
“Subidón en la Bolsa de Valores” leí en el periódico matutino mientras iba en el metro rumbo a mi trabajo. “¡Dios mío!” exclamé en voz alta y se me inundaron los ojos de lágrimas “¡Ya pasó todo!; ¡La economía se ha levantado! ¡Ha renacido como el ave fénix!” pensé. Justo en ese momento miré a mi alrededor y me di cuenta que una pareja de viejitos me miraba fijamente con sus cabezas ladeadas. “¿Es que a ellos no les alegra?” Pensé. “¡Ah, quizás no lo sepan! ¡Quizás no han leído el periódico!”
Decidí que debía darle la noticia a los viejitos que me habían estado mirando durante todos los minutos que duró mi orgasmo-emocional-económico.
-“¡Hola!” les saludé con una alegría exagerada –quizás por aquello de que ya la gente no está acostumbrada a que se acerquen extraños- . Inmediatamente la señora de unos 70 años de edad aferró su bolso con más fuerza, y su acompañante instintivamente dio dos pasos hacia delante cubriendo a la mujer. Ignoré el innecesario instinto de supervivencia de los ancianos y proseguí:
-“Hace unos minutos leí una noticia ¡Excelente!, ¿Quieren saber que pasó?”. Esta última frase a manera de pregunta despertó la curiosidad de la pareja. Pude leer en la mirada de estos viejitos varias cosas: “pobre muchacha”, que luego cambió a “¿Que habrá pasado?”, y finalmente a un desesperado “¡necesito saberlo!”
La señora seguía sujetando fuertemente su bolso y luego de mirar interrogante a su acompañante respondió: “¿Qué ha pasado?”. “¡Bingo!”, pensé “La segunda opción”.
-“¡La Bolsa de Valores española subió! ¡El Ibex-35 se disparó en un 14%! ¡Es un record!” Les dije con la respiración entrecortada por la emoción que me producía.
Silencio. Lo que a mí me pareció un minuto para ellos mostraba ser aún mas angustioso. La abuelita rompió mágicamente el silencio “¡eh… ah… la…! ¿La bolsa? ¿El ibes has dicho?” y continuó:
- “Mire señorita, yo no sé lo que es la bolsa de la que habla; tampoco se que es el ibis o ibes o como sea, y además ¿Qué tiene de bueno que suba o que baje esa bolsa?” preguntó. “El Ibes… suena bien” pensé. El señor interrumpió abruptamente mis pensamientos hablando en un tono un poco más alto del necesario en un vagón de metro “¡Ya estamos otra vez con la bolsa! No seas ilusa niña. ¡Esto se lo llevó quien lo trajo! ¡Punto!”.
En este momento tenía la atención de la pareja fijada en mí,-al igual que la del resto de los pasajeros que viajaban en nuestro vagón- y debía cumplir con la obligación de apagar el fuego que había encendido en estos dos seres en mi cabeza aún retumbaba el “punto” que había puesto el señor en nuestra milimétrica conversación.
“¡Ya estamos otra vez digo yo!” pensé. Desde el año 2008 las frases como las del abuelito del vagón, a saber: esto se lo llevó quien lo trajo, habían pasado a la categoría de Omnipresente. En todo lugar, a toda hora, en cualquier edad, incluso en todo estrato social. Y esta situación ya comenzaba a producirme cierto malestar estomacal.
La pareja continuaba mirándome fijamente mientras yo organizaba las ideas que mas adelante les plantearía y que sorpresivamente terminarían involucrando a los 25 pasajeros del vagón. Tomé una bocanada de aire, relajé mis músculos, y les hablé con autoridad de madre superiora –esa voz que asusta cuando has hecho algo malo-: “¿Me podría decir su nombre señor?”. La expresión en el rostro del señor era realmente atemorizante. “¡Como se mueva un milímetro hacia mí corro!” pensé.
-“¡Eso a Usted no le importa! Pero ya que estamos, mi nombre es Jesús” respondió desafiante. Y continuó “y ella es mi mujer, Lola”.
“¿Y si no le importa porque me está dando el nombre de el y el de su mujer?” pensé.
Cuando llamas a las personas por su nombre se sienten en terreno amigo. Y eso era lo que intentaba hacer. Mi plan daría resultado.
“Jesús, Lola, la bolsa de valores es este metro. ¡Todos somos una bolsa! Y este vagón es el ibes, es decir, lo mejor del metro, o podemos llegar a serlo”. Continué empleando el nombre que Lola le había puesto al ibex porque me encantó. Jesús y Lola se mantuvieron en silencio mientras yo continuaba ejecutando mi plan.
“La bolsa esta llena de productos, y el metro está lleno de gente. En este vagón hay…”. Me detuve en seco. “Y si…” pensé. “¡Ayúdenme a contar cuantas personas hay en este vagón!” les dije. Increíblemente Jesús accedió y junto a Lola comenzó a contar a todas las personas del vagón señalándolas con el dedo. Los pasajeros estaban muy cerca o de unirse a nosotros o de bajarse en la siguiente parada. Sin embargo, todos se quedaron.
A los pocos segundos Lola y Jesús venían hacia mí. “Hay 25 personas niña” dijo Jesús.
“¡Muy bien, pues este vagón es el ibes 25!” exclamé. ¡SOMOS EL IBES 25! Que maravillosa coincidencia.
Me acerqué más a ellos, lentamente, y les dije que se acercaran a mí. Ellos dudaron unos segundos pero lo hicieron. Esta cercanía era para evitar que las demás 22 personas escucharan –era parte del plan-. Y continué:
“Verán, somos el ibes 25. Cada una de estas personas tiene indicadores. Cada uno indica estar bien o mal. Fíjense en los rostros de todos. ¿Qué ven?”. Como un par de niños haciendo una travesura comenzaron a observar a las 22 personas. Aunque ellos intentaron ser discretos la acción de reconocimiento de rostros fue bastante descarada. Jesús y Lola asentían con la cabeza, fruncían el seño, sonreían. Inconscientemente ellos iban mimetizando sus propias expresiones con las que veían en cada uno de los pasajeros – tal y como sucede entre las empresas que cotizan en bolsa-. De repente, Lola introdujo la mano en su bolso y sacó una pequeña libreta, sus gafas y un bolígrafo. Yo sonreí. Era la mejor mañana de Lola en mucho tiempo. Se leía en sus ojos. Era totalmente maravilloso. “La felicidad es gratis” pensé.
Con la poca vergüenza –en el buen sentido- que caracteriza a las personas mayores de 50 o 60 años, Lola se dispuso a preguntar a cada uno de los pasajeros como se sentían: “¿Cómo está Usted?” “¿Qué tal se siente hoy?” “Hola” “¿Esta molesto?”. Algunos pasajeros la miraron con ojos de odio, pero, para mi sorpresa, todos fueron respondiendo las preguntas. “¿Sabía Lola que era una líder nata?” pensé.
Lola regresó a mí con su libreta llena de apuntes, y seguidamente dijo: “Jesús, Usted y yo estamos felices, entonces somos tres”. Así, los resultados de la encuesta realizada por Lola, incluyéndonos a nosotros, fue el siguiente:
2 personas = molestas
1 persona= flipada
6 personas = Felices
5 personas = Cansadas
8 personas = Tristes
“¿Es decir que el indicador mas fuerte es el de la tristeza?... ¡Si en un vagón de 25 personas hay solo 6 felices – y quizás podríamos sumar al flipado- es normal que pocos se interesen en nuestros productos!” Pensé.
Era evidente que los indicadores del vagón -ahora conocido como “ibes 25”- podían variar. Cada persona podría transmitir amor, tristeza, rabia, odio dependiendo de los rumores. “¡Es que somos una bolsa! ¡El rumor nos afecta como a la bolsa!” le susurré a Lola. Era increíble como un pequeño titular nos había llevado a todos los miembros del ibes 25 a descubrir que nuestro país, nuestra casa, nuestro trabajo funcionaba y variaba en alzas y bajas de acuerdo a los mismos indicadores (rumores, alegría, tristeza, etc.)
Lola, quien terminó de llevar a cabo un plan divino –porque definitivamente no era el que yo había pensado-, decidió cambiar “los indicadores” de los pasajeros. Caminó hacia el centro del vagón; o más bien debería decir que danzó. Se movía segura de si misma, enérgica, maternal; y Jesús, le miraba con tanto orgullo que no pude evitar que se me llenaran los ojos de lágrimas. Una vez que estuvo allí, se detuvo y comenzó a cantar.
No puedo explicar con palabras lo que sentí en ese momento. La voz de Lola era dulce y llena de paz. Ella había sido cantante por muchos años. Se le veía como dominaba cada tono, y cada movimiento de su cuerpo. Los 24 pasajeros que escuchamos aquella mañana a Lola, con sus 79 años de edad nunca más pudimos olvidarla.
Cuando me subí al vagón de ese metro, y debido a los indicadores de todos los que formábamos parte de él, el ibis cerraba con una caída del 40%.
-“Próxima estación: Pinar de Chamartin, final de trayecto” se oyó por los parlantes del metro
En esta ocasión, y al unísono, los 25 del vagón dijimos: “¿Final de Trayecto?”
Esa mañana, todos salimos del vagón con el mejor indicador: el de felicidad. “El Ibis 25 cierra con un subidón del 100%” pensé. Esa mañana vendimos millones de acciones del mejor producto. Y esa, es, sin lugar a dudas, la mejor inversión.
3 comentarios:
Dios como lo haces??
....La mejor parte y la mas cierta!!...
"Es que somos una bolsa! ¡El rumor nos afecta como a la bolsa!” le susurré a Lola. Era increíble como un pequeño titular nos había llevado a todos los miembros del ibes 25 a descubrir que nuestro país, nuestra casa, nuestro trabajo funcionaba y variaba en alzas y bajas de acuerdo a los mismos indicadores (rumores, alegría, tristeza, etc.)"
ummm cierto, y son esos indicadores, que siempre permanecen en nosotros, asi como en la bolsa,y debemos aprender a jugar con esas emociones para no quedar en la quiebra (perdida de autonomia). excelente historia
Aunque nos pueda parecer poco, la verdad es que una persona hace la diferencia en el IBES nuestra vida mi cielo, tienes mucha razon!!!! y nada impide que seamos nosotros. EXELENTE!!!
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