martes, 11 de mayo de 2010

Te declaro LA GUERRA monstruito





A la primera persona a quien le detecté la monstritis (v.monstritis.: enfermedad causada por el ataque del monstruo come sueños) fue a una persona que tú también conoces, y luego, lentamente fueron apareciendo más y más casos. Llegué a la conclusión de que esto era serio. Estábamos frente a un ataque masivo del monstruo. Es una epidemia.

Desde ese momento decidí declararle la guerra al monstruo, y para ello, tenía que identificar sus movimientos, conocer sus gustos, infiltrarme en filas enemigas. No sin sorprenderme, descubrí que este monstruo es bastante inteligente, y que habitaba en el lugar más vulnerable de nuestra especie: en nuestro corazón. -“no será fácil”- me dije.

El monstruo había ido evolucionando durante miles y miles de años; había ido creando un ejército colosal para posicionarse finalmente en el lugar desde donde podía recibir toda la información. No había nada que el no pudiera escuchar desde nuestro corazón. Además, descubrí que el enemigo era hiperpolíglota, porque los casos de la enfermedad aparecían en cualquier parte del mundo. “Pero ¿Será posible que este desalmado entienda todos los idiomas del mundo?” pensé.

Nuestro enemigo no seguía ningún patrón; atacaba indistintamente a hombres, mujeres, adolescentes, adultos, solteros, viudos, viejos, políticos, amas de casa, cirujanos, ricos y pobres.

Una vez conocido el lugar desde donde actuaba este deplorable monstruo, me dispuse a investigar sus tácticas de guerra. ¿Cómo atacaba? ¿En que momentos? ¿Cuáles eran sus armas? ¿Actúa solo? O ¿Es una banda?

Como un espectador mas desde las gradas de un coliseo, observé por varios meses. El monstruo atacaba en momentos de vulnerabilidad del ser humano; Se mantenía agazapado a la espera de cualquier descuido, y llegado éste, envestía con todas sus fuerzas contra lo que nos mantiene vivos: nuestros sueños. El monstruo se regocijaba con palabras como: “Y si…”, “Me arrepiento…” “Ojala no…” “¿Porque lo hice?”, “Tengo miedo de…”, “No va a funcionar…”, “No vale la pena”, “mejor no…” “¿Para que arriesgar…?. Al escuchar estas palabras, él se preparaba, pues conocía perfectamente el siguiente paso que daría el humano.

“No lo hagas”, grité desde las gradas. “no bajes tu escudo” “protégete… protégete”, pero ya era tarde. El humano, en este caso, era una mujer, en sus treintas, y no pude reprimir el llanto. Ella era hermosa, joven, y muy especial, y sin embargo, había decidido no seguir con ese sueño. Había decidido no cambiar el rumbo ni tomar una decisión que le significara entrar a un territorio nuevo y desconocido. Prefirió no hacer nada. Apagó de un golpe la luz que iluminaba sus días, la que le daba fuerzas cada mañana. Apagó finalmente aquello en lo que creía.

En la oscuridad, el monstruo atacó a la mujer, pero, esta vez, pude ver las armas que empleaba esta escoria. El monstruo aplicó pequeñas dosis de tristeza y esperó. “¡No! ¡Reacciona!…¡estás a tiempo¡ grité de nuevo. Ya no podía llorar. Ahora sentía que podía acabar con ese monstruo con mis propias manos. Sin pensarlo me abalancé contra el monstruo armada con un bolígrafo –el que estaba usando para hacer las notas de mi investigación- . Sentí como la adrenalina le dio fuerza a mis piernas para que se movieran rápidamente, y para que mis brazos pudieran alcanzar al monstruo; nunca pensé que pudiera moverme tan rápido pero ahí estaba yo, rumbo al monstruo que estaba aniquilando a mi especie. “¿Quieres guerra?”, le grité desafiantemente, “¡Pues la vas a tener sabandija asquerosa!”. Cuando quedaban unos dos metros de distancia entre el monstruo y yo, choqué fuertemente contra una barrera invisible que me separaba de ellos. “Pero… ¿Qué...?” fue mi último pensamiento. Caí al suelo como no lo hacía desde que tenía unos 8 años de edad. Por unos segundos -no sabría decir cuantos- , no supe donde estaba; no entendí que hacía ahí, tendida en el suelo, con un fuerte dolor en la cabeza, y sentí ese hormigueo en el cuerpo que precede al regreso de la conciencia. Y recordé todo. Me puse en pié, y miré hacia donde estaba el monstruo y su víctima. Las dosis de tristeza habían hecho mella en la mujer, y ahora lloraba desconsoladamente. El monstruo sonreía de satisfacción y continuó su ataque suministrando esta vez un poco de amargura. Le hablaba a la mujer y reafirmaba todo pensamiento negativo que cruzaba por la mente de su víctima “Si, no sirve para nada que hagas eso”, “No, no saldrá bien”, “Sería un riesgo innecesario”, “nunca tendrás éxito”, “No eres lo suficientemente buena”… Cada indicio de sueño se esfumaba en milésimas de segundos y se evaporaba con una lágrima derramada por esta mujer.

Las armas que empleaba el monstruo eran más que biológicas. “Esto no es bioterrorismo” pensé con indignación “Esto es algo mucho peor”. Y su abanico de armas se terminaba de completar con el reciente escudo invisible que yo acababa de descubrir al estamparme contra el a una velocidad bastante respetable. Me acerqué al lugar donde se encontraba el monstruo y la mujer –esta vez andando muy lentamente y con el brazo extendido hacia delante de modo que pudiera preveer el lugar desde donde comenzaba el obstáculo invisible-. Con mi mano toqué todo el escudo y delimité su alcance y forma. Era circular y abarcaba tanto al monstruo como a la mujer. “Eres repulsivo e… inteligente” pensé con desdén. Ni yo, ni ninguna persona que se acercara a ellos podrían penetrar el escudo. La única persona que podía acabar con el monstruo estaba ahí dentro con el. Ella era la única que podía defenderse del monstruo. Pero para ese momento, la mujer ya no recordaba cuales habían sido sus sueños; no podía visualizar lo que alguna vez soñó hacer o tener. En su corazón había litros de tristeza y de amargura que no le dejaban sonreír. Además, había algo que me había quedado muy claro, y es que el segundo ataque del monstruo era muy fácil, el tercero aún mas y así sucesivamente. Una vez que los humanos permitían que el monstruo atacase sus fortalezas una primera vez, sus corazones quedaban al descubierto para ser atacados sin resistencia alguna en las siguientes ocasiones.

La experiencia con aquella mujer marcó un antes y un después en la guerra que había declarado contra este monstruo. “¡Esto no se queda así!” grité antes de abandonar el sitio donde se encontraba la mujer y su verdugo. Salí del lugar, con mi cuaderno y mi bolígrafo-arma, y me dispuse a continuar mi investigación.

Estaba claro que nos enfrentábamos al monstruo más deplorable de todos los tiempos. Actuaba desde un lugar donde podía conocer todo lo que pensábamos y sentíamos. Empleaba armas totalmente ilegales, y además, neutralizaba a cualquier defensor de la víctima mediante el escudo protector. Sus armas iban debilitando al humano hasta dejarlo en un estado muy parecido al de un títere. El humano atacado por el monstruo -lleno de tristeza y amargura- salía de casa a trabajar y regresaba cansado de no soñar, y siempre terminaban sus días llorando unos minutos o unas horas, hasta que finalmente se dormían. Otros, definitivamente, no dormían.

Los humanos con monstritis luchaban día a día, pero no lograban recordar nada. Querían volver a sonreír pero no recordaban como se hacía. Querían volver a soñar pero ya se les había olvidado. En medio de la desesperación, los humanos buscaban ayuda y terminaban tomando sustancias que aliviaran su dolor –unas con prescripción médica y otras no reconocidas por la industria farmacéutica-. Nada funcionaba, parecía que los síntomas empeoraban cada vez más.

Tenía que encontrar a algún humano que hubiese podido defenderse. Parecía que nada podía detener al monstruo come sueños y eso comenzaba a irritarme. Los humanos seguían cayendo como moscas ante los ataques de esta escoria y yo seguía sin encontrar su punto débil. “Tiene que haber un antídoto que acabe con este parásito malévolo” pensé.

Un domingo por la tarde -el día preferido del monstruo para atacar- me dí cuenta que había un punto que no había tomado en cuenta en esta investigación. “¿Y si en vez de intentar hablar con las víctimas me concentro en quienes no han sucumbido ante el ataque del monstruo?” Si, pensé, eso haría. Solo alguien que hubiese podido evitar el ataque podría dar las respuestas a mis interrogantes. Recordé que mi madre no había sido atacada, así que sin previo aviso la fui a visitar.

- ¿Por qué crees que a mí no me ha intentado atacar el monstruo hija?, dijo mi madre con una mirada profunda y esa sonrisa estilo “mona lisa” que solo podría significar algo: aquí hay historia y esta conversación será larga.

Durante cinco horas ininterrumpidas, hablamos sobre sus varias experiencias con el monstruo. “Siempre hay momentos en los que estamos vulnerables ante los ataques”, me dijo. Y continuó “la diferencia radica en que llega un momento en el que tu mismo decides no ser atacado. Para ello, necesitas la ayuda de alguien que esté fuera del escudo invisible”. -“¿Decides? ¿Pero como decides si esta escoria te llena el alma de tristeza, miedos y amargura?” le respondí-. Ella me miró, y con una voz llena de tranquilidad y esa mirada que te puede hacer sentir segura hasta en medio de un bombardeo me dijo: “Te haces inmune a sus ataques” y se fue a la cama. Así, sin más explicación. “Si, ¡me quedó totalmente claro mama!” pensé indignada. Fui a su habitación, le dí un beso y me dispuse a salir. Mientras cerraba la puerta escuche que mi madre susurraba –lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara- “Lo descubrirás hija mía”

Esa noche leí un correo electrónico que me había enviado una gran amiga –el humano con monstritis no se comunicaba de otra manera que no fuera por correo electrónico, pues la poca comunicación que mantenían con el mundo exterior era por medio del Internet-. Ana, como otros millones de humanos en el mundo, estaba enferma. Había sido atacada por el monstruo y ya no recordaba quien era. “¡Pero no te cansas bestia del demonio!” grité con todas mis fuerzas. “Esto tiene que acabar de alguna manera…tiene que haber un idioma que este monstruo no entienda” dije con lágrimas en los ojos. Y, justo en ese momento, entendí lo que mi madre me había querido decir. Había un idioma que el monstruo no entendía. Si el monstruo no lograba entender lo que la persona pensaba no podría atacarle, no podría usar sus armas para derribar a nuestra especie. “¡Aja! ¡Ya te tengo pedazo de escoria!” dije en voz alta.

A la mañana siguiente fui en búsqueda de mi amiga.

Al llegar a su casa la encontré sentada en su cama y junto a ella…si, el monstruo. Fue muy difícil contener mis ganas de lanzarme contra el monstruo y clavarle el bolígrafo en el cuello, pero yo ya conocía –de primera mano, o de primera cabeza, según se mire- con lo que me iba a topar.

Ana lloraba como yo nunca la había visto llorar y eso me partía el corazón en mil pedazos. Pero no podía dejar que la tristeza me invadiera estando tan cerca de este monstruo. Yo tenía un plan, y lo iba a ejecutar inmediatamente. “¡Te voy a sacar de ahí Ana!” grité con todas las fuerzas de mi voz. Ana levantó su cabeza lentamente y clavó su mirada en mí. “¿me puedes escuchar?” le pregunté a Ana. “Si” respondió en un susurro. Seguidamente se hundió en una almohada y continuó llorando.

Ahora todo comenzaba a encajar. En las ocasiones anteriores ninguna de las víctimas había sido capaz de escucharme. “Necesitan la ayuda de alguien que esté fuera del escudo invisible del monstruo” me había dicho mi madre. Mi madre se había reservado la parte más importante de esta pista: la ayuda desde fuera del escudo invisible no puede ser dada por cualquier persona; Solo alguien que te ame puede ayudarte. Solo así podrían hablar el idioma del amor. Solo así el monstruo sería derrotado.

Ahora entendía porque en una familia no todos padecían monstritis, o en un grupo de amigos, o de trabajo. Alguien del grupo que fuere, debía estar sano para cumplir su misión: Ayudar desde fuera del escudo invisible del monstruo y salvar a su ser amado de las garras de esta enfermedad.


-“Ana, se que ahora no puedes recordar quien eres, y que quizás ya no sabes lo que querías o lo que quieres ahora. Mas adelante te lo explicaré, lo prometo. Pero ahora, lo mas importante es sacarte de donde estas, y para eso, voy a necesitar tu ayuda ¿lo harás?”
- “Pe...pero”, titubeó entre sollozos. “¿Dónde estoy?”

Dudé por un momento, pero le dije la verdad. “Ana, esto te va a sonar a ciencia ficción, pero estas secuestrada por un monstruo come sueños en una cúpula impenetrable e invisible”

- ¿Estas hablando en serio? Me dijo mientras me miraba atónita. Ya no lloraba. “¡Bien!” pensé.
-Si, es en serio. Yo con estas cosas no juego.
-Ana, te voy a ayudar a recordar un par de puntos que quizás el miedo, la amargura, la tristeza y el silencio han borrado de tu memoria. Le dije lentamente. Ana me miraba fijamente. Ya había captado su atención, ahora solo tenía que ayudarla a recordar.

¿Recuerdas como disfrutábamos cocinando juntas? Ella no respondió
¿Recuerdas que buscábamos recetas con ingredientes rarísimos y preparábamos al menos 4 platos los fines de semana? Me encantaba verte cocinar porque te gustaba tanto como a mí. Lo hacíamos para despejar y para comer, claro, que nos encanta. Le dije. Ella movió lentamente la cabeza ¿Asintió? Pensé ¿Será mi imaginación o si recuerda algo de lo que le estoy diciendo? Me calmé. Tenía que seguir.

-Te encantaba sonreír Ana. Bueno, ¡mas que sonreír te gustaba reírte a carcajadas ruidosas del tipo “camionero”¡. Muchos de los que estábamos contigo –y que queremos seguir estando eternamente- lo hacíamos para escucharte reír. Porque ¿Sabes? No todo el mundo es capaz de reír con la facilidad con la que tú lo hacías. Eso me llenaba de alegría. Amabas la vida como pocas personas he conocido. Disfrutabas los pequeños detalles y no los enseñabas a quienes te amamos. Eras muy observadora y eso nos ayudaba a quienes somos mas, digamos, hiperactivos. Y, ¿recuerdas que veíamos las 30 películas nominadas al Oscar una semana antes de la entrega de los premios? Y que luego mezclábamos el final de una con el principio de otra película… Recordar todo esto me hacía reír a mí también. Ella había estado conmigo en tantos momentos felices. En verdad quería encontrar la manera de demostrarle que es una mujer maravillosa.

“¿Esta sonriendo?” Pensé. Si, Ana estaba tumbada en la cama y mientras miraba el techo sonreía. “La mejor fue cuando nos tomamos 30 cervezas y nos fuimos del bar sin pagar porque, supuestamente, el camarero te había robado el teléfono” me dijo. Y pronto esa sonrisa se convirtió en carcajada. “¿Qué? ¿Supuestamente? ¡Claro que me lo había robado! ¡En mi cara! Por eso nos fuimos sin pagar” Le dije con tono de reproche. Pero el sonido que escuché me hizo volver al ahora. Las carcajadas de Ana eran como antes, como siempre debieron haber sido. Me acerqué lentamente al escudo invisible y estiré mi brazo –no quería mas lesiones físicas-. No lo encontré. La alegría de Ana y el amor que existía entre dos amigas que se reencontraban después de tantos meses de lejanía a causa de la monstritis hizo desaparecer el escudo invisible y, con el, al monstruo come sueños.

Ana se duchó, se vistió rápidamente y con una energía contagiante me dijo “¿Te apetece una cervecita?”

-¡Yeeeiiii! grité de emoción. No podía creer que mi amiga estaba de regreso. “Por supuesto que si…¡A celebrar que has regresado!. ¡Tenemos tanto que contarle a la gente! Tú me ayudarás. Todos deben saber cual es el secreto para aniquilar al monstruito de pacotilla”

Llegamos a un bar donde solíamos ir y ella ordenó: “Dos cervezas por favor”, el camarero asintió y mientras se alejaba Ana dijo: “Aquella noche tomé tu teléfono prestado para hacer una llamada rápida… y… ¡se me cayó a la taza del baño…!”

-¡Pedazo de….

3 comentarios:

carolina martin dijo...

excelente historia.. umm me encanto el final jajajajaj ups..... dile NOOOOOOOOO a la monstritis¡¡¡¡ ;) serio transtorno que padecemos pero que es posible eliminar.. que se los digo yo... ¡¡animoooooo¡¡¡¡

elia honig dijo...

gaby** te pasas! que hermoso cuento... me encantoooo!! ------- me uno a la causa de coty: dile no a la monstritis!! prohibido!-- no la dejes entrar...

LuzCla dijo...

yo tengo una ANA en mi vida (enamorada de la vida, observadora y un tanto escandalosa para reir y otras cosas), ahora escribe historias hermosas para los demas!!
Que nunca nos de monstritis aguda mi Gaby... no te imaginas lo bien que me han caido leer tus historias.
TQM