jueves, 20 de mayo de 2010

El Dorado


Durante muchos años les supliqué a mis padres que me llevaran a La Gran Sabana (El Parque Nacional más hermoso de Venezuela). Desde muy pequeña soñaba con ir a la selva amazónica y poder ver personalmente algún indígena con guayuco o taparrabo. Nunca dejé de insistir en mi solicitud, y mis padres nunca dejaron de darme la misma contestación: ¡no!

La idea siguió revoloteando incasablemente en mi cabeza y dejé que pasaran los años, hasta que un día, cuando ya era mayor de edad decidí llevarme yo misma a La Gran Sabana.

-¿Qué? Respondió mi padre con ojos de león hambriento
- Que me voy a la Gran Sabana respondí suavemente para no incrementar su furia
-¿Tu crees que eso es Nueva York? ¿Cómo te vas a ir sola? Continuó.
- Papa, tranquilo, voy con un grupo de señoras, y, además, hoy en día la Gran Sabana tiene luz eléctrica y ¡hasta los indígenas llevan teléfonos móviles! Voy a estar bien… serán solo quince días.

Durante las dos semanas que precedieron mi inminente viaje a la Gran Sabana mi padre me explicó diversas técnicas de supervivencia:

-¡Nunca te pongas los zapatos antes de sacudirlos! ¡Los alacranes se meten dentro!; ¡Si duermes en algún campamento debes rodear la tienda de campaña con kerosene, para que las serpientes no entren!; ¡cuidado con las hormigas carnívoras!; ¡no te bañes en ningún río! ¡Hay pirañas!; ¡Cuidado con los cocodrilos!; ¿Llevas suero antiofídico?, ¿Antialérgico? ¿Te vacunaste contra la fiebre amarilla?

Llegado el día, me despedí de mis padres, introduje en mi mochila la cajita de primeros auxilios que me habían preparado, y me enrumbé a lo que sería uno de los mejores viajes de mi vida.

Cada cuatro o cinco horas el chófer del autobús paraba. Fueron más de 20 horas de viaje para llegar al corazón de nuestro País. Habíamos llegado a la Gran Sabana. En ese momento supe porque siempre había querido ir. Era lo más hermoso que había visto. Y, hasta hoy, nada ha superado esa belleza, porque, además de ser inigualable, es mía, es de mi Venezuela querida.

Durante el sexto día de nuestro paseo, el guía turístico que nos acompañó durante toda la travesía nos comenzó a deleitar con la historia que envolvía el paisaje:

-Esta carretera por la que vamos transitando fue construida durante la Dictadura de Pérez Jiménez. A los presos los enviaban aquí para trabajar en la construcción de la carretera, y durante las obras, en la espesa y virginal selva amazónica, muchos hombres murieron. Unos por la fiebre amarilla, y otros miles atacados por animales: monos, serpientes, arañas, alacranes, tigres, osos.

“¡Vaya! Mi padre olvidó decirme como defenderme de un oso?” pensé.

Mientras pensaba en la agonía de los pobres hombres que habían muerto durante la creación de la carretera por la que yo me encontraba paseando tranquilamente, descubrí porque había hecho ese viaje.

Todos, en algún momento de nuestras vidas hemos ido a la selva sin querer. En búsqueda del Dorado –de nuestro dorado- hemos emprendido algún viaje, alguna expedición que, por casualidad, o causalidad, nos ha llevado a lo más profundo de la selva. Pero, el hecho de llegar inesperadamente a la selva solo significa que debemos usar la cajita de primeros auxilios para curar las heridas producidas por los animales y bichos de la zona y, una vez recuperados, seguir en búsqueda de Nuestro Dorado. Esa parada en la selva, las mordeduras de alacranes en los pies, el ataque de un oso hambriento, nos han preparado para encontrar Nuestro Dorado.

Y es que, en la vida, somos como un trozo de pescado.

Cuando Dios creó el mundo dijo: “Hágase la luz…”, posteriormente hizo a las flores, a los animales –incluyendo, lamentablemente, a las cucarachas- y finalmente hizo al hombre y a la mujer. Sin embargo, los evangelios no cuentan toda la verdad, y es que, luego de haber creado al hombre, Dios dijo: “y metedlo en un sartén”.

El contenido del antiguo testamento no podía incluir la frase que Dios le había revelado al profeta, pues, en aquél entonces, no existían los sartenes. Es por ello, que los editores, al no entender el significado de la revelación, decidieron no incluirlo en el Génesis. Pero el hombre creó el sartén, y es ahora, cuando debemos conocer la verdad: En la vida, somos un fresco trozo de pescado que se va cocinando lentamente, y minuto a minuto, día a día se va terminando de hacer. Si nos salimos del sartén antes de tiempo nos quedamos crudos, y si nos quedamos más tiempo nos quemamos… Un tiempo en la selva profunda nos cocina un poco mas… nos prepara para que encontremos Nuestro Dorado ¡A punto!

Mientras iba de regreso a mi ciudad, añadí un mandamiento más a la lista de 10 que me habían enseñado: “Amarás a Dios sobre todas las cosas…Honrarás a tu padre y a tu madre… No dirás falsos testimonios… y ONCE: RESPETARÁS TU TIEMPO DE COCCIÓN.

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