
La canción que sonó en la radio le transportó a la vieja casa del puerto. Paula recordaba vagamente la distribución de las habitaciones, pero podía describir cada rincón del salón donde en muchas ocasiones se reunió con la Señora Bombón. Podía incluso escucharla reír, verla caminar dando saltitos mientras cantaba las canciones que sonaban en la desvencijada radio portátil que llevaba colgando de su cinturón.
“…Dale a tu cuerpo alegría macarena…”
Paula sonreía recordando a su abuela. Había sido una mujer que desde la tranquilidad, inteligencia y humildad había dejado huella en todo aquel que se le había acercado. Y a la Señora Bombón se le acercaban muchas personas. Por eso le apodaron de esa manera. Solo los familiares cercanos sabían su verdadero nombre: Agripina –de allí que la Señora Bombón haya recibido con bombos y platillos su pseudónimo-. Le agradaba tanto, que se presentaba haciendo uso de éste: “Hola, soy la Señora Bombón” decía.
“…que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas…”
Mientras Paula continuaba atascada en el tráfico de la ciudad rumbo a su trabajo, se perdió en los recuerdos y en las innumerables enseñanzas que la Señora Bombón le había legado a ella y a todos los que tuvieron el placer de mirarla, de escucharla, de tocar sus tibias manos. Era dulce, pero también tenía esa capacidad sobrenatural de cambiar el rumbo de cualquier idea que ocupara la mente de la persona para transformarla en algo nuevo y mas apropiado con las palabras precisas; palabras tan bien pronunciadas, que el oyente sentía que había sido él mismo quien había tomado una nueva decisión -o que había sido hipnotizado-. “¿Sería el Espíritu Santo que descendió sobre mí en forma de lenguas de fuego?” solían pensar. La Señora Bombón tenía ese efecto en todos, y Paula no había sido la excepción.
“Te extraño tanto Señora Bombón” pensó Paula mientras miraba el reloj del coche. “8:20 horas. Llegaré tarde al trabajo. ¡Tengo que mudarme a una aldea muy pronto!”.
“eeeeeeeeeeehhh macarena…”
Había algo de lo que Paula estaba segura, y era que, existen personas inoportunas. No podía explicar el porqué de este razonamiento. Pero ya había conocido a un par de ellas. Aparecían en los momentos menos indicados o decían las palabras menos necesarias, se tropezaban y caían sobre un castillo de arena recién terminado por un niño en la playa, o derramaban su café sobre la camisa perfectamente blanca de un chico rumbo a una entrevista de trabajo. Y, la Señora Bombón era todo lo contrario. Así como existían las personas inoportunas, Paula podía asegurar que también las había oportunas. También había deducido, con conocimiento de causa, que ambos comportamientos eran totalmente inconscientes. Un señor no planificaría minuciosamente su caída violenta sobre un castillo de arena a orillas de la playa mientras disfruta la mirada de horror de un niño, pensaba Paula. La Señora Bombón no premeditaba sus actos. Eran totalmente naturales, como el crecimiento de una flor en plena primavera.
“…Macarena tiene un novio que se llama, que se llama de apellido Vitorino…”
La ciudad donde creció Paula no escapó del furor de La Macarena. Se bailaba en los colegios, en las fiestas de cumpleaños, en los matrimonios, en los aniversarios o en cualquier lugar donde concurriere más de una persona. Para aquél entonces, la Señora Bombón ya era mayor, y su cuerpo no le permitía moverse con la soltura con la que lo hacían Paula y sus amigas, pero, sin embargo, ella enganchaba la vieja radio en su cinturón y baila tanto como podía. “¡Hay que mover el esqueleto!” decía mientras daba saltitos y alzaba los brazos como Paula le había enseñado.
Para este momento, Paula había soltado el volante del coche y con los ojos cerrados hacía el baile de La Macarena moviendo los brazos extendiéndolos delante de su cuerpo, luego detrás de la nuca, rápidamente a la cintura y finalmente hacía un círculo con sus caderas. Aunque estaba sentada en el asiento de su coche, bailaba como si estuviera en medio de la pista de baile de una discoteca. Y, junto a ella, bailaba la Señora Bombón.
“…Dale a tu cuerpo alegría Macarena…”
Paula pensaba que llegaría tarde a su trabajo, pero eso no le preocupaba en demasía. Ella sabía que tenía que desplegar sus alas y volar a otro lugar, y sobre todo, sentía que había una especie de fuerza sobrenatural que la impulsaba a lograrlo. Pero hasta ahora, no había dado el paso definitivo. “¡Que bien! Una hora menos en la cárcel” pensaba mientras subía el volumen de la radio. –el coche se movía como esos que suelen ir ocupados por parejas apasionadas y paran en sitios deshabitados-. La Señora Bombón siempre decía: “Que la fuerza de Dios te envuelva”. Y era esa la fuerza que finalmente le impulsaría a seguir adelante.
“Tu sabías toda la verdad… tu conocías el futuro…A veces me pregunto si ahora también sabrás que va a suceder…” pensó mientras continuaba bailando enérgicamente y cantando a viva voz.
Un estruendoso sonido la hizo volver a la realidad. “¡Pero que…!”. Inmediatamente se dio cuenta de que estaba sudando dentro del coche y que delante de ella ya no había ningún coche. El golpe que recibió su coche desde la parte posterior la arrastró unos 50 metros. Durante los segundos o quizás minutos que transcurrieron Paula dejó de bailar e instintivamente apretó la mandíbula, cerró los ojos y pensó a modo de oración: “Señora Bombón se que no debí bailar la macarena mientras conducía pero por favor, envíame un angelito que me proteja de tan repentina muerte”. Paula abrió los ojos lentamente. El coche se había detenido finalmente. Con extrema cautela y comprobando que podía mover cada parte de su cuerpo apartó su cara del airbag que la aprisionaba, tomo aire y salió del coche. Un temblor le recorrió todo el cuerpo cuando vio el estado en el que había quedado su coche y para su mayor asombro, se alegró por conocer finalmente a un airbag. Para Paula el airbag era una leyenda. Siempre que leía la palabra airbag en los coches pensaba: “¿Qué habrá allí dentro? ¿Se activará siempre? ¿Y si no hay nada?”
¿Qué es esto? ¿Cuánto ha durado la canción? ¿Dónde están todos los coches? Ya no había ningún coche. En la avenida solo estaba ella y…
-“¡wooowww! ¿Pedazo de golpe te he dado no?” dijo un hombre que se acercaba a ella. El hombre reía a carcajadas y mostraba una desconcertante alegría por el hecho de haberse estampado contra el coche de Paula.
-“¡Ahora si que estás donde tienes que estar!” continuó mientras se reía con tantas fuerzas que por momentos le era difícil mantenerse en pié.
Paula no podía salir del shock. ¿Quién era este hombre? ¿Qué tipo de trastorno mental le afectaba? “¡Loco! ¿Esta Usted consciente del daño que me ha hecho?” gritó Paula con indignación y rabia.
-“¿Daño? ¿A ti? A ti no te he hecho nada; solo ha sido un pequeño daño colateral y el afectado, lamentablemente, ha sido tu coche” respondió el hombre
En la calle solo se encontraban dos personas: Paula y el señor. Uno de ellos se mostraba abiertamente demente y la otra comenzaba a perder el poco de cordura que le quedaba. Sin embargo, todo comenzó a tener sentido cuando el hombre pudo dejar de reír como una hiena. Al ver como el hombre, de pronto, comenzaba a enseriarse, Paula respiró profundo, y se acercó más a este.
-¿Me va a pagar el choque? ¿Verdad?, preguntó Paula.
- ¿Pagarte? Nop… contestó el señor con una leve sonrisa. El “nop” le daba un tono jovial a la conversación que hasta ahora no tenía ningún sentido para Paula.
- ¿Esta usted siendo medicado con algún fármaco que olvidó tomar esta mañana?
- No, estoy más cuerdo que nunca. Además estoy muy orgulloso del golpetazo que te he dado. ¡Nunca había arrastrado a alguien tantos metros! Respondió el señor con una muy notable felicidad.
-¿Qué? ¿Se siente orgulloso? ¿Arrastrarme?
El señor se acercó a Paula y le apuntó con el dedo índice de su mano; le tocó el hombro con el dedo y le dijo: “Te choqué porque me dio la gana” haciendo especial énfasis en “me dio la gana”. Seguidamente comenzaron las risas compulsivas. “Ahora estas donde tienes que estar… A 50 metros de donde estabas”
-¿Qué? ¿50 metros más adelante? Pero… ¿Porqué? Paula no dejaba de observar con tristeza la carrocería de su coche. No entendía porque estaba pasando todo esto. Era una tormenta que llegó sin avisar y que ahora quizás le costaría mucho dinero. En realidad le dolía la pérdida. “Mi pobre corcel” pensó mientras la rabia comenzaba a disiparse con la resignación.
- Tenías que moverte, tenías que salir del atasco, así que aproveche tu baile de la macarena para estampar mi coche contra el tuyo y ¡Funcionó! La carrocería de tu coche ciertamente está destrozada. Pero tenías que avanzar y llevabas mucho tiempo atascada. ¿No te molestan los atascos? Cualquier tipo de atasco es horroroso… ¿No te parece? ¡Piénsalo! La vida está hecha para que fluya, de lo contrario es caótica. ¡Todo nace para que se mantenga en movimiento! Piensa en un atasco de cañerías ¿Costoso y sucio no?, ahora en un atasco en tus intestinos ¿Doloroso e incómodo no?, y ¿que tal un atasco en las aguas de un río? ¿Desbordantemente peligroso no?...
Paula comenzaba a entender el porqué había sido arrastrada 50 metros mas adelante. Sabía que de alguna manera este empujón era el que necesitaba para reaccionar y continuar el flujo natural de su vida y de todos los sueños que construía día a día. Ya no había ira en su corazón. Ahora, reinaba la paz. Sentía esa calma que sigue a las fuertes descargas de adrenalina.
Paula reflexionó sobre las palabras que había pronunciado el Señor. Ella no sabía como este desconocido podía tener conocimiento sobre su vida, pero, ciertamente estaba atascada y acababa de ser “laxada”. Este arrastre y/o empujón le había hecho llorar la pérdida de su coche, pero también le había devuelto al movimiento. Indudablemente los empujones duelen, y los laxantes producen dolores de barriga, pero el efecto más importante de ellos es que te devuelven el flujo de lo que por naturaleza debe mantenerse en movimiento.
Mientras Paula sentía ahora la necesidad de moverse en pro de expandir sus alas a nuevos mundos, a nuevos sueños, el señor caminó rumbo a su camión, y mientras lo hacía dijo: “Que la luz de Dios te envuelva”
El corazón de Paula se llenó de alegría y con una gran sonrisa miró al cielo y agradeció.