sábado, 23 de julio de 2011

Respire normalmente


“En caso de que se produzca una descompresión en cabina, las máscaras caerán desde el compartimiento superior. Tire de ella, colóquesela sobre boca y nariz y respire normalmente”



Esto es, si mal no recuerdo, lo que dicen las mujeres altas con moños de bailarinas en los aviones cada vez que hacen ese ritual que precede al despegue del avión. Dicen que los secretos más importantes del mundo se encuentran escondidos a la vista de todos. Y esta frase es uno de esos secretos.

El instinto de supervivencia es algo con lo que los hombres no podemos luchar. Tan cierto es que, varias veces al año, mueren personas en “estampidas”. Suceden en conciertos, en discotecas en las que se inicia un pequeño incendio en un baño... ¡Ah! y en La Meca, a la que acuden todos los musulmanes del mundo, una vez al año, y dan vueltas alrededor de ella para honrar a Alá. –También sucede en otros reinos animales: Mufasa, Rey León, padre de Simba, muere en una estampida de ñúes-

En cada célula de nuestro cuerpo, está tatuado un protocolo de seguridad que nos empuja inexorablemente a huir en caso de peligro. Puede incluso que se trate de feligreses o peregrinos que están reunidos en un templo, iglesia, mezquita, o como se le llame a la casa de Dios. Esto es algo fascinante –si no terminas aplastado por ellos, claro está-.

Si en la casa de Dios, y hablaré de una Iglesia, por ser el catolicismo mi religión, el sacerdote detuviera la segunda lectura y dijera:


“Queridos hermanos, hermanas, esta casa de Dios, en la que hoy nos encontramos reunidos, está a punto de derrumbarse. Podéis ir en paz. Hacedlo ordenadamente, pero rápido. Insisto, en paz, pero rápido. Que Dios este con Vosotros”


¿Qué pasaría?... Una estampida. Una estampida de católicos, desesperados, que cogerían de la mano –o de la camisa o de los pelos- a sus seres queridos y correrían como nunca lo han hecho para lograr salir, lo antes posible, de la Casa de Dios. En ese momento, el homo sapiens retrocede en su evolución y se convierte en un ñu de la Selva.

Cuentan las leyendas que en los barcos es distinto. Se dice que cuando el barco se está hundiendo, el Capitán siempre decide hundirse con su barco, asido al timón. Dicen que el Capitán, organiza la evacuación de pasajeros –de haberlos-, tripulación, y hasta mercancías y les despide con una gran sonrisa. Seguidamente, el orgulloso marinero, regresa a su lugar, se sirve una copa de brandy y se sienta frente al timón. Frente a ese timón que ha asido durante tantos años y que le ha llevado a los lugares más inhóspitos de los mares. El Capitán ama tanto a su timón, a su barco, a las travesías que ha hecho con él, a sus mares y a sus tormentas, que prefiere hundirse con él. Quiere morir asido al timón, porque vivir sin él sería como encadenarse perpetuamente a una vida… pero muerto.

Desde que el mundo es mundo han existido momentos de crisis. Desde que el mundo es mundo el hombre ha encontrado motivos para vivir un momento de crisis. Si se busca, siempre se encontrará una razón para sufrir, para correr, para huir, para aplastar a tu hermano, para abandonar al necesitado. No es necesario estar en un barco que se hunde o en un avión en el que ocurre una descompresión en cabina para reaccionar como un Ñú. Porque el hombre reacciona en “Estampida” por motivos muchísimo menos alarmantes.

No obstante, si estamos en una situación de crisis –alarmante, terrorífica, agobiante…- hemos de recordar que: En todo momento, desde el Compartimiento Superior –nótese las mayúsculas-, caerá una máscara, con la que podremos respirar normalmente.

El compartimiento Superior actúa automáticamente. ¡Tú lo sabes! (Y las aerolíneas también lo saben…quizás este conocimiento les haya sido revelado porque la mayor parte de su trabajo la realizan en el cielo…) No es necesario pedirle al Compartimiento Superior que te dé una máscara para que puedas respirar puesto que Él ya lo sabe. De tratarse de una descompresión, la máscara aparecerá frente a tus ojos y tú podrás –como de hecho sucede siempre- respirar con tranquilidad un oxígeno limpio y puro que te permitirá seguir adelante en tu vuelo, en tu travesía… En tu barco. Al final, y llegado el momento, podrás despedir a toda tu tripulación con una gran sonrisa, y tú Capitán de tu propia vida, te hundirás satisfecho, asido al timón, en la profundidad del amor que te permitió navegar por tantos mares.

jueves, 21 de julio de 2011

Un pequeño paso



Hace algunos años, un 21 de julio, y sobre esta misma hora, millones de personas veían, incluso con lágrimas en los ojos, como el Sr. Armstrong se convertía en el primer ser humano en pisar la superficie lunar. El Sr. Armstrong no iba solo. La Misión espacial Apolo 11, iba tripulada, además, por Edwin, Buzz y Michael (pobres… solo se hizo famoso el tal Armstrong)

Tras seis horas de haber alunizado -¿Qué harían 6 horas dentro de aquel aparato en vez de salir? seguramente jugaban con la gravedad mientras en Houston sufrían de ansiedad y preparaban sus micrófonos para decir "Tenemos un problema" o en versión original "Houston, We have a situation"- , el Sr. Armstrong descendió del Águila y dio el salto pronunciando la frase: "Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad"

Aquella imagen y aquellas palabras recorrieron el mundo entero. Las familias se reunieron frente a sus televisores en blanco y negro y presenciaron cómo, una vez más, algo que parecía total y completamente imposible acababa de suceder. Aquello, supuso, como muy acertadamente lo manifestó Neil Armstrong un pequeño salto para el hombre y un gran salto para la humanidad.

Tras haber instalado las cámaras, los tripulantes del Apolo 11 se comunicaron con el Presidente de los Estados Unidos de América de aquel entonces Richard Nixon.

En esta llamada, el Sr. Nixon manifestó:
“Hola Neil y Buzz, les estoy hablando por teléfono desde el Despacho Oval de la Casa Blanca y seguramente ésta sea la llamada telefónica más importante jamás hecha, porque gracias a lo que han conseguido, desde ahora el cielo forma parte del mundo de los hombres y como nos hablan desde el Mar de la Tranquilidad, ello nos recuerda que tenemos que duplicar los esfuerzos para traer la paz y la tranquilidad a la Tierra. En este momento único en la historia del mundo, todos los pueblos de la Tierra forman uno solo. Lo que han hecho los enorgullece y rezamos para que vuelvan sanos y salvos a la Tierra"


Y así lo hicieron, la tripulación regresó a la Tierra sana y salva.

Existen momentos de nuestra historia que no debemos olvidar. Si no que, por el contrario, debemos mantener presentes a cada instante. Creer en lo imposible ha hecho que muchos seres humanos descubran maravillas. Si estas personas, no hubiesen creído en que el hombre podía viajar a la luna no supiésemos ni de Armstrong, ni de los cráteres de la luna, ni de que aquello era "un pequeño paso para el hombre". Y lo más grave, no hubiésemos podido ver las fotos que le hacen a nuestro Planeta Tierra desde el espacio.

Sin embargo, ellos creyeron en lo imposible. Ellos, como lo han hecho otros tantos millones de personas, han creído en lo imposible. Y han dado un pequeño paso, y luego otro más, que nos ha dejado a las generaciones futuras de la humanidad, la seguridad de que lo imposible es algo que depende únicamente de nuestra decisión.

Cada uno de nosotros, y durante cada día de nuestras vidas, damos un pequeño paso para el hombre y dejamos una huella. Cada vez que decidimos seguir a nuestro sueño, dejamos una huella aún más indeleble. Un pequeño paso, por insignificante que parezca, puede suponer un gran paso para la humanidad, para tu felicidad.

Desea siempre lo imposible...

lunes, 18 de julio de 2011

Sube al Ascensor



Durante todos los años de mi corta –o digamos mediana- pero muy aprovechada vida, siempre he vivido en edificios. He vivido en octavas, décimas y doceavas plantas. Por tanto, el ascensor siempre ha sido un elemento fundamental para mí y mi familia.

El ascensor era para nosotros como el pan mismo, como el agua o como el aire que respirábamos en aquellos momentos, así que, cuando se estropeaba, toda nuestra vida se desequilibraba y reinaba un caos repugnante. Sobre todo teniendo en cuenta que el ascensor siempre se estropeaba cuando habíamos ido de compras y todos los miembros de mi familia llevábamos al menos 5 bolsas en cada una de nuestras manos.

En cierta forma, creo que los constantes fallos mecánicos en aquél ascensor que nos llevaba hasta nuestra doceava planta, indujeron a mis padres a mudarse. La gota que rebasó aquél barril, fue el día que compramos nuestro primer árbol de navidad. Mi madre quería uno grande –era el primero, tenía que ser colosal-. Así pues, mis padres compraron un árbol de 2 metros de altura, y junto a él, todos los adornos que pudieran tupir generosamente aquel gran follaje. En total, llenamos el maletero del coche y el asiento trasero con una caja de 2,50 metros de largo, y 10 bolsas llenas de adornos. Al llegar a nuestro edificio y posarnos frente al ascensor, leímos, con estupefacción, un cartel que habían dispuesto en su puerta “FUERA DE SERVICIO” … Por tratarse de nuestro primer árbol de navidad, decidimos no ir a dormir a casa de la abuela y regresar al día siguiente. Mis padres se hicieron con dos bolsas cada uno y entre ambos cargaron la caja que contenía nuestro árbol. Nosotras, pequeños renacuajos llenos de alegría y de espíritu navideño, cargamos con las bolsas restantes. Hicimos dos o tres paradas antes de llegar a nuestro destino, pero repito, la fuerza que nos empujó a subir andando todos aquellos pisos, fue la navidad. Fue el espíritu de nuestro Señor que estaba a punto de nacer.

La existencia de este aparato –cuando funcionaba- que nos transportaba desde la planta baja hasta nuestro hogar tenía sus desventajas. Por ejemplo, mi abuela, sufría de claustrofobia, y durante los 5 años que vivimos en la doceava planta de aquél edificio nunca nos fue a visitar. Mi abuela llegaba al portal del edificio, tocaba el timbre y nosotros bajábamos para conversar con ella. Pero ella nunca subió. Salvo aquella ocasión en la que mis hermanos y yo nos enfermamos.

Aquella mañana me desperté como todos los días, me vestí con el impecable uniforme que exigían las monjas de mi colegio y me senté a la mesa. Mi madre se encontraba de espaldas, sirviendo el café. De pronto volteó para mirarme con esa sonrisa que siempre he amado y me dijo, con voz de ternura: “ay… mi niña, tienes paperas” -¿Qué maneras son estas de anunciar una enfermedad?- Evidentemente, su profesión –médico- le ha deformado su conducta. Mi expresión de terror tuvo que haber sido lo suficientemente alarmante como para que mi madre se dispusiera frente a mí, con papel y lápiz, y me explicara detalladamente lo que era esta enfermedad. Me dijo: "Tranquila hija mía, es normal… como la varicela que te dio cuando tenías 2 años pero que no recuerdas. Hoy no podrás ir al Colegio, y recuerda, no puedes estar de pié porque “se te bajan” , y sin más comentario, continuó preparando el desayuno.

Frente al espejo pude ver como mi cara se asemejaba cada vez más a la de una rana. Pero independientemente de mi horroroso rostro anfibio, yo solo pensaba en que las “paperas” se pudieran bajar. No sabía a qué lugar de mi cuerpo se podían bajar, pero, sin lugar a dudas aquella advertencia me mantuvo en cama unos cuantos días. Y más cuando, dos días después, mi hermano se despertó con un par de cachetes anfibios casi igual o peores que los míos, seguida por mi hermana a las 24 horas siguientes. De este modo, y en cuestión de tres días, todos los hermanos nos encontrábamos postrados en nuestras camas sin poder andar por miedo a que se nos “bajaran las paperas” a algún lugar del cuerpo que no conocíamos pero que podía llegar a ser muy pero que muy grave.

Mi abuela deseaba vernos. Como siempre. Pero entre su deseo y la posibilidad de hacerlo realidad, existía un gran obstáculo: EL ASCENSOR.

Todos los días llamaba por teléfono, para preguntarnos como estábamos. Siempre le respondíamos que estábamos bien, que parecíamos ranas pero que no nos dolía nada. Ella insistía en que no camináramos porque se nos podían bajar las “paperas”. Seguidamente nosotros corríamos a la cama y nos acostábamos.

El tiempo transcurrió sin que nuestros cachetes recobraran su tamaño normal así que mi abuela, decidió, firme e irrevocablemente enfrentarse a su terrible adversario, El Ascensor.

Aquella tarde, mi abuela llamó para avisarnos que a las 13.00 horas llegaría al portal de nuestro edificio. Nos preguntó cuantos minutos demoraba el ascensor en llegar a la doceava planta. Le respondimos que nunca habíamos contado el tiempo, pero que podían ser 40 segundos. Mi abuela, armada de valor, y con voz temblorosa, manifestó: "Si a las 13:05 no he tocado a la puerta es que he muerto dentro de ese asqueroso aparato ¡Quien habrá inventado esa atrocidad!" Y cortó la llamada.

Nosotros, tres niños-anfibios, nos reímos y esperamos a que mi abuela tocara a nuestra puerta.

Y así lo hizo. A las 13.01 abrimos la puerta y nos encontramos con una abuela sudorosa y pálida. Inmediatamente la sentamos en el sofá y le dimos un poco de agua con azúcar. Ella, mientras se secaba el sudor, nos miraba como nunca antes lo había hecho. Y nosotros, aunque pequeños, entendimos que lo que acababa de hacer nuestra abuela era un acto heroico por amor a nosotros. Entendimos que aquella mujer, había enfrentado, incluso pensando que podía morir en el intento, a su magno miedo “El ascensor”, para hacer realidad su sueño.

¿A Cuántos ascensores hemos tenido que enfrentar? ¿Cuántos ascensores están justo en frente de ti, a la espera de que subas? ¿Cuántos ascensores han subido sin ti? ¿A cuántas personas has dejado de visitar por no subir en ese ascensor? ¿Cuántas bellezas has dejado de admirar por estar sentado, en el portal de un rascacielos?

Para alcanzar una meta, no se necesita sino tomar la firme decisión de alcanzarla. Incluso si en medio del camino, te cueste la vida. A los miedos hay que recibirlos con un ramo de flores, invitarlos a casa y darles de cenar. Hay que tratarles con amor… y llevarles de paseo. Al final, ese mismo “ascensor” al que temías subir, terminará elevándote hacia tu sueño, o al menos, hacía un lugar más cercano a él.



…En cuanto a las paperas, nunca se nos bajaron a ningún sitio. Creo que es una mentira-médica para mantener a los niños en cama, porque esta enfermedad, se suele padecer entre los 5 y los 13 años.

domingo, 17 de julio de 2011

De amor y Océanos


En el océano existen tantas especies como hombres en la tierra. Incluso hay quienes dicen que solo se han descubierto un veinte por cien de las que lo habitan. Esto es un hecho que, a decir verdad, puede ser escalofriante. Puesto que, quizás, puede que en el océano habiten animales gigantes, venenosos y carnívoros a la espera de que algún alma perdida se acerque a sus cuevas. Sin embargo, creo que lo más sano, hasta tanto no se descubra ese ochenta por cien restante, es continuar disfrutando de las especies marinas que ya conocemos y con las cuales podemos convivir en el planeta tierra.

Siempre creí que los únicos seres que sentíamos amor, y por ende, desamor, y sufríamos y llorábamos, éramos los hombres. Hasta aquella tarde del mes de Julio.

Durante aquellos días, me encontraba sumida en un estado de embriaguez universal. De pronto parecía que todos mis experimentos con el universo y el poder que le identifica estaban dando resultado. En medio de mi concentración-comunicación con el mas allá y el más acá, mientras miraba hacia el horizonte, sentada frente al mar, observé como un objeto danzaba en la orilla del mar. Sin dudar ni un segundo, me puse de pié y me acerqué hacia lo que, desde lejos, parecía ser un pequeño baúl.

Se trataba de un baúl, metálico y con un cierre hermético. Cogí el objeto, y me fui hasta el espacio de arena en el que había ubicado mi sombrilla, mi toalla, y mi libro. Abrió fácilmente. No tenía ningún tipo de candado, ni necesité desencriptar alguna clave para hacer girar un perno que activara la apertura del objeto. –qué extraño, ¿no?-

En el interior del baúl se encontraba una carta, protegida muy acertadamente con un envoltorio plástico. Mi corazón latía rápidamente. Así que, para evitar sufrir un infarto en aquél instante, abrí el envoltorio y saqué de su interior la carta. Se trataba de 20 folios escritos con una caligrafía impecable –y muy pequeña, además-. Aquello había llegado a mis manos por algún motivo, y yo, seguidora fiel de los pequeños y grandes mensajes de Dios, me dispuse, sobre mi toalla, y bajo la sombrilla a leer el contenido de aquel profundo, y lo digo literalmente, documento.

“Escribo esta breve historia, para todo aquel que haya naufragado persiguiendo a quien amaba. Escribo para que nunca, ni en el fondo, ni en la superficie del mar, pueda si quiera existir la duda de que aunque no se llegué a alcanzar el final que esperábamos, la meta fue alcanzada. Escribo para que entre los seres que habitan este océano puedan descubrir, con la vista puesta en su sueño, que a veces el naufragio de un amor, no se debe a uno o al otro, sino a la profundidad en la que cada uno de ellos habita”



Con una introducción como esta no pude sino apoyar los codos en la arena e introducirme total y completamente en la lectura que fue haciéndose cada vez mas y mas hermosa. No sabía quien había escrito aquella carta, pero decidí –con mucho esfuerzo- no leer la firma al final de aquel escrito. Y continué leyendo, mientras el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte y las familias comenzaban a recoger sus campamentos –mientras mama recogía, los hijos lloraban por aquél fatídico hecho: el día de playa había culminado. Pobres almas-


“Yo nací en este lugar, a 50 metros de profundidad. Por algunos amigos, sabía que existía mucho más océano y muchas más especies distintas a mí. Además, me explicaron las diferencias entre nosotros y aquellos que vivían a más o menos profundidad. Sin embargo, nunca imaginé que quienes habitaban en la superficie podían ser tan hermosos.

Nosotros, los peces que vivimos a muchos metros de profundidad poseemos características maravillosas. Como vivimos en lugares muy poco iluminados, desarrollamos nuestros ojos y somos capaces de ver a muchos metros de distancia. Además, la mayoría de nosotros tenemos cuerpos luminiscentes, y con éste brillo, solemos ayudarnos entre nosotros y, si, también lo usamos para atraer a nuestras presas.

Siempre pensé que todos los que habitábamos este mar podíamos relacionarnos sin ningún tipo de limitación. Es decir, una vez descartada la posibilidad de que estuviera frente a un depredador, creía que no existía barrera alguna que impidiera enamorarse de uno u otro pez que apareciera por estas aguas.

Una noche, mientras yo descansaba en la arena, todo comenzó a agitarse violentamente. No era una tormenta de las que había presenciado. Se trataba de algo peligroso, porque lo presentíamos. Inmediatamente, nuestro instinto animal nos hizo salir de las cuevas, escondrijos y rocas para nadar hacia el norte. En este momento de crisis, me impactó ver cómo el lenguaje natural se encargaba de manejar toda la situación. Yo nade lo más rápido que pude. De pronto se oyó la más fuerte explosión que jamás se hubiera escuchado en aquel mar.

Seguidamente un silencio eterno se apoderó de mí. Cuando recobré la consciencia no recordaba lo que había sucedido, ni en qué lugar me encontraba, ni que habría sido de mis hermanos y amigos. Sin embargo, a los pocos segundos todo fue volviendo a mi memoria.

Me moví lentamente. Adolorida por los golpes que –supongo- había recibido luego de aquel movimiento brutal de nuestro fondo marino, me acerqué hacia un coral de color rosa brillante. Nunca había visto nada igual. Embelesada por aquellos colores, decidí concentrarme en mi respiración mientras me dejaba llevar por una corriente de agua tibia. De pronto, abrí los ojos y vi que un pez se aproximaba al lugar en el que yo me encontraba. Víctima de muchas historias de terror narradas por mis antepasados, nadé desesperadamente en busca de algún agujero en donde esconderme. Pero aquél pez me ganaba en rapidez y en fuerza. Así pues, decidí jugar mi última carta.

Me hice la muerta.

El pez, se acercó a mí y comenzó a zarandearme, mientras me decía que todo iba a estar bien. Yo pensé que era parte de su estrategia para devorarme íntegramente así que continué en mi estado aparentemente vegetativo. Además pensé, “quizás el “zarandeo” sea la forma de aniquilarme”. Finalmente el pez cesó en su brutal manera de devolverme a la vida. Y ante su evidente preocupación, decidí abrir los ojos. Y le vi. Aquello fue maravilloso. Nunca había visto unos ojos como aquellos. Su mirada superaba con creces, lo que cualquier palabra pudiera expresar.

Y así conocí a Grot. El me ayudó a sanar mis heridas y me explicó que lo que aquello había sucedido se llamaba “Tsunami”. Por noticias llegadas de la superficie, me contó, además, que aquél fenómeno había afectado mucho en la tierra y que muchos hombres habían muerto. Tras varios días recibiendo historias y noticias desde varios puntos de la geografía oceánica, supe que me encontraba a unos 15 metros de profundidad y muy lejos de mi hogar.

Me encontraba totalmente perdida. Mi hogar había sido desplazado a algún lugar que yo desconocía. Mis hermanos quizás habían muerto. Y, por si esto fuera poco, me costaba respirar y no había alimentos para peces como yo.

Grot era un pez libre y el conocimiento que tenía a cerca del universo, y de la esencia de todo aquello que nos rodea, me llevó, obligatoriamente a intentar adaptarme a aquel nuevo mundo que me ofrecía una razón para continuar sonriendo. Yo, pez de fondo y luminiscente, no demoré mucho tiempo para comenzar a sentir por Grot algo más que un sincero agradecimiento.

Durante aquellas semanas, mi cuerpo comenzó a adaptarse a la presión, y respirar a 15 metros de pronto se me hizo sencillo. Además, con la ayuda de Grot, encontré dos o tres plantas que satisfacían mi apetito. Aquello era realmente maravilloso. El colorido de ellos, de sus corales, de sus plantas… había tanta vida en aquel lugar. De pronto la oscuridad de mis cuevas y mis amigos brillantes se me antojaban aburridos y sin sentido.

La sencillez de Grot le daba sentido a mi profundidad, y mi profundidad se la daba a la sencillez de Grot. Era una simbiosis perfecta. Ambos estábamos en el lugar preciso para aprender el uno del otro lo que necesitábamos para seguir adelante en busca de nuestros sueños.

Unos meses después, comencé a sentir que mi cuerpo no estaba bien. Mis aletas no reaccionaban y ni que decir de mi capacidad luminiscente.

Con preocupación la colonia que habitaba a 15 metros de profundidad me examinó y determinaron que, debía regresar a mis profundidades lo antes posible. De no ser así, mis órganos comenzarían a fallar uno a uno hasta llevarme a… mi muerte.

Grot decidió acompañarme. Así pues, comenzamos el descenso. Cada metro que descendíamos producía serias consecuencias en Grot, puesto que su cuerpo no estaba acostumbrado a esas presiones. Y sin embargo el mío, se adaptaba rápidamente. No obstante, Grot, luchador por naturaleza, intentó desafiar a su cuerpo, una y otra vez. Metro a metro. Cuando nos acercábamos a los 30 metros, noté como de pronto, su cuerpo se hacía más compacto, más delgado. Y le exigí inmediatamente que se detuviera.

En aquel instante, comprendí que Grot ya no podía descender ni un metro más. Sus huesos se estaban comprimiendo lentamente y no existía en aquel lugar alimento que pudiera revitalizar a Grot. Yo, por mi parte, ya no podía regresar a la superficie. Le miré fijamente, y él me devolvió la mirada. No hizo falta palabra alguna. Ambos supimos que era el momento de nuestra despedida.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y la única palabra que pude pronunciar fue: Gracias. Le agradecí por haberme ayudado a superar aquel tsunami. Le agradecí por haberme guiado en mi adaptación a un mar distinto. Le agradecí por haberme hecho recordar que se siente amar incondicionalmente y ser amado del mismo modo. Le agradecí por haberme recordado que a él, a mí, y a todos, nos une una fuerza mucho mayor que cualquier tsunami: el amor. Le abracé por un buen rato, hasta que recordé que él debía ascender inmediatamente. Le pedí que nunca olvidara que en el fondo del mar tiene a alguien que le ama incondicionalmente. Porque con él, entendí que el amor no se desvanece con las distancias. Entendí que el amor vive y perdura eternamente independientemente de la posibilidad que tengan dos cuerpos de estar unidos físicamente. Entendí que el amor, es un sentimiento que se lleva en el alma y no en los cuerpos.

Mi regreso a las profundidades fue doloroso. Fui descendiendo lentamente mientras veía alejarse a aquél pez que llegó a mi vida para enseñarme la grandeza y la pureza del amor.

Las coordenadas que me habían dado fueron las correctas pues llegué, sin pérdida alguna a mi hogar. Allí estaban mis hermanos y mis amigos. Cada uno tenía una historia distinta que contar sobre los meses que estuvieron deambulando por el vasto océano que nos rodeaba.

Hoy, decidí escribir mi historia para todos aquellos que han amado a alguien de otros océanos. Yo, pez de profundidad y cargado de luz, intenté vivir en aguas superficiales. Intenté adaptarme de todas las maneras posibles a aquella vida, a aquellos alimentos, y sin embargo no pude soportarlo. El, pez de aguas superficiales, colorido y soñador, hizo hasta lo imposible para lograr descender a los confines de mis orígenes, pero casi le cuesta la vida.

Y es que en este vasto océano, en el que todos respiramos del mismo modo, debemos comprender que, en muchas ocasiones, el naufragio de un amor, no depende del compromiso del uno o del otro, sino de su propia naturaleza. Debemos comprender que, si vemos a nuestro pez azul fallecer lenta y dolorosamente, es porque algo anda mal. Pues o uno o el otro está fuera de su hábitat.

A 50 metros de profundidad, se despide este pez que, durante algún tiempo, intentó amar en otros océanos

Firmado: Estrella”




Tras haber leído aquél escrito, ya había caído el alba. No quedaba ni un alma en aquella playa de arenas pálidas. Y sin embargo, no sentí soledad. Doblé cuidadosamente todos los folios, y los introduje nuevamente en el baúl. Caminé hacia la orilla del mar y lo lancé lo más lejos que pude. Mar adentro. Esta carta tenía que ser leída por muchas más personas en esta vasta tierra en la que habitamos hombres y mujeres de distintas profundidades, y que, en más de una ocasión hemos intentado, incluso arriesgando nuestra propia vida, amar en otros océanos.

domingo, 27 de marzo de 2011

El Gran Mago



Recuerdo que cuando era niña, una de las cosas que más me disgustaba hacer, era buscar el significado de las palabras en el diccionario. Mis compañeras tenían el diccionario del tipo “bolsillo”, por lo que, para ellas, se trataba de una tarea fácil ir al pequeño y compacto libro y buscar la palabra en cuestión. Sin embargo, mi madre, amante de nuestra lengua, solía comprar el diccionario más grande que existiera en el mercado –de esos que llevan incorporados, además de una decena de significados por palabra, el origen etimológico de la palabra y su evolución hasta la actualidad, todos los sinónimos, todos los antónimos, y hasta las pronunciaciones-

-¿Mamá? Preguntaba yo, con ojos de cordero

-¿Si?

-¿Qué significa “planear”? Soltaba la pregunta rápidamente, para que ella, del mismo modo, respondiera sin dilación alguna –que tontos somos los hijos-.

-¿Planear? Repreguntaba. Y hacía esa pausa silenciosa que era realmente torturante. Y seguidamente decía, con una ligera sonrisa: ¿Por qué letra empieza?

Esa era su respuesta.

Seguidamente, yo, con cara de pocos amigos, me dirigía hacia el colosal tomo en búsqueda de la palabra que empezaba por la letra P. Me dirigía yo hacia él porque a mi corta edad no podía cargar con él. Mi madre lo había dispuesto todo. Le había mandado a hacer una mesilla al Diccionario. Así que operaba de esa manera, las niñas iban al salón, se acercaban a la mesilla de madera donde reposaba el cuerpo literario, y allí, de pié, pasábamos unos minutos, o a veces horas, buscando el significado de la palabra. Para una niña con déficit atencional, esto podía suponer toda una tarde, pues, leía el significado de la palabra dos veces, me lo repetía mentalmente, y caminaba rápidamente hacia mi habitación para escribir en mi cuaderno el significado, pero, cuando tomaba el lápiz y el papel, ya no recordaba nada. Unos meses después, mi madre decidió mudar al Diccionario y su respectiva mesa a mi habitación. Cuatro años más tarde, sucedió un milagro: El Internet llegó a mi ciudad. Tras varias sesiones familiares, alrededor de la mesa de la cocina, mis padres decidieron donar el preciado Diccionario a la Biblioteca Pública.

Y ese fue el primer milagro que recuerdo haber vivido en carne propia. La inesperada salida de aquel monstruoso libro lleno de letras negras y la entrada en escena del Internet como herramienta de búsqueda de información. Nunca, Jamás, pude siquiera imaginar que un milagro así sucedería. ¡Ni siquiera lo había pedido! Y sin embargo, sucedió, así, sin más.

Desde aquel momento decidí hacerme una cazadora de milagros. Mi madre, mujer observadora por naturaleza, me inició en el arte de encontrar el hecho milagroso en cualquier situación. Me enseñó a abrir mis sentidos, para vivir, de manera consciente, la constante materialización del amor aquí, entre los mortales. De la misma manera que me indujo a buscar el significado de palabras de más de quince consonantes en aquel horroroso texto, me guió en la tarea de buscar, por mí misma, el significado del poder del amor.

La palabra Milagro, proviene de la voz “miraglo” –si, una evolución en la palabra muy parecida a lo que supongo que sucedió con el cocodrilo español y crocodilo inglés-. Y, que, la Real Academia de la lengua española, define como: 1. m. Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino. (Definición obtenida tras una búsqueda realizada en tan solo 0,14 segundos haciendo uso de la milagrosa herramienta de búsqueda)

En este juego de la vida, la característica más importante del Milagro es su imprevisibilidad. ¿Qué pasaría si lográramos vaticinar el milagro que está a punto de suceder? La vida sería real y totalmente aburrida.


-Hola, ¿Qué haces?

-Ah, es que dentro de 11 minutos exactamente, conoceré al hombre con quien pasaré el resto de mi vida



-¿Porqué no estás estudiando? ¿No se supone que tienes el examen final de química mañana? Pregunta la madre a su hijo adolescente

-Nop, no estudiaré. Mañana en la mañana el profesor de física no irá al Colegio. Le dará diarrea.


No tendría ningún sentido este juego. El intrincado y a veces agobiante juego de la vida.

Los milagros son como las obligaciones en un contrato: pueden ser de hacer –acción- o de no hacer –omisión-. El milagro puede ser un hecho pero también puede tratarse de que un hecho no se lleve a cabo. El milagro puede ser un pájaro, que en medio del nerviosismo que le ha provocado una señora con un paraguas, se abalanza sobre tu cabeza. En un primer momento piensas que el pájaro tiene la férrea intención de comerte los sesos, pero luego, mientras corres hacia el sentido contrario en el que ibas caminando, gritando “¡Auxilio! ¡Auxilio!” logras ver el número del edificio que llevabas 20 minutos buscando y al que tenías que llegar puntual por tratarse de tu entrevista de trabajo.

El milagro, en muchas ocasiones, es un acto de magia, que logra que enfoques tu atención en un punto distinto a aquel en el que la tenías fijada. Los magos, suelen hacerlo muchas veces en sus presentaciones, en las que mientras hacen el truco del sombrero, estalla un fuego artificial al final del escenario, y, mientras todos miran embelesados la belleza de aquellos colores, el mago busca un conejito peludo y lo introduce en el sombrero. En cuanto desaparecen los coloridos chispazos, la audiencia vuelve a enfocar su mirada en el sombrero del mago, y ¡voila! De su interior aparece el animalito.

La mayoría de los milagros ocurren sin que nosotros seamos realmente conscientes de ellos, pues, no conocemos de qué nos protege o hacia donde nos lleva. Solo, en algunas ocasiones, son tan evidentes que no nos queda ninguna duda. Nos hemos salvado de un accidente de tráfico en cadena en la avenida que solemos tomar, por haberse estropeado la batería de nuestro coche. O quizás, hemos llegado tarde a una entrevista de trabajo en una empresa que unas semanas después se declara en bancarrota.

Esa canción que te atraviesa el alma y te llena de alegría y entusiasmo durante un frío domingo de invierno. Esa conversación inesperada con una vieja amiga sobre trivialidades en la que logras dar respuesta a muchas de tus interrogantes. Esa planta que te regalan y que ahora llena de vida tu habitación. Ese niño que se te acerca a preguntarte algo y te ilumina con su sonrisa y te hace olvidar ese pensamiento maligno que rondaba tu cabeza. Ese chico ciego que conoces en el vagón del metro que te cuenta que es programador y que te empuja irremediablemente a agradecer por tus ojos y a trabajar con más entusiasmo. Todos son milagros. Y debemos ser conscientes de que estan sucediendo. Esa huelga de controladores aéreos que te impide viajar al otro lado del mundo, ese tiempo en solitario contigo mismo, ese despido injustificado, son, aunque nos cueste definirlo como tal en ese preciso momento, milagros. Son actos de magia que te hacer levantar la mirada, y fijar tu atención en dirección contraria. Y mientras tú miras hacia el destello de luz, algo grandioso sucede. Son la materialización del amor del mejor mago. Son la materialización del amor de Dios por nosotros.

De no ser por ese estallido inesperado, orquestado por el Gran Mago, que nos hace desviar la mirada desde el punto A hasta el punto B, no podríamos sentir, en nuestra propia piel, ese nuevo milagro que está a punto de suceder en nuestras vidas.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Todo merece TU amor


Nada merece tu estrés.

Nada.

¿Mejorará la situación económica del país por tu estrés?

¿Mejorará tu trabajo?

¿Mejorará el estado anímico de tu jefe?

¿Mejorará tu cuenta bancaria?

¿Mejorará el presidente que gobierna?

¿Mejorará el cambio climático?

¿Mejorará la salud de tus familiares o la tuya propia?

¿Mejorará tu matrimonio?

¿Mejorará a la factura de la luz, la del gas, la del teléfono?

No. Por el contrario, ocasionará que con el poco dinero que ganas, en tu aburrido trabajo, y mientras tú pareja te critica, tengas que ir a pagar la factura del teléfono, con el dolor de cabeza que tenías pero elevado a la enésima potencia. Tendrás el mismo dolor de cabeza, pero enriquecido con insomnio, y por tanto cansancio. Tendrás dolores en la espalda y el cuello, y por tanto más dolor de cabeza. Tendrás miedo de enfermarte y por tanto pensarás las cosas más horribles que alguien se puede imaginar, y por tanto, tendrás más insomnio, y más dolor de cabeza y más tensión muscular. Tus familiares te verán, y se asustarán, y por tanto, a ellos también les dolerá la cabeza y pensarán que tu muerte se acerca. Al ver que tus familiares comienzan a tener dolores, tú empeorarás, y te sabotearás y pensarás cosas más y más descabelladas y tendrás más dolores y más enfermedades. Tu jefe verá que estás muriendo y te despedirá. Tú empeorarás por haber perdido tu trabajo. Tu familia sufrirá y tendrán más dolores y más enfermedades. Al final tu morirás, y ellos al verte morirán. Nadie pagará la factura. Y el presidente, el cambio climático, la cuantía de los servicios, las ofertas de trabajo, la crisis económica y tu cuenta bancaria seguirán siendo los mismos.

Nada merece tu estrés.

Todo merece tu amor. Con tu amor, se duerme, se sueña, se crea, se anima, se llena de paz, se atrae, se acaricia, se cree, se sana, se entiende, se espera, se es feliz.

Afuera puede que todo siga siendo igual, pero si dentro opera el amor, todo lo de fuera irá necesariamente cambiando.

lunes, 7 de febrero de 2011

Happy-Noticias


Si leemos detenidamente el periódico podemos llegar a tomar muchas decisiones erradas: irte del país porque morirás de hambre, dejar de buscar trabajo porque no lo encontrarás, dejar de trabajar con entusiasmo porque al final seguirás ganando lo mismo, dejar de pensar en que todo mejorará porque el Fondo Monetario Internacional amenaza con cerrar el grifo, comenzar a pensar en no tener hijos porque no podrán ir a la universidad, dejar tu carrera porque cuando la termines de estudiar te pagarán una miseria de sueldo, renunciar a tu trabajo e irte a China porque allá sí que pagan bien, llegar a china y darte cuenta de que si no hablas chino no te dan trabajo…

Muchas veces, cuando no reencontramos con alguien a quien tenemos mucho tiempo sin ver, sucede lo siguiente:

-¡Hola! Le saludo con todo el afecto que siempre le he tenido.

-¡Hola Gaby! Me responde ella.

-¡Pero qué bonita estas! ¿Cómo te ha ido? ¿Sigues trabajando en….? Pregunto todo lo que pueda haber cambiado desde la última vez que le haya visto.

-¡Ah! Si yo te contara….

Y, señores, se desencadenan las historias de telenovelas. Pero no cualquier telenovela. Sino esas que hacen ahora entre Miami, México y Venezuela. –Son una fusión mortífera con el perdón de mis amigos productores-. Durante una hora, me cuenta que ha denunciado a su anterior jefe por acoso sexual, que el actual no valora su trabajo, que se ha roto un tobillo y que estuvo 3 meses en cama, que la casa del pueblo donde solía ir a veranear se ha inundado, y pare de contar. Finalmente, cuando nos despedimos dice:

-¡Ah, por cierto! ¿Te dije que estoy embarazada?

- ¿…?

¿Por qué no habló de la buena noticia durante los 60 minutos que estuvimos reunidas? ¿Por qué centró toda su conversación-monólogo en situaciones negativas y oscuras? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Porque nos hemos olvidado de hablar de las cosas buenas, de los que nos gusta, de lo que soñamos…

Pareciera que ya no sucedieran cosas buenas en el mundo, que todo estuviese dominado por el señor oscuro, pero esto no es más que una ilusión. Es una ilusión porque en la realidad suceden muchas cosas buenas. Solo que, por alguna extraña razón, no está de moda hablar de lo bueno, sino de lo malo. Pero esto debe y tiene que cambiar. Mi misión, y tú misión, es imponer la moda.

Nunca pensé que los pantalones pitillo y los blazers con hombreras volverían ha estar de moda. Y ¿Qué ha pasado? Ahí están, expuestos en todas las tiendas.
Entonces, si algo tan escalofriante como los blazers con hombreras han vuelto a las pasarelas y a las calles del mundo ¿Por qué no podría volver el interés y la tertulia por las buenas noticias?

Es una cuestión de naturaleza. Si nos enfocamos en noticias buenas, y hablamos sobre ellas, éstas se multiplicarán. Así funciona nuestro universo.

Es por ello que hoy, me tomo el atrevimiento de contar con cada uno de Ustedes. Cada uno de Ustedes conoce una buena noticia, un milagro, un giro inesperado, una razón para sonreír, una muestra de amor. No tenemos que irnos lejos para buscar una noticia positiva porque los protagonistas somos cada uno de nosotros. Aunque creas que en tu vida no ha ocurrido nada bueno durante este mes, o este año, piénsalo y encontrarás no una, sino miles de buenas noticias que compartir con el mundo. Compártelas. Cuéntalas al universo. Aunque te parezca algo insignificante. Nada es insignificante –hasta el simple aleteo de una mariposa desencadena un efecto en el universo-.

Este blog ya va recibiendo varias decenas de visitas todas las semanas –muchísimas gracias a todos los lectores-, lo que quiere decir que, tras algunas semanas, muchas personas habrán leído y comentado una buena noticia.Lo mas importante: habrán sido conscientes de todo lo bueno que les sucede. Y así comenzará ha operar el cambio. Estas buenas noticias atraerán más y más milagros. Y, cuando menos lo esperemos, la noticia positiva acompañará a los pantalones pitillos, las hombreras y el rojo carmín en los labios.

Muchas gracias por formar parte de esta, ya imparable, cadena de Happy-Noticias

¡Cuéntale al mundo tu Happy-noticia!