar una que otra demanda, enviar escritos a juzgados y al final de la tarde, en mi mesa solo quedaron unos cuatro o cinco expedientes. ¡Buen trabajo! Me dije. Posteriormente tomé la decisión de recompensarme con un helado.

Mientras comía mi helado veía como la gente entraba y salía del lugar sin mirarse entre ellos, sin mirar si quiera su propio helado. Al igual que yo, se encontraban escuchando 3.000 pensamientos por segundo –cifra que puede ser incluso mayor-. Al terminar, me fui a casa con la larga lista que había apuntado ese día.

Durante los siguientes seis días continué apuntando todo lo que hacía, lo que pensaba, lo que no pensaba, lo que decía, y lo que no. Durante seis días fui mi propio detective privado, y, aunque parezca extraño me gustó haberlo hecho. Compré un corcho de 2 X 2 metros y lo fui tapizando con notas, post its, tickets, y demás -como los de las películas-. Tras varios intentos fallidos, deseché la idea de auto-fotografiarme para hacer más hollywoodense el corcho.

Finalizada la recolección de datos, llegó el día hacer números. Para lograr conocer la cifra real, le adjudiqué a cada cosa que había realizado durante el día una puntuación que iba del 1 al 5, en virtud de cuan diestras o siniestras eran, siendo el 1 para las mas diestras y el 5 para las más siniestras.

1. Muy diestra
2. Diestra
3. Poco diestra
4. Siniestra
5. Muy Siniestra

Desde que el despertador sonó aquella mañana del día 1, mi mente se ocupó en pensamientos agotadores, y ocasionó que dejara de ver muchas otras señales positivas. La crisis matutina de pensamientos negativos duró unos 20 minutos y lo clasifiqué como “Muy Siniestro”. ¡La Auto-distracción del ser humano, mediante pensamientos lesivos debería estar contemplada en el código penal!

Entre el día 1 al 6 (ambos inclusive), el camino desde mi casa hasta el trabajo lo realicé, como siempre, en metro; Leí durante todo el trayecto, por lo que, estos 40 minutos fueron “Diestros”. Luego caminaba hasta el Despacho. Las caminatas parecieron más bien carreras de relevo, y, no veía nada. ¿Nada? Me pregunté con curiosidad. Tras buscar en mis recuerdos comprobé que, ciertamente, no había visto absolutamente nada. Aquellas caminatas de 20 minutos fueron totalmente “Siniestras”. Las avalanchas de pensamientos que disparaba mi mesa cubierta de expedientes fue constante durante todos los días, y no ameritó ser examinada: 30 minutos diarios “Muy Siniestros”.

Subsiguientemente, durante aquél día 1, cuando abrí mi monedero para pagar el helado-recompensa a la señorita de la conocida cadena de comida rápida, me atacó otra ola de pensamientos: ¿Me alcanzará para un helado? ¿No estaré malgastando el dinero? ¿Me subirá el sueldo mi jefe? ¿Conseguiré un mejor trabajo? ¿Y si no lo consigo? Transcurrido algún tiempo di la orden de silencio a mi cerebro. El resultado: 45 minutos muy pero “muy siniestros”. El tema “Insuficiencia de sueldo” apareció durante al menos 5 horas de aquellos 6 días (Siniestralidad absoluta)
Luego iba a casa. Durante el camino en el día 5, hubo unos 5 minutos muy siniestros desencadenados por el titular del periódico de un viajero que señalaba, y cito “Durante este verano los españoles no podrán viajar”.

Las horas en casa fueron las que realmente me impresionaron. El resultado fue de casi un 70% de siniestralidad. Los pensamientos se agudizaban, y en su mayoría tenían que ver con el mañana. Mi cerebro planificaba todo y lo que más me molestaba de todo este asunto es que lo hacía a mis espaldas. ¿Quién te crees que eres? ¿Tú crees que te mandas solo? ¿Ah? ¿Sesitos? ¿Me escuchas? –le regañé haciendo uso del manual: Guía para padre-madre de hijos de 6 a 11 años-.

El resultado de mi investigación era evidente, sin embargo, sumé las puntuaciones. ¡Oh Dios… ¡ pensé al leer los números: 30 puntos a los diestros frente a una arrolladora victoria de los siniestros con 70 puntos.

¿Qué había hecho durante todo el día? ¿Qué me había mantenido ocupada? ¿Qué me había interrumpido una conversación con mi amiga? ¿Por qué no llamé a mi madre a preguntarle cómo estaba? ¿Por qué no pude escribir hoy? Todas estas preguntas se respondían con la misma respuesta. La realidad era que el 70% de ese tiempo libre estaba siendo manejado por una mano siniestra. Los momentos diestros eran pocos, y la posibilidad de que se dieran, eran aplacadas por la fuerza de la mano siniestra.

Habiendo analizado las diferencias entre los momentos diestros y los siniestros, tomé la decisión de iniciar la semana con un nuevo lema: POR UN MUNDO DIESTRO –sin ofender a los zurdos-. Esa noche volví a escribir, porque tuve tiempo. Además, hablé con muchas personas, escribí a muchas otras, leí, soñé, reí a solas en mi habitación. Entendí que debía estar alerta porque a cada minuto la mano siniestra intentaría mecer mi cuna.

Aquella noche dormí tranquila porque sabía que a partir de aquél día la mano diestra mecería mi cuna.

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